La victoria, más
abultada de lo esperado, del progresista Alexander van der Bellen sobre el
ultranacionalista Norbert Hofer en las elecciones presidenciales de Austria ha
despertado numerosos análisis que sitúan a Austria como el ejemplo a seguir si
se quiere frenar el ascenso de partidos populistas de extrema derecha.
FOTO: REUTERS/Leonhard Foeger |
Las claves de la
derrota nacionalista
Aun así la
derrota de este domingo demuestra que los nacionalistas no son infalibles y que
también cometen errores. El principal ha sido seguramente el enfoque de la
campaña. Presentarse como el candidato de la gente contra el establishment
había funcionado para diferenciarse de los dos grandes partidos tradicionales,
pero no es el discurso más adecuado contra un político proveniente de Los
Verdes, claramente progresistas y no menos alejados de la élite. El antagonismo
entre alguien de 42 años como Hofer y un veterano como Van der Bellen, que
tiene 72, tampoco ha funcionado, pues la mayoría de la juventud se ha volcado
con el ecologista. Por el contrario, como defiende el instituto demoscópico Sora, su experiencia y su mejor imagen internacional han sido argumentos de
peso para que los austriacos se decantaran por el candidato europeísta.
Precisamente la
imagen externa ha pesado mucho a la hora de votar. Austria es un país en el que
las formas y las apariencias tienen una gran importancia, por lo que la
posibilidad de que en otros países les critiquen o les culpen de dar vía libre
a la extrema derecha también ha influído. Precisamente el riesgo de que el
ultranacionalismo regresara al poder por primera vez desde la Segunda Guerra
Mundial ha pesado mucho; no solo por lo que digan en el exterior, sino porque,
aunque no todos y no siempre, en Austria han aprendido algo de su historia.
Ese argumento
movilizó a muchos votantes, que hicieron que la participación, a pesar del
hartazgo por la repetición electoral, creciera con respecto a los anteriores
comicios y alcanzara el 74%. De estos votantes, han sido las mujeres las que
decantaron la balanza, pues un 62% del voto femenino fue a parar al ya elegido
presidente.
Y si Van der
Bellen consiguió activar a su electorado ha sido en parte gracias a una campaña
muy intensa, en la que el papel de las redes sociales ha sido fundamental. En
su primera entrevista en ORF, la televisión pública austriaca, Van der Bellen
reconocía el trascendental papel de los voluntarios que le han ayudado.
Quienes también
le han apoyado han sido la mayoría de políticos y cargos públicos en Austria,
como el anterior presidente, Heinz Fischer, el canciller, Christian Kern, o el
alcalde de Viena, Michael Häupl, todos ellos socialistas. Ha sido en las filas
de los conservadores del ÖVP donde la división ha sido mayor, pero no
únicamente por su cercanía a la extrema derecha, sino por su rechazo a un
candidato tan a la izquierda como Van der Bellen.
Por último,
algunos fallos propios del populismo pasaron factura a Hofer: el cambio de
discurso para aparentar moderación le restó credibilidad, haciendo que una
parte importante de sus votantes de mayo se quedaran ahora en casa; al mismo
tiempo, la ausencia de noticias sobre refugiados en los medios de comunicación
durante las últimas semanas le ha impedido explotar del todo el discurso del
miedo al extranjero que tan bien le estaba funcionando.
Este cúmulo de
circunstancias no implican que Austria -y mucho menos Europa- se haya vacunado
contra el ascenso de la extrema derecha. Se ha evitado una ola, pero la marea
sigue subiendo. Aun así, si se aprovechan, quizá Austria sí nos haya dado algunas
pistas sobre cómo evitar que el discurso ultranacionalista se imponga en
Europa.
(Publicado en bez.es)
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