jueves, 5 de noviembre de 2015

Un ejemplo. El futuro


Mañana viernes 6 de noviembre se estrena en los cines españoles Él me llamó Malala (He Named Me Malala, Davis Guggenheim 2015), la historia de Malala Yousafzai, que el año pasado recogió el Nobel de la Paz "por su lucha contra la supresión de los niños y jóvenes y por el derecho de todos los niños a la educación", convirtiéndose así en la persona más joven en recibir el prestigioso galardón en cualquiera de sus categorías.

A sus diecisiete años, Malala ya contaba con una historia tan dramática como inspiradora: con once años había comenzado a escribir un blog para la BBC denunciando la imposibilidad de las niñas de su región, en el Valle del Swat pakistaní, de asistir a la escuela. Este mensaje, y los que siguieron desde entonces, no gustaron a los talibanes, que atentaron contra ella un día cuando regresaba a su casa del colegio. Tenía quince años. Este ataque estuvo a punto de costarle la vida, pero tras una larga y compleja recuperación, Malala se recuperó. Lejos de acallar sus denuncias, el ataque logró que Malala se convirtiera en una de las voces más destacadas en la lucha por la educación de los niños y niñas de todo el mundo. En la actualidad, con dieciocho años, Malala reside en el Reino Unido con su familia y asiste a clase a diario en su colegio de Birmingham. Ella y su padre siguen amenazados de muerte por haber luchado por una causa justa.

El documental que mañana llega a los cines se adentra en esta historia, tan extraordinaria que, más que un documental, debería haberse reflejado en una auténtica película de superheroínas. Y es que esa es la única definición posible para esta niña, para esta mujer valiente que se enfrentó a siglos de injusticia y pidió, sin que le temblara la voz, que las niñas también tuvieran acceso a la educación en su Pakistán natal.

Allí, como en muchos otros lugares, los radicales, los cobardes quisieron callarla de la única forma que saben: con un disparo. Pero esos retrasados no fueron capaces de prever que su intento de asesinato y sus amenazas multiplicarían el eco de una voz que tiene la calma y la seguridad de quien se sabe responsable del futuro de millones de niños y niñas. Una voz que no se entrecorta cuando tiene que reclamar, ante las personas más poderosas del planeta, los derechos básicos de las más debiles. La voz de Malala no es estridente, no grita ni interrumpe, pero tampoco titubea ni se amedrenta. Esa voz no es importante por sí misma, sino por su mensaje y por su ejemplo, porque ella muestra el camino para quienes quieren cambiar el mundo. Y porque es la voz de aquellos a quienes no les dejan tenerla. Una voz que habla de perdón, de educación, de igualdad y de futuro.

Porque eso es lo que representan Malala y su fundación: el futuro. Un futuro para los niños y niñas del mundo que solo se abre a través de la educación y la igualdad de oportunidades. Un futuro que todavía no se vislumbra para muchos niños y, sobre todo, niñas de este planeta. Un futuro que es todavía un sueño.

Un sueño en el que los niños y las niñas de todos los países del mundo tienen acceso a la educación. Un sueño por el que han luchado muchas personas antes que Malala y por el que seguirán luchando muchas más hasta que se haga realidad. Porque este sueño, el sueño de una niña de once años que quería ir al colegio, es un sueño por el que vale la pena luchar.

(Publicado en Neupic)

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