jueves, 20 de junio de 2019

[Series] Review: 'Chimerica' (2019). Reflejo del complejo mundo en el que vivimos

La miniserie británica ‘Chimerica’, disponible desde el 18 de junio en Filmin, combina realidad y ficción para rememorar la elección de Trump en 2016 y la violenta represión en Tiananmen en 1989 en un magnífico retrato que combina periodismo y política en Estados Unidos y China



Llevamos varios años teniendo la sensación de que vivimos un momento histórico: revoluciones sociales o tecnológicas, guerras, elecciones, avances sanitarios y científicos… Incluso hemos hablado de hechos históricos alrededor de la emisión de la última temporada de ‘Juego de Tronos’. Es evidente que el mundo se mueve cada vez más deprisa y, sobre todo, que nunca antes habíamos tenido tanto acceso a conocer lo que sucedía a nuestro alrededor, pero lo cierto es que sucesos históricos que verdaderamente merezcan ese nombre y que cambien por completo las reglas de juego hay muchos menos. La elección de Donald Trump y el referéndum del Brexit en 2016 sí pueden ser ejemplo de ello. Y, por supuesto, también lo son la revolución de Tiananmen y su icónica foto, de las que hace pocos días se han cumplido 30 años. 

Esencia de nuestra época 


Por esto, ni la ambientación histórica de esta miniserie de cuatro capítulos ni el momento en el que llega a nuestras pantallas podría ser mejor. Situar la trama en los días que rodearon a la sorprendente elección de Donald Trump resulta muy acertado porque ese hecho, poco después del no menos sorprendente resultado del referéndum del Brexit en Reino Unido y anticipando –o, tal vez, confirmando– el ascenso de personajes populistas y radicales a los gobiernos de democracias occidentales, supuso una auténtica conmoción a nivel global y sacudió la geopolítica mundial. Por otro lado, que su llegada a España a través de Filmin tenga lugar el 18 de junio, dos semanas después de que se haya conmemorado –aquí, no en China– la masacre que puso fin a las protestas en la Plaza de Tiananmen en 1989 no es casual. Como tampoco lo es que en el Reino Unido, de donde procede este trabajo de Channel 4, se estrenara a mediados de abril, coincidiendo con el aniversario del comienzo de dichas protestas. Por último, que en estos meses se estén viviendo en Hong Kong las mayores protestas desde su anexión por el gigante asiático o que se haya recrudecido la guerra comercial que dirimen las dos mayores potencias del planeta no hace sino reforzar la pertinencia de ‘Chimerica’

Ese es su mayor acierto: saber capturar el zeitgeist, el espíritu de nuestro tiempo como muy pocas series antes que ella. Es cierto que sobre Trump lo sabemos casi todo, pues los medios occidentales y Hollywood se han encargado de ello, pero la crítica a la opacidad china, a la Gran Muralla Digital –The Great Firewall– y a la falta de derechos humanos y democracia es menos frecuente por el interés de la mayoría de productos comerciales de hacerse un hueco en el inmenso y suculento mercado audiovisual chino. Así, resulta muy atractivo observar cómo se refleja esa sociedad que avanza a pasos agigantados en lo económico, convirtiéndose en un mercado capitalista y consumista como ninguno, pero que vive encapsulada en una realidad dictada por el Partido Comunista que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo controla

Periodismo, política y grandes personajes 


La historia, basada en la obra de teatro de Lucy Kirkwood, se centra en Lee Berger (Alessandro Nivola), un fotoperiodista que, en 1989, capturó una de las icónicas instantáneas del hombre frente a la columna de tanques en la Plaza de Tiananmen. En 2016, en medio de la campaña presidencial estadounidense, y tras haber perdido su credibilidad por haber manipulada una fotografía sobre la Guerra de Siria, comienza a indagar para conocer la identidad del misterioso hombre que se plantó ante los tanques con su camisa blanca y sus dos bolsas de la compra. Contará con la ayuda de una veterana colega del periódico y de su contacto en China, Zhang Lin, un hombre perdió a su mujer precisamente durante las protestas de Tiananmen.

