jueves, 6 de noviembre de 2014

Una fiesta solo en el precio

Son muchas las personas que entre los días 27 y 29 de octubre que duró la Fiesta del Cine se acercaron a las salas a disfrutar de un placer que, habitualmente, no pueden o no quieren permitirse. Más de dos millones de entradas se vendieron al precio de 2,90 euros. Un nuevo récord para esta séptima edición de la Fiesta.

Para la gran mayoría, la conclusión es sencilla: la gente sigue queriendo ir al cine y si las entradas costaran todo el año este dinero muchísimas más personas acudirían a unas salas cada vez más vacías. Esa fue mi conclusión también tras la edición de 2013, la que puso a este evento en boca de todos. Pero tras las dos ediciones de este año me parece un análisis demasiado simple. No digo que esta campaña haga mal a la industria, pero creo que tampoco le hace demasiado bien.

¿Entonces por qué se adhiere el 95% de las salas a la promoción?

Pues precisamente por eso, porque es una promoción que quizás permita atraer a las salas a un público que había olvidado lo que se siente en un hall que huela a palomitas rodeado de gente o en un medio de una sala oscura con un sonido envolvente. Ojalá esa gente vuelva tras la Fiesta y pague los hasta 12 euros que se pagan en algunos cines habitualmente -que conste que con mi artículo no intento defender estos precios, me parecen aberrantes, dicho sea de paso-. El objetivo real es ese, recuperar espectadores en un corto o medio plazo, no llenar las salas durante un puñado de sesiones para así recaudar algo y que el resto de días esas salas continúen vacías.

Y esto no se ha cumplido si observamos las cifras del fin de semana que siguió a la Fiesta del Cine. Podríamos pensar que de esos casi 2,2 millones de espectadores, alguno se habría emocionado tanto con la idea del cine que habría vuelto más ilusionado que nunca durante el fin de semana. No sucedió tal cosa -ni en el fin de semana de Halloween cuando muchos acuden en busca de ciertas dosis de terror-, y las entradas vendidas fueron unas 950.000 según Rentrak Spain. Pensemos que solo el miércoles se habían cortado más 900.000 tickets.

Vale que hubiera un Madrid-Barça la tarde del sábado y que no había en cartel estrenos de grandísimo renombre, pero ya ha ocurrido en las anteriores ediciones de la Fiesta que los fines de semana anterior -aquí las cifras fueron todavía más duras puesto que muchos se reservaron el fin de semana para asistir al cine los días siguientes mucho más barato- y posterior suelen sufrir importantes descensos de espectadores. O lo que mi abuela definiría como pan para hoy, hambre para mañana. Y todavía más hambre para ayer, claro.

Otro motivo para que los cines se adhieran es que sería mucho peor no hacerlo. La alternativa es tener casi todas las salas vacías porque los espectadores están en los otros cines de la ciudad. Y eso sí que no cubre los costes.

Precios que no cubren costes

Juan Herbera analizaba en su ya clásico Desde la taquilla el reparto que se hace del precio de las entradas. Su conclusión era que un precio de 2,90 euros -o un poco superior, que viene a ser casi lo mismo- solamente permite ganar algo a los cines si se vende una cantidad ingente de entradas. Y esta cantidad es verdaderamente grande, porque incluso en estos tres días, con las colas que se han producido y con todo el furor que ha acompañado a la campaña, ha habido cines que han perdido dinero porque la asistencia a las salas no ha sido suficiente. Y es que ni siquiera concentrando la Fiesta del Cine en periodos de tiempo muy cortos se consigue llenar todas las salas.

Pero es innegable que la asistencia a las salas es masiva y, aunque agobiante, es una gozada ver tanta gente haciendo cola para ver una película. El hecho de que la promoción se concentre en tres días cada seis meses hace que la demanda sea la que es; cuando algo se reduce a una quinta parte de su precio habitual, la gente acude como loca. Cuando algo se percibe como una oportunidad casi irrepetible, el efecto llamada es más que notable. A esto se suma el ambientillo que hay en las salas y las ventajas ofrecidas por los organizadores para comprar las entradas por Internet. Pero no nos engañemos, si ese precio se mantiene constante en el tiempo, no vamos a volver a ver un miércoles con casi un millón de espectadores en nuestros cines.

No niego que con precios más bajos la asistencia a las salas aumente, pero no va a aumentar lo suficiente como para cubrir los cuantiosisímos -con "sí" extra incluido- gastos de los exhibidores: la tarifas de luz más cara de Europa, un 23% de IVA cultural, el inmenso porcentaje de las distribuidoras...

Otros factores relevantes

El precio es clave, y más en la coyuntura económica en la que nos encontramos, pero quizás las salas deban plantearse alternativas que vayan más allá del precio. Estados Unidos también está sufriendo su particular annus horribilis, lastrado por la falta de nuevas ideas y por la abundancia de secuelas, precuelas, remakes, spin-offs y reboots. El 3D, que cuando apareció casi de la mano de Avatar fue calificado como el avance más importante en el séptimo arte desde la introducción del color, se ha quedado un tanto estancado y no siempre la mejora de la experiencia sensorial justifica el sobreprecio.

Luego hay que pensar en los gastos complementarios de palomitas, refrescos y golosinas, que tampoco son baratos. La pérdida de calidad en el servicio, con menos empleados y acomodadores, y la falta de renovación en las campañas de marketing no centradas en el precio. Porque si, encima de subir los precios, el servicio no es bueno, entonces el problema se agrava.

Además, no podemos olvidarlo, es extremadamente fácil descargarse una película -legal o ilegalmente- y verla en tu salón en tu gran pantalla LCD y con la luz apagada mientras comes palomitas hechas en el microondas sin que nadie te moleste. Y es que hay cada vez más alternativas a las salas, y por mucho que baje el precio, nunca va a ser más barato que la televisión o el ordenador.

Yo he pagado recientemente 8,30€ en un cine en versión original en Austria para ver Perdida (Gone Girl, 2014, David Fincher) y la sala estaba casi llena. Vale que el nivel de vida sea más alto, pero no es una diferencia de precios tan grande. Así que habrá que buscar otras explicaciones. Algunos ejemplos pueden ser la distribución de mayor variedad de snacks y aperitivos -cierto que aquí también hay detractores, pero ampliamos la posibilidad de ingresos complementarios-; mayor importancia a las películas en VO y VOS; actividades especiales con proyección de clásicos... Son solamente algunas ideas, pero quizás sea bueno pensar en promociones más allá de las centradas en el precio.

En muchas ciudades tomarse una copa una noche es más caro que una entrada de cine. Y una entrada para un partido de fútbol, con una duración muy similar, es bastantes veces mayor que el acceso al cine. El placer que a cada uno será el que finalmente nos lleve a decidir en qué gastamos nuestros escasísimo dinero. Ojalá hubiera más personas dispuestas a pagar el precio de una entrada, fuera el que fuera, pero la afición al cine no aumentará únicamente con entradas más baratas.

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