jueves, 24 de enero de 2019

[Cine] Crítica: 'Polar' (2019), de Jonas Åkerlund. Asesinos de cómic

Mañana se estrena en Netflix ‘Polar’, en la que Mads Mikkelsen da vida a un asesino a sueldo que, a punto de retirarse, es perseguido por su antigua organización. La obra adapta una novela gráfica de Dark Horse Comics e introduce un tono más liviano y una estética más colorida y espectacular que las historias clásicas sobre asesinos 


Polar, Mads Mikkelsen, Netflix

Estamos a pocos meses de que se estrene la tercera entrega de ‘John Wick’ y a pocas semanas de que vea la luz en Netflix ‘The Umbrella Academy’. A lo mejor no hace falta esperar tanto, porque mañana, 25 de enero, se estrena también en Netflix una película que, en gran medida, combina ambas. ‘Polar’ es, como ‘John Wick 3: Parabellum’, la historia de un asesino infalible que busca retirarse y al que su antigua organización querrá eliminar –y que, aunque sea por poco tiempo, también tiene un perro–; y también es una adaptación, como ‘The Umbrella Academy’, de una novela gráfica de Dark Horse, en la que oscuros personajes conviven con otros mucho más coloristas y casi paródicos, y en la que una trama cruda se adereza con toques de humor negro. 

No tiene la seriedad ni la dureza de las películas protagonizadas por Keanu Reeves, pero para quienes no somos devotos aficionados al thriller de fríos asesinos ultraefectivos, resulta novedosa y juguetona, además de tener momentos y guiños muy divertidos. Sin llegar a ser una parodia, sí que es consciente de las reglas del género, jugando con ellas e introduciendo una estética novedosa. Estética que se deriva de su origen como cómic y que incluye títulos sobreimpresos con caligrafías llamativas, pantallas partidas y vestimentas muy particulares y reconocibles. A esto se suma la música de deadmau5, que le imprime un ritmo muy ágil.

Podríamos, tal vez, cuestionar la adecuación de las herramientas que utiliza para la historia que se narra, y es cierto que en ocasiones parece no encontrar su sitio al caminar entre dos estilos. Sin embargo, esto le permite jugar con los contrastes. El más interesante, el que se da entre los coloridos, cómicos y brutales perseguidores y el gris y casi anodino protagonista, que también deja, no obstante, notas de su visualmente espectacular violencia. 

Es interesante el trabajo de Mads Mikkelsen ('La Caza') y el de una melancólica e inescrutable Vanessa Hudgens, pero ni sus personajes, ni mucho menos el resto, muestran un arco evolutivo desarrollado. Son personajes bastante estereotipados, algunos de ellos hasta el extremo, lo que aligera la trama, pero le resta profundidad. Tampoco se caracteriza la película de Jonas Åkerlund por una gran inteligencia, ni por la presencia de giros de guion ni grandes sorpresas. Pero esta sencillez no juega en su contra, pues permite un visionado mucho más relajado y disfrutable –a lo que se suman esos elementos cómicos y visuales–, y evita perderse en narraciones demasiado rebuscadas e irresolubles.

Polar, Mads Mikkelsen, Netflix

Y no podemos terminar sin señalar que, al contrario que en otras obras de asesinos, no hay peleas verdaderamente emocionantes en los que el enfrentamiento físico o el cruce de disparos sea intenso. Se trata más bien de choques muy breves resueltos de manera espectacular, pero sin haberse generado una gran dosis de tensión o interés. Aquí se nota, una vez más, la influencia del cómic en la presentación. 

Influencia muy interesante y bienvenida, que refresca un tipo de cine, como son las historias de asesinos implacables y efectivos, muy marcado por unos patrones. Sin la intensidad ni la fuerza de historias como el citado ‘John Wick’ o ‘Venganza’, ‘Polar’ sabe jugar sus cartas para lograr un trabajo menos normativo, pero muy entretenido. 

