jueves, 28 de mayo de 2015

Una película sobre sí misma

Supongo que habrá opiniones de todo tipo en lo que se refiere al cine de superhéroes, pero está claro que Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia) es ya uno de los argumentos con más peso que se han generado al calor de esta discusión. Una crítica sin piedad a los blockbusters que salvan la taquilla año tras año pero que, salvo honrosas excepciones, siguen sin aportar nada al lenguaje cinematográfico y a la búsqueda del arte.

La propuesta de Iñárritu es tan arriesgada como la aventura en la que se embarca su protagonista, un actor que alcanzó la fama dando vida a un superhéroe en el cine y que ahora desea recuperar el prestigio de su profesión con una obra de teatro en Broadway. Y es arriesgada no solo por el desafío técnico que plantea el rodaje de dos horas de película en un solo plano secuencia, sino por la capacidad que tiene de introducirnos en la mente del actor venido a menos.

Un actor venido a menos en los últimos años era, precisamente, Michael Keaton, que regresa con una fuerza insuperable, logrando la más poderosa interpretación de su dilatada carrera. La elección del que diera vida al Batman de Tim Burton parece el mejor acierto de toda la cinta. Sin desmerecer el trabajo del resto del elenco, destacando a una Emma Stone más profunda y oscura de lo que esa cara de ángel nos da a entender.

No cabe duda de que el peso de la película recae en sus magníficas actuaciones, que destacan aun más dado el minimalismo de la película: un único plano secuencia guiado por el magistral trabajo de Emmanuel Lubezki con la cámara –por algo ha ganado dos Oscar consecutivos a la Mejor Fotografía-, el backstage de un teatro neoyorquino casi como único decorado, sin más vestuario y efectos especiales que los estrictamente necesarios, y una banda sonora que se reduce al efectismo de una batería y un sonido sobrio pero inmejorable. Oposición total a las películas de superhéroes que tan poco parecen gustar a Iñárritu.

Y si el blockbuster está hecho para vender entradas y que los espectadores acudan en masa, de nuevo, Birdman se opone a esta concepción. Explora los límites de la narración, de la interpretación y del guión, pero no es una obra fácil de ver y la conexión con el público no es total. Pero, al fin y al cabo, de eso trata Birdman, de producir obras prodigiosas que consiguen llenar una sala de 800 intelectuales, pero que no logran conectar con los millones de seguidores de un superhéroe con alas de pájaro.

viernes, 22 de mayo de 2015

Para nosotros no hay campaña electoral


Hoy termina la campaña electoral. No voy a criticar el ridículo que han hecho muchos políticos; descalificándose, suplicando votos, montando en bici, repartiendo piruletas a los niños, presumiento de llenar aforos... La campaña, la jornada de reflexión o la pegada de carteles son temas que ya se han tratado y en los que no voy a entrar.

Si no voy a criticar la campaña es, en parte, porque no la he seguido demasiado. ¿Uno de los motivos? Que no puedo votar. Y como yo, muchos españoles emigrantes se han visto privados de ese derecho. La participación entre los ciudadanos españoles que residen en otros países es irrisoria –un 1,84% en las Elecciones Europeas de mayo de 2014-. Y os aseguro no es por falta de interés. Porque las personas españolas con las que más relación tengo aquí no van a votar, pero todas tienen un sentido de la política y de la democracia que quisiera en muchos de los que agitan banderitas en los mítines.

Votar desde el extranjero se convierte en una odisea, por ese motivo, muchas desisten y ni siquiera lo intentan. Otras, se quedan atrapadas entre trámites y fechas de vencimiento, no logrando figurar en las listas definitivas a pesar de haberlo intentado. Otro grupo cumple el laborioso proceso en plazo y forma pero, ¡sorpresa!, la documentación no llega a tiempo o el voto por correo se pierde.

Partimos de la base de que tras la reforma de la Ley Electoral de 2009, se eliminó la posibilidad de que los emigrados votasen en las elecciones locales. Puedo comprenderlo, porque en algunos países puedes votar en las elecciones locales al registrarte, y es lógico que a alguien que vive en Oslo le afecte más la recogida de basuras de la capital noruega que la de su antigua ciudad española.

