martes, 10 de marzo de 2015

"El IVA cultural bajará del 21 al 10%"


O eso publicaba ayer el diario ABC ocupando toda su portada y con un rojo que ni los mejores tomates. Tras esta información, el secretario de Estado de Hacienda, Miguel Ferre, declaró que "no hay nada que anunciar" sobre una posible bajada del IVA cultural y Rajoy, desde Nicaragua, ha dicho que “hoy no es posible pero no se descarta para el futuro”. Independientemente de si nos creemos lo que dice ABC, no parece extraño que el Ejecutivo opte por una bajada del IVA cultural en los próximos meses en vista de los comicios que asoman en el horizonte.

La subida del IVA cultural del 8% al 21% supuso un golpe muy duro para un sector que estaba sufriendo con dureza la crisis. La piratería e Internet habían dañado al cine y la música; mientras los altos precios hacían que el teatro y otros espectáculos artísticos se resintieran. En esas estábamos cuando en septiembre de 2012 se produjo ese aumento del IVA en nada menos que 13 puntos. Era más del doble. Y la industria veía peligrar muchos puestos de trabajo.

Pero no afectó a Javier Bardem. Afectó a los pequeños exhibidores, a los grupos de múscia que estaban empezando, a las compañías de teatro más desconocidas... A los de siempre, a la clase media y baja; en este caso de un sector. Y, por supuesto, también tocó el bolsillo del español medio, que tuvo que dejar de ir al cine y de comprar música. Porque había necesidades más acuciantes.

Muchas voces del mundo de la cultura abogaban porque esta subida del IVA era una venganza del Gobierno popular por su posicionamiento contra la Guerra de Irak y que, dicen, acabó costando las elecciones de 2004 al PP. Me cuesta creer esa teoría; me inclino más por la opción de que unas personas con no demasiadas luces adoptaron una serie de medidas que quizás hubieran debido llevarse a cabo de diferente manera. A esto hay que sumar la opinión, un tanto generalizada en nuestro país, de que la cultura es algo prescindible para la sociedad.

Efectivamente, comprar un abrigo en invierno, pañales para un bebé o comer a diario son mucho más importantes que ver una obra de teatro. Pero la cultura, que es el arte, no puede ser despreciada en una sociedad. No se puede dejar de lado un sector que aporta creatividad, educación e identidad a un país. Y, en términos más prosaicos, que mueve grandes cantidades de dinero y que emplea a muchas personas.

Por eso entiendo que el IVA cultural debería bajar. No solo para salvar al sector y que pueda seguir participando de la economía espaola, sino como elemento de creación de riqueza en términos de educación, entretenimiento, creatividad y valores.

Pero esto lo digo siendo consciente de que hay muchos otros productos que deberían ver su impuesto sobre el valor añadido reducido. De hecho, considero que el IVA de artículos de primera necesidad como pañales y compresas, que también se sitúa en el 21%, debería bajar con mayor urgencia que el de la cultura. Pero eso no creo que figuer en la agenda del Gobierno. Y de eso son responsables en gran medida los medios de comunicación, que prestan más atención a las reivindicaciones de los artistas que de las madres, otorgando mayor prioridad a la cultura que a la higiene. Yo mismo reconozco mi modesta parte de culpa y confieso, que de no ser por el dichoso IVA cultural, no habría descubierto que algo tan básico e imprescindible como los pañales o los productos de higiene femenina son grabados también con un 21%.

Pero los bebés no tienen la capacidad de movilización que tienen las estrellas de la gran pantalla. Y el Gobierno sabe que la reducción del IVA cultural llenará más portadas y abrirá más telediarios que el de los pañales. Y eso, con fines electoralistas, se valora mucho. Aun así, todo lo que sea aflojar el cinturón impositivo sobre los ciudadanos será bienvenido. Aunque el único motivo para hacerlo sea seguir apoltronado en el sillón del ministerio.

(Publicado en Neupic)

miércoles, 4 de marzo de 2015

¿Qué coño pasa con los políticos?

FOTO: EFE

Las declaraciones de Pedro Sánchez desde las comarcas afectadas por las crecidas del Ebro del pasado martes se colaron en todos los medios. Pero no lo hicieron por su contenido, que es más de lo mismo en estas situaciones –el Gobierno no hace nada, pero nosotros hemos venido a ayudar a esta pobre gente porque somos mejores-, sino por la forma. "¿Qué coño tiene que pasar en este país para que Rajoy salga de Moncloa y esté con estos vecinos?" se preguntaba el líder de la oposición.

Y no es que se le escapara como le ha ocurrido a otros muchos cuando se creían a micrófono cerrado; ni fue fruto de un momento de auténtica indignación en el que las palabras salen solas. Son declaraciones medidas. De hecho, repite la frase varias veces, utilizando en tres de ellas el malsonante término. Sánchez fue a visitar esa comarca para poder recriminar al Gobierno su falta de previsión y de respuesta. Y la inclusión de la palabra “coño” le permitió ganar minutos de telediario, pudiendo mostrarse indignado y cercano a los ciudadanos.

Resulta un tanto chocante escuchar a un líder político de primera fila utilizar una expresión como esta. Pero las cosas están cambiando: los políticos españoles ya no quieren ser personajes de otro nivel, que siempre visten traje y que hablan con términos que al resto de la población le cuesta entender. Ahora quieren ser como sus votantes, la gente normal. Saben que para ganar votos deben mostrarse como uno más. Alguien digno de confianza por ser cercano al español medio. Y, como el español medio, también hay que decir palabrotas.

Cualquier cosa vale para no parecer casta y para no ser identificado con los señorones de la vieja política. Últimamente es frecuente que los políticos se quiten la corbata, que se desaliñen un poco –solo hay que ver a Pablo Iglesias-, que se hagan selfies, que pobliquen chorradas en las redes sociales, que lleven mochila, que participen en programas populares o que hagan un uso más vulgar del lenguaje. La clase política se quiere acercar a la ciudadanía. O, al menos, eso quiere aparentar.

Y es lógico que busquen ser identificados como un igual para recuperar la confianza perdida. Porque saben que la sociedad está harta de los políticos que llevan años creyéndose mejores que los ciudadanos y aprovechándose de ellos. Y es posible que esta aparente cercanía no sea mal método. Prueba es la simpatía que despiertan los líderes que se perciben más cercanos como Pablo Iglesias o Albert Rivera. Incluso Pedro Sánchez se puede mostrar satisfecho en ese tipo de encuestas.

Pero lo importante no es cómo vistan, ni qué palabras utilicen, ni si son guapos o feos, jóvenes o viejos. Lo importante es que aporten ideas y soluciones de verdad. Porque yo me pregunto: ¿qué coño tiene que pasar en este país para que empiecen a hacer algo decente de una vez y se dejen de tonterías?

(Publicado en Neupic)