Lo mejor: es realmente divertida 
Lo peor: un poco más de profundidad en la narración no hubiera estado mal 
Nota: 7/10

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

domingo, 13 de enero de 2019

[Series] Review: 'La verdad sobre el caso Harry Quebert'. Una adaptación fiel no siempre es lo mejor

‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ fue un fenómeno editorial especialmente llamativo por su narración, intercalando varias épocas y pasajes de un libro ficticio con una escritura muy ágil y adictiva. Jean-Jacques Annaud intenta aprovechar este potencial para lograr una miniserie libre y entretenida, pero menos fluida y sorprendente que la novela 



Marcus Goldman es un joven y exitoso escritor que, en medio de una crisis creativa, descubre que su profesor y mentor, el también escritor Harry Quebert, ha sido acusado del asesinato de una joven de 15 años desaparecida hace más de treinta años y con la que había mantenido una relación amorosa. Dispuesto a ayudarle, se muda a su antigua residencia en la pequeña localidad de Maine donde sucedieron los hechos para descubrir la verdad sobre un caso que algunas personas pretenderán ocultar. La combinación de acción, romance y misterio, junto al debate en torno a la creatividad del escritor y las relaciones prohibidas, convirtieron a esta historia en uno de los fenómenos literarios más populares de los últimos años, incentivado por una estructura novedosa y plagada de saltos temporales. A pesar del desafío que planteaba su construcción, tanto su agilidad como la riqueza y fuerza de la trama la convertían en un material ideal para ser adaptado a la pequeña pantalla. 

Esto nos devuelve al eterno debate sobre las adaptaciones audiovisuales de obras literarias. Esta novela plantea un notable desafío por sus abundantes saltos temporales, algunos muy breves, y por la inclusión de extractos de un libro que forma parte de la trama. También los títulos y subtítulos de cada capítulo añadían riqueza al texto. Una miniserie como la que Movistar+ ha ofrecido semanalmente desde octubre –los giros de la trama y los cliffhangers han hecho que el material fuera ideal para mantener a la audiencia cautiva durante diez semanas, hasta el 21 de diciembre, cuando se emitió el último episodio– es, a priori, la mejor alternativa para llevar la novela de Joël Dicker a una pantalla, pues permite que la extensión y la atención a los detalles sean mayores que en una película. De hecho, la fidelidad de la miniserie al libro es casi absoluta, tanto en la narración cronológica como en la mayoría de aspectos de la trama, incluso en aquellos más pequeños. 

La fidelidad como fallo y acierto 


Pero hay elementos, sobre todo los pasajes más breves y los derivados del formato de la novela, que dificultan su traslación a la pantalla. También los constantes saltos temporales resultan ligeramente más complejos en la pantalla que en el papel –en el que es más sencillo regresar atrás o recapitular, independientemente de los repasos que la serie ofrece al principio de cada episodio–. De hecho, el propio libro de Joël Dicker se convierte en un nivel adicional sobre escritores que escriben sobre escritores; algo que, al igual que la narración en primera persona por parte de Marcus Goldman, también se pierde en la adaptación a la pequeña pantalla. Al mismo tiempo, el tono o determinados aspectos de la trama, que ya resultaban inverosímiles o estereotipados en el libro, en la serie parecen hacerse más visibles y restarle más fluidez que en el texto. Es posible que detrás de estos fallos esté el intento de Annaud de mantener la fidelidad absoluta a la obra, pues, aunque le permite explotar el potencial de su historia, le impide hacerlo de una manera más libre y auténtica.


No obstante, es evidente que la trama tiene una enorme capacidad de enganchar al espectador, y en esto Annaud sí sabe medir los tiempos para que la serie se mantenga siempre entretenida y sorprendente y que resulte casi imposible desconectar de ella. Es cierto que existen pasajes más aburridos y en los que el desarrollo de los acontecimientos resulta más pesado, pero en líneas generales hay una complejidad en la historia y una cantidad de giros de guion y de líneas argumentales que resultan muy atractivos. 

Como atractivo resulta también un Patrick Dempsey que, como productor y protagonista, se convierte en el principal reclamo de la serie. Suya es la interpretación más profunda de la serie, pues el resto de personajes resultan mucho más planos –algo que ya ocurría en el libro– y hay ciertas decisiones de casting o de maquillaje que no parecen apropiadas dada la edad que algunos personajes deberían tener en un momento u otro. 

