sábado, 21 de mayo de 2016

Some pre-election thoughts


In Aspire we are convinced that one way to stay connected to reality in order to be able to act accordingly is to discuss it. A mature discussion about a current situation is not only one of the best ways to use and improve democracy, but it can also be very illustrative and even funny. Especially if at the same time you are sharing a bottle of wine with some nice people.

Located in Vienna, it is obvious that one of the main topics on the agenda these days are the Presidential Elections that gave in the first round on Sunday 24th of April most votes to Norbert Hofer. The candidate supported by the right party FPÖ got a 35,6% of the votes, followed by the “green” Alexander van der Bellen, who was supported by 21% of the Austrians. The two of them will appear in the ballots again this Sunday.

A few days after these results Aspire celebrated its first All-Hands Meeting. After dealing with the topics connected with our work and the organization we decided to discuss these Elections. This Sunday we will finally know who the President of the Bundesrepublik is, but before that, let´s have a look at some of the conclusions that we could get from our interesting and fruitful debate:
  • Many of the members of Aspire are foreigners, so we see all these events partly from an outside perspective. We mix skepticism and fear, which led some of us to one question: “are we even wanted here?” It might sound excessive or even sensationalist, but the possibility of repeating the biggest mistakes of our past seems at times closer, and in that context this question would make too much sense. Maybe it’s good to stop a second and ask about how our votes would be seen with another perspective: not only from the point of view of other people, but also from the point of view of the medium-term future, that can show us the dimension that our decisions can have.
  • We might not like a lot what happens but we are not surprised. We all know the events that motivate this polarization and this tendency to extremism, although it doesn’t mean that we agree with the approach to them. Society is complex, much more than what the easy cries of patriotism or truth let many people see. And it is precisely this complexity what might push us to radical, direct and supposedly safe options as a way to simplify a reality that, nevertheless, can’t be simplified like this. We must understand what happens around us, without looking for easy explanations and without denying that the same events can make us all feel different. And again, it will be our capacity to stand in each other’s shoes what will help us find the respect and the responsibility that we all need to make the right choices.
  • These elections can’t be understood isolated. That is not the world we live in anymore. The political processes in Austria have a lot of relation with the German ones, but also with those in the Scandinavian countries or with the USA; and at the same time they are connected with those in Greece, Italy or Spain. And here the European Union plays a huge role: not only because of its responsibility for some of the mistakes committed in the last years, but also as the most effective (and maybe the only possible) way to overcome our problems and stay strong together. It’s important to look around and comprehend that the world is strongly connected and it is already impossible to think only about your own country trying to leave the others out of the picture.
The discussion kept going for a while, and it left Austrian politics to focus on the basic principles of democracy, the capitalist system, the possibility of the Brexit, the threats of climate change or the conquest of the outer space. This shows again the necessity to look further than the borders of our countries and the impossibility to see a national political process without its interconnections.

Elections are something for what we had to fight so hard. Sunday will be another day to remember that. But also to remember the past, think about the future, and act according to what we really believe it´s best. Let us all be responsible, respectful and generous. Let us all be free. Schönen Wahlsonntag!


domingo, 8 de mayo de 2016

Viaje al rincón más oscuro de nuestra memoria

La visita al campo de concentración de Mauthausen-Gusen nos obliga a reflexionar sobre los errores que la humanidad no debería repetir 

Vista exterior del campo de concentración de Mauthausen

En Austria se vive estas semanas un intenso debate sobre qué debe hacerse con la casa en la que nació Adolf Hitler. El Estado expropió la vivienda, situada en la localidad de Braunau am Inn, hace unas semanas para evitar que pudiera caer en las manos equivocadas y convertirse en un lugar de peregrinación. Desde entonces, la sociedad austriaca se divide entre quienes defienden la necesidad de empujar al olvido determinados asuntos y quienes entienden que se debe mantener vivo su recuerdo para evitar repetir los mismos errores. La cada vez más restrictiva política de fronteras o la victoria del candidato de extrema derecha Norbert Hofer en las recientes Elecciones Presidenciales nos hacen pensar que la segunda opción todavía resulta necesaria para muchos austriacos. 