Pero ese no es el problema. Eso es, de hecho, lo único que siempre tuve claro; que solo iba a poder votar en las Elecciones Autonómicas. El resto de la información es confusa y escasa. No se hacen públicos con claridad ni los plazos, que son demasiado cortos; ni los procesos, que son demasiado complejos. 

Yo me registré en la Embajada Española en Austria en enero, y desde entonces figuro en el Censo Electoral de Residentes Ausentes (Cera). Pero para estas elecciones de mayo era necesario hacerlo desde antes del 1 de enero, que es cuando se cerraba el censo. Tras eso, necesitaba hacer una reclamación para ser incluido en la lista para poder votar. Bien, hice mi reclamación en plazo –solo existía una semana, ente el 6 y el 13 de abril, para dicho trámite- y forma y al terminar, pregunté: “¿Esto es todo para votar?” “Esto es todo”, me respondieron. Por lo que deduje que el 24 de mayo podría acudir a la Embajada a depositar mi voto. Unas semanas después me llegó una carta de la Oficina del Censo Electoral en León en la que me comunicaban que ya no figuraba allí, sino que mi nuevo distrito electoral era la Embajada de España en Viena. Todo correcto.

Pero no estaba todo correcto. Pues los españoles emigrados debemos “rogar” el voto. Se debe hacer una petición formal para poder votar. Eso no hay que hacerlo si resides en España; es decir, quienes viven fuera tienen que rogar que se les permita ejercer un derecho. ¿No deberíamos ser todos iguales? Podría comprenderlo si supusiera un gran problema de logística, pero no es así.

En caso de haberlo sabido, también hubiera hecho este “ruego”, pero cuando en la Embajada me han dado a entender que la Reclamación “era todo”, supuse que la Reclamación habría servido directamente como ruego. Algo que, por otra parte, parece bastante obvio; ¿por qué otro motivo iba a hacer dicha Reclamación?. El plazo para la solicitar que me permitan ejercer mi derecho al voto terminó el 26 de abril.

Tras hablar con otros compañeros en mi misma situación, descubrí que no podría votar, pues ese día ya había pasado. Acudí a la Embajada para ver si existía alguna posibilidad; quien me atendió no supo decírmelo y tuvo que preguntar. Finalmente me confirmaron que era demasiado tarde para votar en estas elecciones. Y la campaña electoral ni siquiera había empezado...

Hay quienes, habiendo realizado ese ruego a tiempo, no recibieron la documentación en el plazo establecido. No era su culpa, pues los plazos son demasiado cortos contando con los posibles retrasos de los servicios de correos de todo el mundo, pero tampoco van a poder votar. También conozco gente que, en anteriores convocatorias, intentaron votar por correo desde el estranjero y su voto nunca llegó a contabilizarse. 

Yo me considero un emigrado con suerte, pues no he tenido que irme de España porque mi situación laboral fuera insostenible –es evidente que el contexto económico y social han influido en la decisión, pero no ha sido el único elemento-; de la misma forma que yo no culpo al Gobierno de mi marcha. No obstante, hay muchos ciudadanos españoles que sí se han visto empujados a hacer la maleta y muchos de ellos encuentran en las Instituciones Públicas a los culpables de eso. No hace falta un análisis demasiado exhaustivo para pensar que los grandes partidos no son los favoritos entre los emigrantes españoles. Quiero pensar que este proceso no es tan complejo para impidir a predecibles votantes “díscolos” ejercer su derecho. Pero creo que no soy el primero al que se le ha cruzado esta idea.

Nuestro amado Rajoy dice que “son exactamente 24.638” los jóvenes que han abandonado España por la crisis; el INE habla de medio millón más. Empujados por la crisis o no, lo cierto es que la cantidad de españoles en el extranjero, sobre todo jóvenes, es suficientemente grande como para pelear por que sus voces sean escuchadas, y sus votos, tenidos en cuenta. E incluso aunque fuera una sola persona, los organismos públicos deberían esforzarse para que nadie se vea privado de un derecho por el que tanto se luchó y por el que tantas personas dieron su vida.

Pero esta noche contabilizaremos cuántas personas congregó el PP en el Palacio de los Deportes de Madrid o cuántos acudieron a ver a IU en Sevilla. Y ni sumando todos esos, alcanzaremos la cifra de españoles que el domingo no podrán votar porque la burocracia se lo ha impedido.

(Publicado en Neupic)