miércoles, 7 de junio de 2017

Crítica N° 2: 'Pieles' (2017), de Eduardo Casanova


El culto a la imagen no es algo nuevo de nuestro tiempo. El retrato de Dorian Gray que escribió Oscar Wilde hace más de un siglo es solo una muestra de cómo las personas llevan preocupándose por parecer hermosas a ojos del resto desde hace ya mucho tiempo. Por eso, considerar a 'Pieles' como una cinta crítica con la importancia que la imagen física de las personas tiene en las actuales sociedades occidentales sería reduccionista, ya que la crítica se puede extender a otras culturas y épocas.

Al final, la tendencia a discriminar al que nos parece extraño está detrás de muchos de nuestros problemas como sociedad global. Porque lo deforme o monstruoso no solo nos repugna, también nos asusta, ya que no podemos comprenderlo. Pero al mismo tiempo, lo diferente, lo raro, fascina. Por eso, aunque 'Pieles' pueda producir incomodidad por momentos, tiene la capacidad de atraparnos. Que ver un cuerpo quemado, deforme o contrario a las convenciones estéticas nos resulte desagradable es la situación que la ópera prima de Eduardo Casanova aspira a denunciar; que ese mismo cuerpo nos resulte a la vez llamativo y nos invite a mirar para satisfacer nuestra curiosidad es la herramienta que el film tiene para lograrlo.

Porque sí, 'Pieles' es impactante y puede generar rechazo, mas tiene la capacidad de cautivar y de obligarnos a mirar de frente lo que en otros contextos tenderíamos a evitar. Y en esa oportunidad de observar sin máscaras o maquillaje lo que suele estar escondido encontramos una realidad con la que logramos empatizar a pesar de que pueda parecernos ajena.

Ese es el objetivo, que logremos ponernos en el lugar del otro, del que es distinto. En realidad es una temática que ya hemos visto en muchas ocasiones en el cine con filmes que retratan el racismo, la homofobia o la discriminación por razones sociales, religiosas o de género... 'Pieles' va sobre otro tipo de discriminación, quizás menos retratada, pero que resulta igualmente dolorosa para el que la sufre, solo por el hecho de contar con una apariencia física diferente.

Y diferente es precisamente el término que mejor define a esta película en un nivel formal. El aprovechamiento del montaje para conectar las historias cruzadas se une a la fotografía, que busca siempre la originalidad, jugando con los distintos planos y utilizando con frecuencia la cámara fija. La estética recuerda a menudo tanto a Pedro Almodóvar como a Wes Anderson. Y como ellos, y en esto la semejanza es innegable, la gama cromática adquiere un importante protagonismo. El color se ha convertido en la seña de identidad de la película, también en su promoción con una estrategia de marketing muy reconocible, explotando las variaciones del rosa y el violeta hasta un extremo quizás exagerado.

Y es que casi todo en la cinta lo es, intentando tensar los extremos, como queriendo probar cuánto aguantan: la narración, el monocromatismo, las interpretaciones, los defectos físicos... Todo resulta –premeditadamente– forzado. Una apuesta que debemos apreciar en un autor joven como Casanova, que todavía debe encontrar su estilo y que hace bien en explorar nuevos caminos. Quizá su falta de experiencia le haga tambalearse en algunos de los riesgos que asume, pero sin duda consigue una obra muy particular. 

Y todos estos riesgos que Casanova está dispuesto a asumir hay que agradecérselos a sus padrinos, desde Álex de la Iglesia hasta Netflix –que lleva, por cierto, distribuyendo la película fuera del mercado español desde hace bastantes semanas–. También el hecho de tratarse de un actor lo suficientemente reconocido, gracias sobre todo a su papel en la popular serie de televisión Aída, le ha permitido una presencia mediática y una campaña promocional muy necesarias para poder dar visibilidad a una cinta como esta.


Y es que si esta obra se hubiera producido en otro contexto menos glamuroso no estaríamos hablando de ella, ni siquiera sabríamos que existe. Pero lo mencionado, unido a un reparto muy conocido –con Candela Peña, Ana Polvorosa, Macarena Gómez, Jon Kortajarena, Carmen Machi o Secun de la Rosa, entre otros– y a su presencia en el Festival de Málaga y en la Berlinale, llamando la atención en ambas, le han permitido un estreno y una repercusión envidiables.

Y eso es algo que celebrar porque, más allá de tratarse de un valiente aunque mejorable producto cinematográfico, 'Pieles' nos obliga, de una forma perturbadora y directa, a replantearnos las convenciones sociales en torno a la belleza y la discriminación que se esconde tras ellas. 

La irónica prueba de ello es la censura que Instagram ejerció sobre alguno de los carteles promocionales de la obra, en los que distintos orificios corporales se entremezclan en una rosada piel. Es curioso que en la propia película lo mismo le ocurra a uno de los personajes, que tiene la boca y el orificio del ano intercambiados y que, tras subir una fotografía de su cara, Instagram se la censura porque “no cumple las normas de la comunidad”. La tiranía de lo aceptable y lo bonito en redes sociales obliga a que, quienes no cumplen las normas, se vean relegados a la marginalidad del diferente.

Y no, el culto a la imagen no es algo nuevo de nuestra sociedad. Pero sí ha cobrado una nueva dimensión. Y por eso 'Pieles' es tan necesaria.

Lo mejor: las conclusiones que se pueden extraer sobre nuestra sociedad
Lo peor: que toma demasiados riesgos y a veces no sale bien parada
Nota: 7,5

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

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