De los lugares que rememoran el Holocausto pocos resultan tan impactantes y significativos como un campo de concentración. El de Mauthausen-Gusen, a veinte kilómetros de Linz, capital del Bundesland de Alta Autria, y a menos de doscientos de Viena, fue el más grande de los levantados en Austria y el penúltimo en ser liberado por las tropas aliadas. Allí murieron, entre 1938 y 1945, más de 90.000 personas. Visitarlo supone una reflexión imprescindible para comprender la etapa más oscura del siglo XX en Europa.

Aunque el año está siendo inusualmente cálido en Austria, al llegar a Mauthausen la temperatura es poco superior a los cero grados y la sensación térmica disminuye por el intenso viento. Un día gris y triste que parece dotar de mayor realismo y dureza al escenario de una de las mayores atrocidades de la Historia. 

El pueblo de Mauthausen, a orillas del Danubio, en la frontera entre los Bundesländer de Alta y Baja Austria, resulta idílico; un típico pueblo austriaco lleno de encanto, con sus casas de colores y las plazas llenas de flores. A sus espaldas, sobre una colina, se aprecia el lugar al que inevitablemente está asociado esta población de menos de 5.000 habitantes. La ubicación del campo, visible desde el pueblo y con varias casas directamente en las faldas de la pequeña elevación en la que se asienta, parece contradecir lo que muchos austriacos argumentaron durante décadas para disculparse por el Holocausto: que la población no conocía lo que ocurría. 

Esto me lo explica una austriaca, graduada en Historia, que me acompaña. También me cuenta que todos los colegios e institutos del país llevan a sus alumnos de catorce o quince años a visitar alguno de estos infames campos. Sin embargo, más de un austriaco se extrañó ante el interés de un extranjero por acudir a un campo de concentración; aunque ya no se niega la responsabilidad, el sentimiento de vergüenza todavía está muy presente.

Esta es la filosofía que se sigue en el centro de recepción del Memorial de Mauthausen. Son conscientes de lo que supone ese lugar para la historia del país, por lo que se pretende evitar su frivolización y mercantilización. Así, nos explican que la entrada es gratuita y que únicamente es necesario pagar por las audioguías. Disponibles en varios idiomas, nos permiten hacernos una idea más detallada de las atrocidades cometidas entre aquellos muros. La inclusión de relatos reales nos deja en varios momentos sumidos en el silencio de quien no alcanza a comprender las dimensiones de lo ocurrido en el lugar en el que se encuentra.

Comenzamos la visita fuera del recinto amurallado, sobre la explanada en la que se encontraba el campamento para los enfermos. Al lado, los soldados jugaban partidos de fútbol con los habitantes del pueblo. De nuevo, la excusa del desconocimiento de la existencia del campo parece desmoronarse. 

Bordeando el muro de piedra, llegamos a uno de los puntos más sobrecogedores del recorrido: diversos países, asociaciones y organismos públicos austriacos han erigido aquí sus monumentos en recuerdo de las víctimas. A ellos se suman incontables pequeños homenajes particulares que van desde una foto hasta un trozo de bandera. Pero desde aquí también se divisa la cantera en la que los prisioneros eran explotados, la escalera por la que debían cargar las pesadas piedras que extraían y el barranco por el que eran empujados a capricho de los guardias.

El camino nos lleva a la puerta principal del campo, por donde se accede. A la izquierda se levantaban los barracones. A la derecha, los edificios comunes. Frente a nosotros, el amplio tramo central en el que se realizaban los recuentos y las marchas. 

Casi solos, deambulamos por las distintas zonas del campo de exterminio hasta llegar a la enfermería, donde ahora se ubica el museo. Este, por la inclusión de fotografías, entrevistas y grabaciones de los protagonistas reales, resulta más ilustrativo que el resto del conjunto, pero no alcanza el dramatismo de los edificios reales, vacíos y desnudos. 

Bajo el museo, el crematorio y la cámara de gas. Ese oscuro horno y ese amarillento habitáculo se convierten, por su significado, en uno de los puntos más inquietantes de todo el campo de la muerte.

Ya en el último tramo de la visita, encontramos nuevas muestras espontáneas de dolor y recuerdo. Y junto a ellas, un impresionante monumento con todos los nombres de quienes allí fueron víctimas de la barbarie. 

De regreso al centro de recepción cruzamos la puerta sobre la que se ubicaban la cruz gamada y el áquila imperial que representaban el poder del Tercer Reich. Una de las primera acciones de las tropas estadounidense tras la liberación del campo el 5 de mayo de 1945 fue el derribo, con la ayuda de algunos prisioneros, de estos símbolos. La guerra había terminado y, tras mucho dolor, la libertad llegaba a uno de los rincones que mejor ilustran los errores de nuestro pasado.

