martes, 6 de diciembre de 2016

Las mujeres y la diplomacia exterior, claves del triunfo de Van der Bellen

La victoria, más abultada de lo esperado, del progresista Alexander van der Bellen sobre el ultranacionalista Norbert Hofer en las elecciones presidenciales de Austria ha despertado numerosos análisis que sitúan a Austria como el ejemplo a seguir si se quiere frenar el ascenso de partidos populistas de extrema derecha.

FOTO: REUTERS/Leonhard Foeger
Sí es cierto que es la primera derrota de un partido ultranacionalista en los últimos dos años. Pero no es menos cierto que el hecho de haber llegado hasta donde ha llegado es una muestra de la buena salud de la que goza el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), que se erige en referente para otras formaciones como el Frente Nacional francés o el UKIP británico. La consecución de casi la mitad de los votos en la segunda vuelta y el apoyo de más del 30% del electorado en la primera no son datos para la calma. Eso, sumado a las halagüeñas perspectivas que auguran las encuestas, en las que el FPÖ cada vez se distancia más de sus perseguidores, indica que Austria permanece como un improtante bastión de la extrema derecha.

Las claves de la derrota nacionalista

Aun así la derrota de este domingo demuestra que los nacionalistas no son infalibles y que también cometen errores. El principal ha sido seguramente el enfoque de la campaña. Presentarse como el candidato de la gente contra el establishment había funcionado para diferenciarse de los dos grandes partidos tradicionales, pero no es el discurso más adecuado contra un político proveniente de Los Verdes, claramente progresistas y no menos alejados de la élite. El antagonismo entre alguien de 42 años como Hofer y un veterano como Van der Bellen, que tiene 72, tampoco ha funcionado, pues la mayoría de la juventud se ha volcado con el ecologista. Por el contrario, como defiende el instituto demoscópico Sora, su experiencia y su mejor imagen internacional han sido argumentos de peso para que los austriacos se decantaran por el candidato europeísta.

Precisamente la imagen externa ha pesado mucho a la hora de votar. Austria es un país en el que las formas y las apariencias tienen una gran importancia, por lo que la posibilidad de que en otros países les critiquen o les culpen de dar vía libre a la extrema derecha también ha influído. Precisamente el riesgo de que el ultranacionalismo regresara al poder por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial ha pesado mucho; no solo por lo que digan en el exterior, sino porque, aunque no todos y no siempre, en Austria han aprendido algo de su historia.

Ese argumento movilizó a muchos votantes, que hicieron que la participación, a pesar del hartazgo por la repetición electoral, creciera con respecto a los anteriores comicios y alcanzara el 74%. De estos votantes, han sido las mujeres las que decantaron la balanza, pues un 62% del voto femenino fue a parar al ya elegido presidente.

Y si Van der Bellen consiguió activar a su electorado ha sido en parte gracias a una campaña muy intensa, en la que el papel de las redes sociales ha sido fundamental. En su primera entrevista en ORF, la televisión pública austriaca, Van der Bellen reconocía el trascendental papel de los voluntarios que le han ayudado.

Quienes también le han apoyado han sido la mayoría de políticos y cargos públicos en Austria, como el anterior presidente, Heinz Fischer, el canciller, Christian Kern, o el alcalde de Viena, Michael Häupl, todos ellos socialistas. Ha sido en las filas de los conservadores del ÖVP donde la división ha sido mayor, pero no únicamente por su cercanía a la extrema derecha, sino por su rechazo a un candidato tan a la izquierda como Van der Bellen.

Por último, algunos fallos propios del populismo pasaron factura a Hofer: el cambio de discurso para aparentar moderación le restó credibilidad, haciendo que una parte importante de sus votantes de mayo se quedaran ahora en casa; al mismo tiempo, la ausencia de noticias sobre refugiados en los medios de comunicación durante las últimas semanas le ha impedido explotar del todo el discurso del miedo al extranjero que tan bien le estaba funcionando.

Este cúmulo de circunstancias no implican que Austria -y mucho menos Europa- se haya vacunado contra el ascenso de la extrema derecha. Se ha evitado una ola, pero la marea sigue subiendo. Aun así, si se aprovechan, quizá Austria sí nos haya dado algunas pistas sobre cómo evitar que el discurso ultranacionalista se imponga en Europa.

(Publicado en bez.es)

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