Tenemos todavía
en nuestras retinas las imágenes de la gala de entrega de los premios Oscar el
pasado domingo. Y tampoco queda lejos la ceremonia de los Goya. Es buen momento
para realizar algunas valoraciones sobre ambas y sobre la presencia de
elementos de tinte político en ellas.
Los premios
españoles se caracterizaron por un marcado triunfalismo tras un año de récord
en el que casi 21 millones de espectadores compraron una entrada para ver una
película hecha en España. Los 123 millones de euros recaudados suponían más de
un 25% de la taquilla total. Datos muy positivos que se remarcaron una y otra
vez durante la interminable gala.
Quizá por ese
motivo, salvo en lo referente al IVA cultural del 21%, no hubo excesivas
alusiones políticas durante la ceremonia. Al contrario que otros años, de lo
que más se habló fue de cine. Eso alegró a gran parte de la audiencia, que veía
la gala como aficionados al cine más que a la política. Pero enfadó a algunos
sectores que demandan que las estrellas del celuloide actúen como referentes de
la sociedad y den voz y denuncien fenómenos como la corrupción política o los
desahucios.
En Estados
Unidos, por su parte, se llegaba a los Oscar con un año más flojo que el
anterior, especialmente debido a una pésima taquilla durante el verano. 2014
había estado marcados por la falta de ideas, con gran cantidad de secuelas y
adaptaciones entre las películas más exitosas, y por un considerable descenso
de la calidad de las producciones.
En cualquier
caso, estos datos tampoco preocupaban a la Academia, que se sabe la reina del
mambo y que ve que su liderazgo es incuestionable. No existe una industria
cinematográfica como la de Hollywood. Y no se prevé que pueda haberla en un
futuro cercano.
Lo que sí
preocupa son las acusaciones de racismo y machismo que se han producido
recientemente. Hubo actrices que denunciaron la dificultad de las mujeres para
encontrar papeles una vez que llenan a la madurez. Y hubo fuertes críticas por
la ausencia de intérpretes negros o latinos entre los nominados, así como por
la teórica discriminación a la película Selma, centrada en la figura de Martin
Luther King.
Quizá por eso
este año se tocaron muchos temas controvertidos. Neil Patrick Harris comenzó la
gala aludiendo a la exclusión racial en Hollywood. La ganadora del Oscar a
Mejor Actriz de reparto, Patricia Arquette, reivindicó la igualdad salarial
entre hombres y mujeres. El mexicano Alejandro González Iñárritu recibió de
manos de Sean Penn el premio a la Mejor Película por Birdman, por la que había
Ganado previamente el Oscar al Mejor Director; tanto Pean como Iñárritu se
refirieron al problema de la inmigración. Graham Moore, que se llevó el Oscar a
Mejor Guión Adaptado por The Imitation Game -sobre el genial matemático
británico Alan Turing-, denunció las dificultades que tanto el protagonista de
la película como él mismo habían sufrido por su condición de homosexuales.
Estas
referencias, que van más allá de lo meramente cinematográfico, puede que no
gustaran a los puretas que quieren que la política no sea protagonista en este
tipo de eventos. En la otra cara de la moneda, hubo muchas voces que se
mostraron encantadas con estas reivindicaciones.
Entonces,
¿política en las galas de entrega de premios sí o no? Pues hay momentos para
cada cosa. Igual que hay personas y formas. ¿Son los Oscar o los Goya un buen
momento? ¿Qué personas y de qué formas pueden implicarse?
Cuando el
guionista Graham Moore defiende al colectivo de homosexuales, claramente
marginado en muchas sociedades, tras ser premiado por una película inspirada en
un homosexual, habiendo sido el propio Moore víctima de acoso por su
orientación sexual y con un discurso respetuoso, sutil y optimista, yo me quito
el sombrero. Estamos ante un claro ejemplo de cómo una reivindicación
socio-política puede –y debe- estar presente en una gala cinematográfica.
Pero si Pedro
Almodóvar saluda a todos los “amigos del cine y la cultura” y añade que el
ministro Wert “no está incluido”, vemos que se da el caso contrario.
Así, mientras en
los Goya se miraban únicamente su ombligo reivindicando el cine español y
pidiendo que se rebaje el IVA cultural, pero sin apenas referencias a la
complicada situación del país, en los Oscar se recordaba a los enfermos de ELA,
los homosexuales, los inmigrantes o las mujeres. A la persona de a pie le da
prácticamente igual si el cine español va bien o si Almodóvar es un maleducado,
pero sí le preocupa que se discrimine a personas por su orientación sexual o
que la igualdad salarial todavía no sea un hecho. Y eso hay que denunciarlo.
También entre el glamour de las alfombras rojas.
(Publicado en Neupic)
No hay comentarios:
Publicar un comentario