FOTO: Jeff Widener

La trama permite, además de comparar la realidad de China y América –de ahí su nombre, ‘Chimerica’–, adentrarse en el sector del periodismo en el momento en el que la posverdad y las fake news se confirmaban como fenómenos ineludibles y en el que los medios tradicionales comenzaban a dar por perdida su batalla contra los digitales. La visión crítica, centrada en la escala de grises y las ironías que existen en este sector, aporta una riqueza añadida. Aquí, la figura del editor del ficticio ‘The New York Courier’ en el que trabaja el protagonista, encarnada por F. Murray Abrahams, nos deja algunas reflexiones muy poderosas sobre la complejidad y la falta de verdades absolutas, tanto en el periodismo como en la democracia. 

También son de gran interés los personajes de Tess Kendrick y de Liuli. Tess, interpretada por Sophie Okonedo, es una analista de datos británica que trabaja para una compañía de tarjetas de crédito y que comienza una relación con Lee; personifica la dificultad de censurar sin miramientos esa visión hipócrita de Occidente que antepone el beneficio de hacer negocios con el inmenso mercado chino a la dramática falta de democracia y de derechos humanos en el país. Liuli, la mujer de Zhang Lin asesinada en 1989, representa, a través de los recuerdos y la imaginación de su esposo viudo, a todas esas voces fuertes y valientes que la represión del Gobierno chino ha ido silenciando. Ambas mujeres son símbolos de lo distante que están el cambio y la democracia del país más poblado del planeta.

Ganas de más 


De hecho, resulta curioso que estos dos personajes y sus tramas parecen secundarios y casi innecesarios hasta el último capítulo. Solo ganan interés cuando estas dos historias pasan del plano de la ficción a representar elementos esenciales en la comprensión de la realidad que se refleja. Y es una pena, porque la trama ficticia, con momentos de puro thriller, también es rica, intensa y con abundantes sorpresas. Al mismo tiempo, la narración, en dos países y dos épocas, ofrece complejidad al retrato y permite comparaciones muy ricas, sobre todo a su inteligencia en el cuidado de los detalles. También resultan acertadas las interpretaciones y la evolución de los personajes. Mas queda ocultada por su condición, mucho más atractiva, de análisis socio-político.


En realidad, haber añadido algún capítulo para poder profundizar más, tanto en los elementos ficticios como reales, hubiera sido muy bienvenido. Y es que son pocas las producciones que aborden temas tan amplios y cargados de aristas de una manera tan alejada de visiones caricaturizadas y absolutas, por lo que es una pena que ‘Chimerica’ no haya tenido espacio para profundizar en ellos como se merecen ni para cerrar todas las historias que comienza

La visión honesta, ecuánime y crítica de ‘Chimerica’ se queda corta para poder abordar todo lo que pretende. Pero esas características, a veces olvidados incluso entre los propios periodistas, son las que convierten a esta miniserie en una obra tan necesaria e importante para comprender el mundo en el que vivimos.


(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

viernes, 14 de junio de 2019

[Cine] Crítica: 'Criminales en el mar' (2019). Superficial homenaje a Agatha Christie

‘Criminales en el mar’, que se estrena hoy en Netflix, reformula ‘Asesinato en el Orient Express’ en clave de comedia con Adam Sandler y Jennifer Aniston 




No suelo coincidir con los puristas que defienden que el cine debe mantenerse en las salas y no expandirse por plataformas de uso doméstico, pero es cierto que en determinados casos la experiencia es mucho más completa y rica en una sala, centrados únicamente en la historia, a oscuras y con las mejores condiciones técnicas posibles: ‘Roma’, ‘Endgame’ o el oscurísimo y polémico capítulo ‘La larga noche’ de la última temporada de Juego de Tronos pueden ser algunos ejemplos de esto. Frente a estos casos, siempre ha habido títulos en las carteleras que nos llamaban la atención, aunque no lo suficiente para pagar una entrada; el clásico “me espero a que la echen en televisión” o, más recientemente, a que esté en Netflix o HBO. ‘Criminales en el mar’ (‘Murder Mystery’), la nueva película de Netflix, que se estrena hoy 14 de junio, entra perfectamente en esta categoría.

En ella, Jennifer Aniston y Adam Sandler –probablemente, dos de los intérpretes más habituales en ese tipo de comedias románticas que “bah, mejor me espero a que la den por la tele”–, dan vida a una pareja neoyorkina que, en un viaje a Europa por su 15º aniversario, se ven envueltos en un caso de asesinato propio de las novelas de Agatha Christie. Entre hoteles de lujo, yates y mansiones, su viaje les lleva de Málaga a Mónaco y al Lago Como, huyendo de la policía, que les considera los principales culpables, e intentando descubrir quién está detrás de lo ocurrido.