Pero el optimismo de esta imagen contrasta con otra que encontramos en el museo. En ella vemos uno de los muros exteriores del campo cubierto por un gran plástico blanco. Bajo él se esconde, según reza el pie de foto, una pintada con expresiones neonazis. La foto fue tomada en febrero de 2009. Y no ha sido el último caso. Esta imagen, a priori mucho más intrascendente e inofensiva que la cámara de gas, el crematorio o las alambradas, se convierte en la más impresionante de la visita. No por lo que muestra, sino por lo que implica: que el extremismo no pertenece únicamente al pasado.

Y es cierto que a la sociedad austriaca le ha costado décadas realizar la tarea de arrepentimiento, de asunción de responsabilidades y de compensación del daño. Pero no es menos cierto que, sobre todo en los últimos veinte años, los austriacos han alcanzado una reconciliación casi total con su memoria. 

Esa reconciliación no se ha logrado olvidando el pasado, sino manteniendo vivo el recuerdo. Y esa es precisamente la labor del Memorial de Mauthausen.

Periodistas vivos y libres

La primera semana de mayo de 2016 ha sido de una intensidad inusual para el periodismo. El día 3, martes, se celebraba el Día Mundial de la Libertad de Prensa, un recordatorio anual de la importancia –y por desgracia, la todavía utopía- de unos medios de comunicación libres. El día siguiente el diario El País celebraba el 40 aniversario de su fundación: cuatro décadas de periodismo inevitablemente ligadas a cuatro décadas de democracia en España. Aun hoy, con sus luces y sus sombras, es el diario de referencia en nuestro país. Y a su estela desde hace ya muchos años, un diario valiente que, ese mismo día, por primera vez desde 1994, no salía a la calle. Sus trabajadores convocaban una huelga para protestar por los 224 despidos que el grupo Unidad Editorial tiene planeados. Y para sacarle brillo a la semana, la entrega de los Premios Ortega y Gasset de Periodismo y el Premio de Novela Fernando Lara, que entregan El País y la Editorial Planeta, respectivamente.

Una celebración internacional, un aniversario, una huelga por un ERE y dos entregas de premios. Analizadas con cierta profundidad sirven para ilustrar la situación del periodismo en nuestro país de una forma bastante acertada: las reivindicaciones pendientes, la necesaria evolución de los soportes, la crisis de empleo y la diversificación y creciente concentración del sector han sido visibles a lo largo de estos días.

FOTO: ATLAS
Pero la gran alegría llegaba el sábado de forma inesperada. Los periodistas Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre eran liberados tras casi un año secuestrados en Siria. Tres periodistas valientes y comprometidos que, por fin, pueden volver a casa.

En una era en la que la información parece estar al alcance de la mano, son los periodistas que se atreven arriesgar su vida y su libertad, como hicieron Antonio, José Manuel y Ángel, los que nos demuestran que aun necesitamos profesionales que se acerquen a la realidad para contarnos lo que verdaderamente ocurre.

Necesitamos periodistas entregados que lleven a cabo una tarea ingente de análisis para descubrir qué nombres y por qué aparecen en los Papeles de Panamá.

Necesitamos periodistas responsables que sepan anteponer lo que importa, como los bombardeos sobre una campo de refugiados en Siria, frente a lo que vende, como el fútbol. Necesitamos periodistas valientes que realicen sátiras sobre Erdogan aunque eso les enfrente a la justicia de la idealizada Alemania. Necesitamos periodistas comprometidos que, desde la pluralidad, el debate y el respeto, nos proporcionen el análisis e información necesarios para poder tomar las decisiones adecuadas.

Necesitamos, si de verdad queremos democracia y libertad, que el periodismo, como Antonio, José Manuel y Ángel, siga vivo y libre. Y si necesitamos todo esto es porque todavía no lo tenemos. La entrega, la responsabilidad, la valentía y el compromiso son, en estos momentos, valores más escasos de lo que la sociedad necesita.

Pero ahora no toca lamentarse. Toca luchar por todo ello. Y toca, gracias al trabajo de quienes lo hicieron posible, alegrarnos porque tres periodistas están no solo vivos, sino libres. Y con ellos, el periodismo está un poco más vivo. Y es un poco más libre.

(Publicado en El Blog del Suscriptor de El Español)