miércoles, 25 de febrero de 2015

Premios y discursos políticos

Tenemos todavía en nuestras retinas las imágenes de la gala de entrega de los premios Oscar el pasado domingo. Y tampoco queda lejos la ceremonia de los Goya. Es buen momento para realizar algunas valoraciones sobre ambas y sobre la presencia de elementos de tinte político en ellas.

Los premios españoles se caracterizaron por un marcado triunfalismo tras un año de récord en el que casi 21 millones de espectadores compraron una entrada para ver una película hecha en España. Los 123 millones de euros recaudados suponían más de un 25% de la taquilla total. Datos muy positivos que se remarcaron una y otra vez durante la interminable gala.

Quizá por ese motivo, salvo en lo referente al IVA cultural del 21%, no hubo excesivas alusiones políticas durante la ceremonia. Al contrario que otros años, de lo que más se habló fue de cine. Eso alegró a gran parte de la audiencia, que veía la gala como aficionados al cine más que a la política. Pero enfadó a algunos sectores que demandan que las estrellas del celuloide actúen como referentes de la sociedad y den voz y denuncien fenómenos como la corrupción política o los desahucios.

En Estados Unidos, por su parte, se llegaba a los Oscar con un año más flojo que el anterior, especialmente debido a una pésima taquilla durante el verano. 2014 había estado marcados por la falta de ideas, con gran cantidad de secuelas y adaptaciones entre las películas más exitosas, y por un considerable descenso de la calidad de las producciones.

En cualquier caso, estos datos tampoco preocupaban a la Academia, que se sabe la reina del mambo y que ve que su liderazgo es incuestionable. No existe una industria cinematográfica como la de Hollywood. Y no se prevé que pueda haberla en un futuro cercano.

Lo que sí preocupa son las acusaciones de racismo y machismo que se han producido recientemente. Hubo actrices que denunciaron la dificultad de las mujeres para encontrar papeles una vez que llenan a la madurez. Y hubo fuertes críticas por la ausencia de intérpretes negros o latinos entre los nominados, así como por la teórica discriminación a la película Selma, centrada en la figura de Martin Luther King.

Quizá por eso este año se tocaron muchos temas controvertidos. Neil Patrick Harris comenzó la gala aludiendo a la exclusión racial en Hollywood. La ganadora del Oscar a Mejor Actriz de reparto, Patricia Arquette, reivindicó la igualdad salarial entre hombres y mujeres. El mexicano Alejandro González Iñárritu recibió de manos de Sean Penn el premio a la Mejor Película por Birdman, por la que había Ganado previamente el Oscar al Mejor Director; tanto Pean como Iñárritu se refirieron al problema de la inmigración. Graham Moore, que se llevó el Oscar a Mejor Guión Adaptado por The Imitation Game -sobre el genial matemático británico Alan Turing-, denunció las dificultades que tanto el protagonista de la película como él mismo habían sufrido por su condición de homosexuales.

Estas referencias, que van más allá de lo meramente cinematográfico, puede que no gustaran a los puretas que quieren que la política no sea protagonista en este tipo de eventos. En la otra cara de la moneda, hubo muchas voces que se mostraron encantadas con estas reivindicaciones.

Entonces, ¿política en las galas de entrega de premios sí o no? Pues hay momentos para cada cosa. Igual que hay personas y formas. ¿Son los Oscar o los Goya un buen momento? ¿Qué personas y de qué formas pueden implicarse?

Cuando el guionista Graham Moore defiende al colectivo de homosexuales, claramente marginado en muchas sociedades, tras ser premiado por una película inspirada en un homosexual, habiendo sido el propio Moore víctima de acoso por su orientación sexual y con un discurso respetuoso, sutil y optimista, yo me quito el sombrero. Estamos ante un claro ejemplo de cómo una reivindicación socio-política puede –y debe- estar presente en una gala cinematográfica.

Pero si Pedro Almodóvar saluda a todos los “amigos del cine y la cultura” y añade que el ministro Wert “no está incluido”, vemos que se da el caso contrario.

Así, mientras en los Goya se miraban únicamente su ombligo reivindicando el cine español y pidiendo que se rebaje el IVA cultural, pero sin apenas referencias a la complicada situación del país, en los Oscar se recordaba a los enfermos de ELA, los homosexuales, los inmigrantes o las mujeres. A la persona de a pie le da prácticamente igual si el cine español va bien o si Almodóvar es un maleducado, pero sí le preocupa que se discrimine a personas por su orientación sexual o que la igualdad salarial todavía no sea un hecho. Y eso hay que denunciarlo. También entre el glamour de las alfombras rojas.


(Publicado en Neupic)

lunes, 16 de febrero de 2015

No tienen futuro

En un vídeo hecho público este domingo los terroristas del autodenominado Estado Islámico advierten a los "cruzados" que solo alcanzarán seguridad en sus sueños. Este aviso lo realizan antes de decapitar brutalmente a 21 cristianos coptos en una playa de Libia.

Cruzados. El término se gestó para referirse a quienes participaron en las Cruzadas, las campañas llevadas a cabo en la Edad Media para enfrentarse a los enemigos de la Cristiandad y recuperar Tierra Santa. Lo cierto es que entonces, como ahora, también se cometieron innumerables salvajadas en nombre de un dios. 

Las semejanzas son abundantes y no parece descabellado comparar aquellas guerras santas cristianas con la guerra santa de los yihadistas actuales. En ambos casos la misión es imponer una religión gracias a las armas -sean espadas o kalashnikovs-. Y en ambos casos esa religión que se impone debe convertirse en ley y regir la vida de todas las personas -sea el derecho canónico o sea la sharia-. Las diferencias residen básicamente en las posibilidades técnicas y el alcance y la repercusión de las matanzas llevadas a cabo por los radicales, ya sea en nombre de una cruz o de una luna.

Con esto se podría afirmar que los terroristas del Estado Islámico y de cualquier fundamentalismo religioso que pretenda imponer sus creencias por la fuerza son no solo salvajes, sino que son RETRASADOS. Y eso es algo que tiene que ser difícil de asumir, porque nadie quiere aceptar que forma parte del pasado. Por eso aprovechan las modernas técnicas propagandísticas y los estudios sobre la materia, la globalización del mundo, el acceso a las redes sociales o las herramientas de rodaje y edición de vídeo para intentar engrosar sus filas y para que sus atrocidades impresionen y asusten a todo el planeta.

Es cierto que en muchos países, sobre todo de mayoría musulmana, todavía es muy importante el poder que acumulan las instituciones religiosas y la influencia de las leyes del derecho islámico. E incluso en los países occidentales hay quienes todavía buscan imponer sus leyes sagradas a los demás. Pero el futuro no les pertenece. Estos comportamientos están condenados a extinguirse porque desde la Ilustración las sociedades tienden hacia la laicidad y el respeto de las libertades, incluyendo la libertad religiosa, de forma que todos podamos profesar nuestras distintas creencias en paz y armonía.

Y es horrible que en la actualidad se decapiten personas en el norte de África, que se dispare a periodistas y policías en Francia o en Dinamarca, que se secuestre a niñas en Nigeria o que se criminalice a los homosexuales en Rusia. Son hechos que reflejan un pasado que, por suerte, se acabará. Por eso los radicales tienen miedo, porque saben que pertenecen al pasado. Porque saben que no tienen futuro. Y quizá habría que demostrárselo.

(Publicado en Neupic)