Comedia de detectives 


La película recurre intencionadamente a todos los clichés del género: mayordomos, venganzas, personajes siniestros, matrimonios por interés, confesiones falsas, sospechosos que aparecen muertos… Se parodian y, en cierta medida, se homenajean las novelas y películas de este estilo. La referencia más clara, por el espacio cerrado y los múltiples personajes con motivo, es ‘Asesinato en el Orient Express’, a la que se alude además en el final de la historia. Se incluye, igualmente, un inspector francés, interpretado por Dany Boon, que, inevitablemente, recuerda a Hercule Poirot. Mas los personajes aunque variopintos y paródicos del género, resultan, como casi todo en la cinta, superficiales.


Está lejos, en definitiva, de cualquier obra de Agatha Christie y de la mayoría de adaptaciones. Resulta menos enrevesada e ingeniosa, pero es entretenida si no le buscamos demasiado la lógica y si no somos demasiados exigentes. También en la narración se acude a numerosos lugares comunes, dejando clara la perspectiva estadounidense de la película y mostrando el exotismo que tiene Europa para ellos. En este sentido, abunda ese humor tan propio del cine estadounidense, que pretende ser gamberro pero que en realidad resulta básico e infantil. No obstante, a pesar de que buena parte de los chistes no tienen excesiva gracia y sean repetitivos o escatológicos, sí hay elementos divertidos. La mayoría, protagonizados por un Sandler que sabe caer en el patetismo y que durante el primer tercio de la obra protagoniza algunos momentos bastante incómodos con Aniston, dando vida a una pareja mal avenida tras quince años de matrimonio. 

Que eso sea lo más atractivo de la obra da una idea del tipo de película. Una película aceptable para desconectar, para seguir con el tirón de ‘Alta mar’ o para echar un puñado de risas fáciles. Lo más seguro es que no hubiera merecido la pena ir al cine y pagar por verla, pero es probable que encaje en el catálogo de Netflix y que sea un buen pasatiempo doméstico.

Lo mejor: la calculada ridiculez del personaje de Adam Sandler
Lo peor: la falta de inteligencia de la mayoría de chistes
Nota: 5.5/10

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

sábado, 8 de junio de 2019

[Series] Review 'Black Mirror' (5ª Temporada): Charlie Brooker ya no nos estremece

Los tres episodios de la quinta temporada de ‘Black Mirror’, estrenada el 5 de junio en Netflix, continúan reflexionando sobre la tecnológica sociedad contemporánea occidental, pero pierden su mordiente y capacidad de impresionar, convirtiéndose en productos convencionales y menos atractivos que los capítulos originales 


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Como casi ninguna otra producción, ‘Black Mirror’ ha sido capaz, desde sus inicios, de plantear complejos dilemas y profundas advertencias alrededor de las tendencias que seguían la tecnología y las sociedades occidentales contemporáneas. La serie creada por Charlie Brooker se adelantaba a una tecnología que avanzaba a una velocidad incalculable, estudiando unos riesgos que, aunque acechantes, todavía no habían llegado. Los mundos distópicos que presentaba resultaban especialmente inquietantes por su verosimilitud, y las tecnologías sobrecogían porque, a pesar de su nivel de perfeccionamiento y omnipotencia, mantenían claras semejanzas con las actuales.

Cada capítulo era despiadado, sin límites y sin escrúpulos, lo que permitía agitar las mentes y concienciar sobre la realidad que nos rodeaba. Historias como la de ‘White Christmas’ o ‘White Bear’–aunque no solo ellas–, con sus reflexiones sobre el castigo, resultaban estremecedoras. La tercera temporada, la primera que se produce bajo la millonaria sombra de Netflix y la que supone su consagración en forma de premios, audiencia y presencia mediática, mantiene la brutalidad y la capacidad de remover conciencias de las dos temporadas anteriores, emitidas en el Channel 4 británico, y capítulos como ‘Shut Up and Dance’ o ‘Nosedive’ no solo resultaban impactantes, sino también premonitorios. Sin embargo, la cuarta temporada fue perdiendo gran parte de su característica dureza y capacidad de sobrecoger. Algo que también pareció intuirse en el experimento interactivo de cuestionable éxito que fue ‘Bandersnatch’. Esta nueva mentalidad se confirma de manera muy especial en la quinta temporada que estrenó Netflix el pasado lunes 5 de junio. 

