La noche del 23
de febrero de 1981, la noche en la que se produjo el infame intento de golpe de
estado en España, es popularmente conocida como la Noche de los Transistores.
Recuerdo a mi madre explicarme el porqué de esta denominación: muchas personas
siguieron los sucesos que tenían lugar en Madrid y en otros puntos de la
geografía española a través de la radio. Esa noche muchas personas no durmieron
sabiendo que la democracia volvía estar en peligro en España.
Hoy comprendo
mejor a esa generación de jóvenes a la que pertenecían mis padres y que vivió
aquellos hechos con el miedo de que la todavía reciente e insegura democracia
volviera a derrumbarse. Hoy yo estoy viviendo una noche similar, en la que la
democracia, la libertad y la seguridad han vuelto a ser atacadas.
Todos somos hijos
e hijas de nuestra generación, forjados por la Historia que nos toca en suerte.
Y lo que hoy yo vivo con miedo, nerviosismo e impotencia, es lo que vivieron
otros jóvenes cuando Londres, Madrid o Estados Unidos fueron atacados por
grupos terroristas el 7 de julio de 2005, el 11 de marzo de 2004 y el 11 de
septiembre de 2001, respectivamente. La misma experiencia de quienes siguieron
el desarrollo del 23-F a través de los transistores.
Hoy esta
generación experimenta vulnerabilidad ante la facilidad con la que se puede
sembrar el caos en una de las principales urbes del planeta. Y siente miedo
ante la posibilidad de que la seguridad que tomamos por garantizada deje de
estarlo. Esta noche todos hemos sentido miedo porque hemos visto que nuestra
libertad se ha visto atacada de forma inesperada, bárbara, sangrienta y
violenta. De forma irracional, inútil y cobarde.
Eso es lo que los
monstruos querían: que el miedo campara a sus anchas por el mundo entero igual
que los terroristas habían campado a las suyas por las calles de París. El
miedo ha sido un sentimiento esencial esta noche en todo Occidente. Pero
conviene recordar algo muy importante que leí en Facebook hace un momento, y es
que el terror vivido esta noche en París es el terror que hace huir a quienes
muchos quieren negar la entrada en nuestras fronteras.
Ese es el desafío
que se plantea ahora: responder al terror con entereza y justicia,
diferenciando a los verdaderos responsables, a los fanáticos, del resto de las
personas, y sabiendo que el Islam, el de verdad, es todo lo contrario a lo que
unos locos pretendieron imponer esta noche.
Ahora nos toca
demostrar que seguimos siendo libres, que siempre vamos a serlo y que
lucharemos hasta que todas las personas del mundo lo sean. Y cantaremos la
Marsellesa, y nos manifestaremos, y escribiremos mensajes de repulsa en las
redes sociales, y rezaremos por las víctimas y sus familias, y abriremos las
puertas de nuestras casas a quienes huyan de la barbarie. Haremos todo lo que
sea necesario hasta que quienes quieren imponer con las armas su locura
descubran que no tienen nada que hacer.
Somos los hijos
de una generación que hoy se sorprende, se asusta y se escandaliza por lo
ocurrido en París. Somos los responsables de que nadie tenga que seguir
viviendo esa tragedia, ni en París, ni en Alepo, ni en Kabul. Porque las
víctimas de París no valen más que las víctimas que se suceden sin parar en
ciudades donde el terror ya no es noticia.
Esta noche, además de las dolorosas víctimas, han
atacado nuestra libertad. Pero los radicales no se dan cuenta de eso. Ellos
solo conocen la violencia como medio para imponer ideas y creencias. Ellos no
saben lo que significa la palabra “libertad”. Es hora de que lo aprendan.
(Publicado en Neupic)
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