lunes, 17 de abril de 2017

Crítica: 'Las sandalias del pescador' (1968), de Michael Anderson


Domingo de Resurrección. Finaliza la Semana Santa. Hoy el Papa Francisco se ha asomado al balcón de la basílica de San Pedro para ofrecer la bendición Urbi et Orbi.

Podemos considerar a Francisco como un papa atípico. Como también lo era Kiril I, el protagonista de Las sandalias del pescador. Un antiguo prisionero político en los campos de trabajos soviéticos en Siberia, enviado a Roma como asesor por el Presidente de la URSS, que había sido su antiguo carcelero. En Roma, y con la Guerra Fría amenazando con desatar un conflicto armado de dimensiones inimaginables, será nombrado cardenal poco antes de la muerte del hasta entonces papa. 

Rodada en 1968 y ambientada en la misma época, con personajes ficticios pero con una misma Guerra Fría en curso, se aleja de las superproducciones épicas que hemos abordado en días pasados. Se distancia de las obras basadas en pasajes bíblicos o ambientadas en el Oriente Medio de la Antigüedad, para situarse en la –entonces– contemporánea Europa. Huye de los efectos especiales para aprovechar en su lugar las majestuosidad de los decorados de Roma y el Vaticano. Y cambias las pomposas y teatralizadas interpretaciones por actores mucho más comedidos, sobre todo un Anthony Quinn que logra una intimísima y sentida actuación.

También se pasa de un discurso unidireccional y casi propagandístico de promoción de la Biblia y la religión a otro mucho más reflexivo. La visión de la Iglesia y sus instituciones es contradictoria, denunciando su opulencia y su desvío del mensaje de Dios, pero intentando comprender sus causas y defendiendo sus buenas intenciones. La película incluye igualmente una cierta carga de propaganda antimarxista, comprensible y habitual en los filmes estadounidenses de esos años; no obstante, es también un juicio moderado y más razonado de lo que solía suceder. Todo esto demuestra que estamos ante una película madura, capaz de realizar una crítica respetuosa y argumentada, aunque poco desarrollada dada la abundancia de tramas.


Cuatro, en concreto: pues a la historia principal de Kiril Lakota en Roma se suman el debate interno y externo de un sacerdote con una lectura heterodoxa de la doctrina católica, el conflicto chino-soviético y el drama matrimonial entre un periodista y una doctora. Finalmente ninguna parece culminarse, en todas se echa en falta algo, aunque todas consiguen aportar algo. Incluso la crisis de pareja de los Faber, la más vacía de estas tramas secundarias, ayuda a humanizar el personaje de Lakota y a ilustrar el funcionamiento y los entresijos del Vaticano.

Lo más llamativo de Las sandalias del pescador es algo que no tiene –que se sepa– ninguna relación con la cinta. En realidad, se trata de eventos que tendrían lugar más adelante y que, de alguna forma, habían sido anticipados en esta obra. Por un lado, el rechazo a la ceremonia de coronación y la imposición de la tiara papal por parte de Juan Pablo I en 1978, diez años después del estreno de la película. 

Poco después, debido al corto pontificado de este, fue elegido papa el polaco Karol Wojtyla; como Kiril Lakota, se convertiría en el primer papa no italiano tras cuatro siglos. Conocido como Juan Pablo II, Wojtyla se caracterizó por su participación en la caída del comunismo y en la llegada de la democracia tras la Guerra Fría, algo que también podemos intuir en la figura del protagonista de este filme.

Por último, quizá sea la figura de Francisco la que más se asemeje a la del ficticio papa Kiril. Francisco ha participado como mediador en diversos conflictos internacionales y su imagen puede recordar a la del papa interpretado por Anthony Quinn.

Todo esto otorga una nueva dimensión a la cinta dirigida por Michael Anderson, que goza de por sí de una brillante dirección artística, con una música, fotografía o vestuario muy cuidados, y con interpretaciones magníficas. Tanto los elementos inherentes a la película como aquellos que vienen impuestos no hacen sino reforzar el valor de una obra que puede distanciarse de las superproducciones bíblicas o romanas, pero que no queda por detrás de ellas en épica y religiosidad.


Lo mejor: su respetuosa pero certera crítica a Iglesia católica
Lo peor: que las distintas tramas no estén más desarrolladas
Nota: 8

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

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