Es cierto que se mantiene el cuestionamiento de determinados aspectos de nuestra ultratecnológica sociedad contemporánea, por lo que la serie sigue resultando vigente y necesaria, mas han desaparecido los elementos que identificaban a ‘Black Mirror’ como algo único y absolutamente rompedor. De esta manera lo que cambia no es el qué, sino el cómo: se refina la narrativa, pero esta se torna convencional, actuando dentro de unos patrones menos sorprendentes e impactantes. Las tres entregas de esta nueva temporada tienen un potencial inmenso y el debate socio-tecnológico que subyace tras cada una de ellas daría para discusiones y análisis extensos. Y es que, una vez más, el debate gira en torno a las expectativas, porque cualquiera de estas tres historias las podría haber visto en el cine o en otro programa y estaría encantado con lo necesario y relevante del tema que presentan. Pero eso no es a lo que nos había acostumbrado ‘Black Mirror’. 

Tres historias con más potencial que fuerza 


‘Striking Vipers’ indaga en las consecuencias de lo que hacemos en el mundo digital y los desafíos que eso implica para una amistad, una pareja o nuestra propia ética personal. Aunque se trata un tema necesario y bien planteado, la narración es convencional, demasiado larga y sin capacidad de atrapar al espectador. Además, junto a algunos fallos de guion, considero que la conclusión que ofrece es insatisfactoria. 

‘Smithereens’, regresa sobre un tema relativamente frecuente en ‘Black Mirror’: las redes sociales que generan adicción y conocen todo sobre nosotros. Una vez más, el potencial es enorme y hay grandes dosis de intriga, sobre todo gracias a la descomunal interpretación de Andrew Scott –Moriarty en ‘Sherlock’–, pero no resulta tan impresionante. En cualquier caso, es el mejor episodio de la serie, que no el más cercano al ‘Black Mirror’ clásico.

Miley Cyrus, Black Miror, 5ª Temporada

Ese honor le corresponde a ‘Rachel, Jack and Ashley Too’, protagonizado por Miley Cyrus, que se aproxima al funcionamiento de la industria musical y del merchandising más que a la tecnología que, aunque presente en todo momento, no es ni central ni objeto de debate. Finalmente, el episodio ofrece mucho menos de lo que el comienzo daba a entender y se centra en una trama atractiva que, no obstante, abandona casi cualquier atisbo de reflexión. 

Son tres historias mucho más introvertidas y podríamos incluso considerar que esta temporada ha ganado sutileza, al mostrar los riesgos y los debates de una forma más suavizada y personificada en historias más pequeñas e individuales, sin ofrecer las imparables espirales de locura tecnológica del pasado. Sin embargo, las tecnologías que se muestran son mucho más cercanas y los debates se plantean de manera directa, sin tamizarlos a través de ingenios casi imposibles, dramáticos y sorprendentes. Se mantiene el potencial crítico, pero se pierde la forma de mostrarlo. Y esa forma, sello de ‘Black Mirror’, era la que amplificaba la reflexión y la que convertía a la serie en una experiencia tan estremecedora como única.

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

miércoles, 5 de junio de 2019

[Opinión] Piratas de agua dulce

Las plataformas de streaming han democratizado el acceso a contenidos audiovisuales, convirtiendo a la piratería en una elección al servicio del consumismo


Imagen: El Mundo

Hace unos pocos años 'Juego de Tronos' era la serie más pirateada que existía. Probablemente lo siga siendo. Pero esa noticia es ahora menos mediática que el aluvión de bajas que se produjeron en HBO el día después de la emisión del último capítulo de la serie de David Benioff y D. B. Weiss. Entre otras muchísimas cosas'Juego de Tronos' es una de las series que han protagonizado la transición entre el boom de la piratería por internet y el cambio de paradigma de las plataformas de streaming.

