Si la primera temporada de Grace and Frankie había estado marcada por la sencillez, comenzando casi en la nada absoluta y ganando profundidad e interés a medida que avanzaban los capítulos, esta segunda se ha caracterizado por un mayor dramatismo y complejidad. No ha existido la misma tendencia hacia mayores cotas narrativas, sino que los trece episodios se han movido en el mismo nivel que había alcanzado el final de la primera tanda.
Los capítulos se han relacionado mucho más entre sí a través del mismo hilo conductor. Si en la primera temporada no pasaba nada por saltarse un episodio, en esta segunda sí que habría una pérdida considerable de información para poder seguir la trama.
Y es que los temas que se han tratado han gozado de una complejidad que, para abordarla, hace falta sobrepasar los 30 minutos de cada capítulo. La enfermedad y la muerte, la amistad, la maternidad y las relaciones paterno-filiales, el amor y el desamor o el balance entre familia y negocios se han reflejado con notable intensidad.
Así, hemos visto algunos finales un tanto duros y episodios más propios de una serie dramática que de una sitcom cómica. Y es comprensible; por mucha ligereza que se quiera imprimir, la vejez lleva asociados elementos como la soledad o la enfermedad de los que es muy difícil prescindir. De esta forma, Grace and Frankie ha ganado realismo y madurez.
Mas para ello ha perdido parte del encanto inicial: la sencillez y ligereza con la que se trataban los temas ha dado paso a una mayor intensidad. Así, cuando algo concebido como comedia ligera se adentra en profundas reflexiones sobre temas complejos, pierde su esencia y parte de su atractivo, pues ni logra una suave diversión ni un hondo debate -aunque en ocasiones se aproxima con gran acierto hacia este último-.
No obstante, ha habido humor, y varios de los los instantes más desternillantes de la serie se encuentran en esta segunda temporada. Y por supuesto, estos han venido de la mano de Frankie, que sigue interpretada magníficamente por Lily Tomlin.
Tanto ella como Jane Fonda han cedido cierto protagonismo a los secundarios, con la introducción de nuevos personajes y con un guión que ha prestado más atención a Sol y a Robert, que no solo han ganado minutos, sino peso narrativo. Sin embargo, sigue siendo con el dúo Fonda-Tomlin en pantalla cuando la serie alcanza todo su esplendor.
Y esto solo ha ocurrido en momentos muy puntuales de la temporada -incluyendo, eso sí, un final bastante épico-. Netflix ha optado por un ambicioso intento de dotar de nuevos niveles a la serie, pero ha sacrificado la sencillez y la sensación de normalidad, que fueron sus mayores bazas durante la primera temporada. Mañana comienza la tercera; veremos si las recupera.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
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