En definitiva, el libro de Joël Dicker ofrece no solo el material ideal para la adaptación, sino también una estructura y composición que resultan difíciles de trasladar a formatos no literarios. La fidelidad al original es al mismo tiempo acierto y fallo de esta miniserie que, como la mayoría de best-sellers, ofrece un entretenimiento absoluto y adictivo, pero sin grandes dosis de calidad formal ni profundidad.


(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

viernes, 11 de enero de 2019

[Series] Review: 'Lemony Snicket: Una serie de catastróficas desdichas'. Los Baudelaire y el conde Olaf saben poner punto final a sus aventuras

La tercera temporada de ‘Una serie de catastróficas desdichas’, disponible en Netflix desde el 1 de enero, adapta las últimas aventuras de la saga de novelas y cierra la serie con mayor madurez, autoconsciencia y libertad, pero explotando las particulares que desde su estreno en 2017 la convirtieron en una serie única



Con una estructura y un estilo tan particulares y definidos, con personajes excéntricos y estereotipados hasta la parodia y con una trama tan enrevesada, resulta muy adecuada la decisión de Netflix de no alargar ‘Una serie de catastróficas desdichas’ tras su tercera temporada. La serie, que ofrecía siete capítulos en esta última entrega, no ha dado muestras de agotamiento y todavía conseguía mantenerse fresca e ingeniosa, pero una mayor extensión podría haber arriesgado todos los elementos que han caracterizado la serie protagonizada por Neil Patrick Harris.

Su personaje, el conde Olaf, vuelve a ser el aspecto central y más atractivo de la serie, mostrando una profundidad mayor gracias a un pasado que ya se intuía complejo y definitorio de su carácter en la segunda temporada. También aparecerán nuevos personajes, aunque casi todos con roles muy secundarios, y, sobre todo, volveremos a encontrarnos con algunas de las figuras y escenarios de las temporadas pasadas que, al igual que Olaf, tienen un rico pasado. En este sentido, los últimos capítulos de la serie suponen un cierre muy correcto a la mayoría de historias secundarias. 

Quedan ciertos cabos sueltos y hay aspectos de la historia principal que se clausuran con menor ingenio del habitual. Tal vez la continua complicación de la trama, con elementos verdaderamente meritorios y con historias que se entrecruzan en una compleja e inteligente telaraña, llevara a situaciones casi imposibles de resolver, mas la sensación general es satisfactoria. Contribuye a ello la mayor libertad en la estructura, que rompe en parte los patrones de los episodios dobles de las anteriores temporadas. Esto motiva una evolución clara con respecto a las dos temporadas anteriores, mucho más unitarias en estilo y narración, pero en cierta medida agotadas en sus planteamientos. Este desarrollo da lugar a una serie más adulta y profunda, también más oscura y ambivalente, que sabe adaptarse para cerrar sus historias con solvencia, pero manteniendo sus señas de identidad.

Una seria que sigue siendo excepcional


Entre ellas vuelven a encontrarse escenarios y vestuarios extremos, en los que el color y la luz van ganando espacio; situaciones inverosímiles, resueltas o no por hechos igualmente increíbles; personajes caricaturizados con características o comportamientos muy marcados; abundantes toques de humor, provenientes tanto de comedia física y de la ridiculización de comportamientos como de pequeños guiños mucho más ingeniosos e inteligentes; así como cultas referencias literarias y una marcada e intencionada tendencia al sabelotodismo. Y, por supuesto, un Lemony Snicket que, como narrador resulta menos cenizo e impertinente que en el pasado, y como personaje, cierra su línea argumental de forma elegante. Con todo, es una serie menos extravagante y más madura, consciente de sus límites, aunque capaz de explotar sus inmensas peculiaridades y particularidades, pues hasta el final ha sido una producción única.


Se va en el momento adecuado, habiendo agotado las novelas publicadas por Daniel Handler bajo el pseudónimo de Lemony Snicket y manteniendo el interés por ellas hasta el final, sin caer en la tentación de alargarse más allá de la obra original y sabiendo hasta qué punto era capaz de llevar las aventuras de los Baudelaire y del conde Olaf.


(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)