La revolución del vídeo bajo demanda, protagonizada por la popularidad de Netflix y apuntalada por la calidad de HBO, ha cambiado por completo la forma de consumir contenidos audiovisuales. Y es que desde hace un par de años, Netflix y compañía han permitido reducir de manera notable la piratería, pues por fin se ofrecía a los consumidores lo que demandaban en sus justificaciones para recurrir a la piratería: “los contenidos son muy caros y no me los puedo permitir”, decían (decíamos, casi cualquiera). Cuando estas plataformas llegaron con un precio de unos siete u ocho euros al mes, con series y películas suficientes para estar viendo durante el resto de nuestra vida sin que se agotasen, la piratería dejó de compensar –en parte también gracias al cierre de webs y al esfuerzo de las autoridades, que poco a poco, fueron surtiendo efecto–. 


No obstante, la producción y la oferta han crecido exponencialmente –es probable que estemos ante una burbuja que puede llegar a explotar, pero eso es tema para otra columna–, por lo que ahora quien solo tiene una plataforma, sea la que sea, se está perdiendo una cantidad muy importante de contenidos. Así, nos hemos vuelto mucho más exigentes, no necesariamente en términos de calidad, pero sí en nuestra “necesidad” de ver aquello de lo que todo el mundo habla. El problema es que la serie del momento puede no estar en las plataformas que tenemos contratadas. Y es evidente que no podemos tener todas las plataformas contratadas. El límite al consumismo, como casi siempre, lo pone nuestro bolsillo. 

Quienes recurren a la piratería en la actualidad no pueden justificarlo en que consumir series o películas es caro. De hecho, nunca ha sido tan barato y sencillo acceder a tantísima oferta audiovisual. Lo que es caro es tenerlo todo. Eso siempre ha sido caro. No podemos tener acceso a todas las series, de la misma forma que no podemos comprarnos toda la ropa de la tienda ni toda la comida del supermercado. La inmensa mayoría de nosotros tenemos que priorizar y elegir, prescindiendo de cosas que nos gustarían. 

Todo esto no es óbice para defender que la Cultura –y digo la Cultura, no los productos comerciales que generan las grandes productoras bajo la lógica capitalista– deba ser considerada un bien común que debe ser incentivado para que sea accesible a toda la sociedad. Y ese incentivo llegará más de un cambio de mentalidad, explicando que las industrias culturales no son únicamente sectores que generan riqueza económica, sino, y sobre todo, expresiones creativas que enriquecen a la sociedad como tal, que de un abaratamiento. 

Y es cierto que hay ámbitos culturales prohibitivos para la mayoría, mas no lo son ni el cine ni las series. Desde luego no lo son las plataformas de streaming, que siguen resultando ridículamente baratas para la cantidad de material que ofrecen –de nuevo, querer acceder a todo es inviable, pero cada plataforma de manera individual tiene un catálogo suficiente para que encontremos material para toda una vida–. Pero tampoco lo es el cine: una entrada de cine sin palomitas ni bebida, que esas tampoco las incluye Netflix ni ninguna opción pirata, cuesta poco más que dos cañas, más o menos como una copa, menos que una cena y mucho menos que una entrada a la mayoría de eventos deportivos. Si cualquiera de estas opciones te parece barata, pero la entrada al cine no, el problema no es del precio, sino del valor que asignas a cada cosa y de tu escala de prioridades.

Imagen: El País

¿Podría ser más barato asistir al cine o consumir series de televisión? Sí. Y debería serlo si los consideramos bienes culturales antes que productos explotables económicamente. 
De hecho, no puedo estar de acuerdo con figuras como Steven Spielberg o Christopher Nolan, que defienden el consumo de películas exclusivamente en las salas, pues la multiplicidad de pantallas y plataformas ha permitido democratizar el acceso a estos contenidos. Mejor una película en el cine que en el móvil, sí, pero mejor una película en el móvil que una pirata. Y mejor una pirata que ninguna película en absoluto.


Porque el problema es quien recurre a la piratería por consumismo y no por verdadera falta de recursos. No podría censurar a alguien que consume ilegalmente una película porque de verdad no tiene recursos materiales para consumirla por vías legales. A quien censuro es a quienes lo hacen por pereza o por querer abarcar todo sin comprender que lo más frecuente es tener que elegir. Aprovechemos, entonces, que la Cultura nunca ha sido tan accesible y que para casi todos nosotros la piratería es una elección.

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)