El estreno hace unos días de la versión de acción real de La bella y la bestia acentúa una tendencia que Disney lleva siguiendo desde hace varios años. El éxito que han tenido cintas como La Cenicienta o El libro de la selva, así como los anuncios de futuras adaptaciones para los próximos años –El Rey León o Dumbo– demuestran lo acertado de este proyecto desde el punto de vista comercial. Sin embargo, este fenómeno se explica también gracias a algunos aspectos comunes a toda la industria del cine.
En primer lugar, y quizá sea la base de todo, está la falta de ideas que parece sufrir Hollywood. De las diez películas más taquilleras de 2016 (no se incluye Rogue One, el spin-off de Star Wars, por haber concentrado la mayor parte de su recaudación en 2017), cuatro eran secuelas, había un remake y tres más formaban parte de universos de superhéroes. En total, solo dos de esas cintas, Zootrópolis y Mascotas, eran ideas originales.
Los estudios aprovechan el tirón comercial y la seguridad financiera que universos como Star Wars, sagas literarias como Harry Potter o franquicias intermediales como Marvel les ofrecen. Una película de estas características parte de antemano con una publicidad y un mercado potencial muy jugosos, por lo que el beneficio económico para las productoras es muy elevado. Algo similar ocurre con films de culto como Trainspotting o Blade Runner, que este 2017 presentan sus secuelas, como también hará Alien. En 2015 habían sido las sagas de Jurassic Park y Star Wars las que regresaron a las carteleras.
Detrás de esa recuperación de éxitos del pasado se encuentra la nostalgia que las películas de la infancia despiertan en nosotros. Independientemente de la calidad de las nuevas versiones, quienes crecieron con Parque Jurásico, La bella y la bestia o con Cenicienta volverán casi inevitablemente a los cines para revivir esa niñez o juventud. En este sentido, las recreaciones en acción real dotan a las películas de una dimensión más adulta, orientándose a quienes eran niños cuando se estrenó la película primigenia.
Por otro lado, y aquí llega el tercer argumento, estas revisiones buscan aprovechar los avances técnicos del cine. Si la versión que Tim Burton hizo de Alicia en el país de las maravillas en 2010 aprovechaba un todavía incipiente 3D para lograr una experiencia sensorial muy novedosa, el reboot de El libro de la selva de Jon Favreau el pasado año ofrecía, en palabras de la crítica, un “prodigio técnico” y un “milagro tecnológico”. En ambos casos podemos discutir su calidad narrativa o debatir si su magia iguala a la de sus originales, pero técnicamente suponen una auténtica demostración de los avances tecnológicos de los últimos años.
Y como realizar películas solo para presumir de lo que se puede hacer en una pantalla no suele ser suficiente, estos remakes de clásicos de Disney han buscado adaptar sus tramas y personajes a los nuevos tiempos. Maléfica, por ejemplo, desmonta el mito de la mujer como ente pasivo dominado por las figuras masculinas: el príncipe, con un beso, ya no despierta a la princesa, de la misma forma que una mujer independiente y poderosa ya no es necesariamente una bruja malvada.
En el caso más reciente, La bella y la bestia, gracias a la interpretación del icono feminista que representa Emma Watson en un rol ya de por sí más empoderado de lo que era habitual, como es la inteligente e independiente Bella, plantea un debate sobre el papel de la mujer en las historias clásicas de Disney. A su vez, la inclusión de personajes homosexuales en una de las tramas de la película rompe otra barrera, incluso a cambio de sacrificar jugosos mercados como el ruso o el de algunos países del sudeste asiático. En este sentido cabría discutir igualmente si este compromiso social puede reportar beneficios al servir como reclamo comercial, pero ese sería un debate demasiado complejo y extenso que dejaremos para otra ocasión.
Este cuarto elemento de análisis se enmarca también en el intento del cine contemporáneo por reivindicar el protagonismo del que las mujeres se han visto tradicionalmente privadas. El reestreno de Ocean’s Eleven o Cazafantasmas con repartos femeninos puede ser un buen ejemplo. En el caso de la factoría del ratón hemos citado el ejemplo de Maléfica, pero éxitos como Brave, Frozen o Moana demuestran que las princesas Disney han dejado de ser objetos de deseo para ser protagonistas de sus propias historias. Aunque el camino es todavía muy largo, la actualización de clásicos puede suponer un paso más en pro de la igualdad.
A modo de síntesis, las revisiones de clásicos de Disney se explican gracias a la escasez de nuevas ideas en Hollywood, a la nostalgia de los espectadores, al aprovechamiento de las nuevas técnicas cinematográficas y al interés por modernizar y dotar de compromiso a las historias clásicas. Y sí, estos motivos acaban desembocando en el interés comercial, pero las renovaciones que aportan, tanto de fondo como de forma resultan muy bienvenidas. Podemos discutir su calidad y su necesidad, mas no cabe duda de su capacidad para explicar el cine mainstream actual.
(Publicado en Culturamas)
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