Mañana viernes 6
de noviembre se estrena en los cines españoles Él me llamó Malala (He Named Me Malala, Davis Guggenheim
2015), la historia de Malala Yousafzai, que el año pasado recogió el Nobel de
la Paz "por su lucha contra la supresión de los niños y jóvenes y por el
derecho de todos los niños a la educación", convirtiéndose así en la
persona más joven en recibir el prestigioso galardón en cualquiera de sus
categorías.
A sus diecisiete
años, Malala ya contaba con una historia tan dramática como inspiradora: con once
años había comenzado a escribir un blog para la BBC denunciando la
imposibilidad de las niñas de su región, en el Valle del Swat pakistaní, de
asistir a la escuela. Este mensaje, y los que siguieron desde entonces, no
gustaron a los talibanes, que atentaron contra ella un día cuando regresaba a
su casa del colegio. Tenía quince años. Este ataque estuvo a punto de costarle
la vida, pero tras una larga y compleja recuperación, Malala se recuperó. Lejos
de acallar sus denuncias, el ataque logró que Malala se convirtiera en una de
las voces más destacadas en la lucha por la educación de los niños y niñas de
todo el mundo. En la actualidad, con dieciocho años, Malala reside en el Reino
Unido con su familia y asiste a clase a diario en su colegio de Birmingham.
Ella y su padre siguen amenazados de muerte por haber luchado por una causa
justa.
El documental que
mañana llega a los cines se adentra en esta historia, tan extraordinaria que,
más que un documental, debería haberse reflejado en una auténtica película de
superheroínas. Y es que esa es la única definición posible para esta niña, para
esta mujer valiente que se enfrentó a siglos de injusticia y pidió, sin que le
temblara la voz, que las niñas también tuvieran acceso a la educación en su
Pakistán natal.
Allí, como en
muchos otros lugares, los radicales, los cobardes quisieron callarla de la
única forma que saben: con un disparo. Pero esos retrasados no fueron capaces
de prever que su intento de asesinato y sus amenazas multiplicarían el eco de
una voz que tiene la calma y la seguridad de quien se sabe responsable del
futuro de millones de niños y niñas. Una voz que no se entrecorta cuando tiene
que reclamar, ante las personas más poderosas del planeta, los derechos básicos
de las más debiles. La voz de Malala no es estridente, no grita ni interrumpe,
pero tampoco titubea ni se amedrenta. Esa voz no es importante por sí misma,
sino por su mensaje y por su ejemplo, porque ella muestra el camino para
quienes quieren cambiar el mundo. Y porque es la voz de aquellos a quienes no
les dejan tenerla. Una voz que habla de perdón, de educación, de igualdad y de
futuro.
Porque eso es lo
que representan Malala y su fundación: el futuro. Un futuro para los niños y niñas del mundo
que solo se abre a través de la educación y la igualdad de oportunidades. Un
futuro que todavía no se vislumbra para muchos niños y, sobre todo, niñas de
este planeta. Un futuro que es todavía un sueño.
Un sueño en el
que los niños y las niñas de todos los países del mundo tienen acceso a la
educación. Un sueño por el que han luchado muchas personas antes que Malala y
por el que seguirán luchando muchas más hasta que se haga realidad. Porque este
sueño, el sueño de una niña de once años que quería ir al colegio, es un sueño
por el que vale la pena luchar.
(Publicado en Neupic)
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