lunes, 26 de noviembre de 2018

[Cine] Obituario: Bernardo Bertolucci, o la violación y los límites del arte

Bertolucci era uno de los directores esenciales del cine italiano y europeo, con títulos fundamentales como ‘El último emperador’ (1987), ‘Novecento’ (1976) o ‘El último tango en París’ (1972). La violación real que tuvo lugar en esta última empaña la película y hasta su carrera, y nos devuelve al debate sobre los límites del arte (curiosamente, el día que Dani Mateo comparece ante un juzgado por “sonarse” con una bandera) 


Bertolucci con su estrella en el Paseo de la Fama. FOTO: AFP

Tras años de lucha contra una larga enfermedad que le había dejado en una silla de ruedas, hoy ha muerto en Roma, a los 77 años de edad, Bernardo Bertolucci. Su excelsa trayectoria fue reconocida en 2007 en Venecia, en 2011 en Cannes y en 2012 en los Premios del Cine Europeo, a lo que se suman los múltiples galardones que recibió por sus casi veinte trabajos como director y guionista. Destacan, por encima del resto, los 9 Oscars que consiguió ‘El último emperador’ en 1988, incluyendo el de Mejor director y Mejor guion adaptado. 

Artista comprometido con sus ideas, nunca escondió su tendencia comunista, como se aprecia en ‘Novecento’. El erotismo de ‘El último tango en París’ le llevó incluso a verse privado de su derecho al voto por ofensas al pudor. La sociedad italiana, uno de los países occidentales en los que el comunismo y la religión católica tienen una presencia más clara, marcaron su biografía y su cine. Hijo de un poeta, su trabajo también ha buscado la belleza, el arte y la libertad

Libertad, que, como concedía a El País Semanal en 2013 con motivo del estreno de ‘Tú y yo’, a menudo ha buscado en espacios cerrados. El mejor ejemplo de ello fue ‘El último tango en París’, en el que dos desconocidos entablan una relación puramente sexual en un piso parisino. Esta obra, que podríamos considerar maestra, es la que, en los últimos años, más polémica ha levantado en torno al genio italiano. 

Los límites del arte 


El propio Bertolucci reconoció años después que Maria Schneider había sido engañada para que la icónica escena de la mantequilla, en la que el personaje interpretado por Marlon Brando sodomiza al de una joven Schneider de 19 años, resultase más realista y que el público pudiera percibir con absoluta veracidad la rabia que sus gritos y su llanto reflejaban. El director defendía, sin mayores remordimientos, que quería que su actriz “se sintiera de verdad violada”, pues "para hacer películas, a veces, tenemos que ser completamente fríos"

La escena de la mantequilla en 'El último tango en París'

Bertolucci argumentaría que eran otros tiempos y que eso sería imposible en la actualidad. Sin dejar de ser cierto, eso no puede ser una justificación. Y menos para el cineasta, crítico o espectador actual. Esto nos lleva a enfrentarnos, una vez más, con los límites del arte. Y lo hace en un día en el que un humorista ha tenido que declarar ante un juez por “sonarse” con un trozo de tela una bandera

La libertad es esencial para crear. El arte, o es libérrimo, o no es. Pero cuando esa libertad choca contra la ley –o, mejor dicho, contra una ley justa que defiende los derechos humanos de las personas–, no hay creación posible. Ninguna obra de arte justifica una violación. Igual que tampoco justifica el asesinato o la violencia de alguien que no quiera ser asesinado o violentado. 

