Empezar una crítica de una película protagonizada por Daniel Radcliffe mencionando su mágico pasado como Harry Potter es un tópico demasiado repetido. La sombra de las ocho películas que protagonizó como el mago con la cicatriz en forma de rayo es alargada. Y seguramente quienes escribimos sobre cine no conseguiremos nunca desprendernos del todo de esa asociación, aunque ya va siendo hora. De hecho, deberíamos considerar 2016 como el año en el que Daniel Radcliffe de verdad se consagró como un gran actor más allá de los muros de Hogwarts.
Hace pocas semanas llegaba a algunos cines españoles Swiss Army Man, la triunfadora del pasado Festival de Sitges. Radcliffe daba “vida” a un cadáver con flatulencias arrastrado por las olas hasta una isla habitada por un náufrago. Más allá de lo bizarro de la cinta, la interpretación de Radcliffe es muy meritoria. Los personajes con enfermedades mentales o físicas suelen suponer los mayores desafíos y también los mayores logros. Y en esta ocasión se confirma: llevar a la pantalla un cadáver no es sencillo, pero puede dar lugar a una interpretación memorable.
El otro filme protagonizado en 2016 por el inglés fue Imperium, en la que encarna a Nate Foster, un joven y brillante agente del FBI que se infiltra en círculos neonazis para evitar un supuesto ataque con una bomba sucia. Basado en la experiencia real de Michael German, un exagente que pasó años infiltrado en grupos supremacistas blancos, busca reflejar la realidad de ese submundo y las causas que pueden llevar a los jóvenes a unirse a ellos. Pero la película falla en ese aspecto, otorgando demasiado espacio a los símbolos y la iconografía y olvidando la reflexión detrás de ellos.
Donde sí acierta es en su concepción como thriller policíaco, controlando siempre la tensión a pesar de –o quizás gracias a– la casi total ausencia de violencia. Ese es el elemento diferenciador: Radcliffe da vida a un don nadie en el FBI, un cerebrito sin experiencia en el terreno que solo quiere hacerse un nombre en el cuerpo. En contraste con otras cintas de este género, en las que el enfrentamiento físico y la musculatura son elementos clave, aquí son la calma, el juego de personalidades, la sangre fría y la inteligencia las que marcan el devenir de la cinta. En un momento del largometraje uno de los líderes supremacistas le llega a comentar a Nate Parker que “parece demasiado maduro para un skinhead”.
Ahí reside otro de los atractivos de la cinta, en la retrato de las distintas facciones y de los enfrentamientos internos que hay en el seno del movimiento supremacista. Aunque en parte caricaturesco, sí que ilustra a grandes rasgos qué diferencia al Ku Klux Klan de los skinheads o de la Hermandad Aria, dejando caer que los monstruos más peligrosos a menudo son los menos visibles y los más inesperados.
Más allá no llega el análisis de Imperium, quedándose casi siempre en el nivel que mejor funciona, el de la intriga de un thriller de infiltrados. Y eso es así gracias a la magnífica actuación de Radcliffe, que despliega un rango de emociones amplísimo, sabiendo moderarlas o intensificarlas en los momentos adecuados. A pesar de estar rodeado por un buen reparto, con Toni Collete, Tracy Letts, Chris Sullivan o Burn Gorman, el peso narrativo e interpretativo recae indudable y casi exclusivamente sobre Radcliffe.
El potencial de Imperium es enorme –estrenada en Estados Unidos en verano, poco antes de la elección de Donald Trump como Presidente, y con una extrema derecha que sigue ganando adeptos en muchos países occidentales–, pero la cinta solo se salva gracias al destacado trabajo de Radcliffe como canalizador de emociones y de tensión. En Swiss Army Man, mucho más surrealista, era también su actuación la responsable del atractivo de la película. Cada vez quedan menos dudas de que Daniel Radcliffe se está confirmando como un actor de peso. Y el hecho de que se esté logrando independizar de una franquicia como Harry Potter gracias únicamente a su trabajo demuestra su calidad.
(Publicado en Culturamas)
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