Más cuestionable y borroso puede ser el límite cuando se trata de la utilización de animales, el erotismo y la pornografía, las ofensas a los sentimientos –patrióticos, religiosos, políticos, de clase, regionales, científicos, futbolísticos, cinéfilos...–. La discusión está abierta en todos estos casos. Y es bueno que sea así, porque el arte y el humor deben, al menos de vez en cuando, ofender y provocar

Pero hay otros casos, y ese es el de la violación de Maria Schneider, en los que no puede haber dudas. Y no hay obra de arte que valga más que la vida o la integridad de las personas. Salvo que el creador o el artista se exponga de manera voluntaria y consciente a ello. Lo que excluiría a un torero que arriesga su vida porque así lo desea, lo que excluye a Luis XIV de Francia al convertir su agonía en un espectáculo barroco, lo que excluye a un actor que para meterse en el papel decide por sí mismo someterse a torturas como las que experimenta su personaje o lo que hubiera excluido a Maria Schneider si, voluntariamente, hubiera querido ser víctima de una violación (que en ese caso no sería tal) para dotar de realismo a su personaje. 

¿Qué hacemos con la obra de Bertolucci? 


El debate que surge ahora es qué hacer con los obituarios de Bertolucci y con su legado. Destacar su condición de director imprescindible no quita reconocer esa gigantesca mancha. Lo que ocurre con dicha mancha es que no puede separarse de la obra.

Brando y Schneider conversan con Bertolucci. FOTO: Everett Collection

Pensemos en Kevin Spacey o –presuntamente en este caso– Woody Allen. Es evidente que no podemos enfrentarnos a ‘American Beauty’ o, mucho menos, a ‘Manhattan’ de la misma forma, sabiendo cómo han obrado sus protagonistas en la realidad, aunque sí podemos trazar una línea entre sus trabajos artísticos y entre sus vidas personales. Lo de Bertolucci –y por extensión lo de Marlon Brando y el resto del equipo, aunque hoy no sea su día– es diferente, pues su violación fue un medio para llevar a cabo su arte. Un medio injustificado, pero un medio, al fin y al cabo, una estrategia que probablemente sí otorgó veracidad y fuerza a una de sus películas más trascendentes. Es decir, la obra de Bertoluccci está determinada por un comportamiento despreciable, por lo que es imposible separar ambos

¿Hace eso que toda la carrera de Bertolucci quede mancillada? ¿No debemos aproximarnos a ese comportamiento desde una perspectiva histórica en la que la violación no era percibida en los 70 como lo es hoy (aunque algunos patanes sigan sin haber evolucionado)? ¿Es verdaderamente separable el contexto y la vida privada de un artista como Spacey o Allen de su trabajo? ¿Es posible seguir considerando a ‘El último tango en París’ como una obra maestra? 

Es difícil formular respuestas totales, pero lo que resulta evidente –a mis ojos, porque esto no es ninguna verdad absoluta– es que Bertolucci sigue siendo un genio. Y de la misma forma que algunos genios pusieron su talento al servicio del mal –los extraordinarios documentales de Leni Riefenstahl se realizaron como propaganda nazi–, otros, como Bertolucci, pusieron el mal al servicio de su genio.

Fotograma de 'El último emperador'

Más allá de los límites, más éticos que legales, que debe tener el arte, el genio se mantiene, a veces incluso crece, cuando se asocia con el mal. Al contrario que en el deporte, en el que hacer trampas es claramente malo y está claramente definido, en el arte no hay unas normas establecidas, por lo que tampoco hay trampas y por lo que tampoco hay posibles descalificaciones. Un deportista tramposo puede perder sus medallas. Un artista despreciable no tiene por qué ser menos artista, lo que será es más despreciable.

‘El último tango en París’ se puede comparar, salvando las insalvables distancias, con ‘El nacimiento de una nación’ de David Griffith. Como trabajos artísticos, ambos tienen una calidad indudable, que ni los medios utilizados ni el contexto pueden empañar. Lo que debe ser absolutamente imprescindible es aproximarnos a ellos con todo el cuidado y pudor necesarios, sabiendo la oscuridad que esconden. E igual que estudiamos historia para no caer en errores del pasado, debemos seguir observando, admirando y criticando estas obras maestras para que su arte perdure y para que las barbaridades que las rodean no vuelvan a repetirse

Y en ese sentido, por desgracia y por suerte, Bertolucci y su cine son irrepetibles.


(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

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