Hablábamos hace unos días de la película Una serie de catastróficas desdichas, protagonizada por Jim Carrey en 2004. Hoy toca centrarnos en la serie homónima protagonizada por Neil Patrick Harris y que se centra en los cuatro primeros volúmenes de las populares novelas publicadas por Daniel Handler bajo el seudónimo de Lemony Snicket.
Aunque con una atmósfera menos oscura y más alejada del gótico estilo de Tim Burton que caracterizaba a la película, la serie de Netflix también ofrece un sugestivo pasatiempo para disfrutar este Halloween. De hecho, resulta mucho más atractiva y entretenida que el largometraje de Brad Silberling, prestando una atención extraordinaria a los detalles y con interpretaciones mucho mejores.
En especial la de un inspiradísimo Neil Patrick Harris, que consigue dar vida a un Conde Olaf mucho más complejo y expresivo que el de Jim Carrey. Y llama la atención que, aunque ambos actores se ciñen casi por completo a sus particulares y extravagantes estilos, el personaje de Carrey se vuelve repetitivo y pesado, mientras el de Harris despliega una gama mucho mayor de movimientos, juegos de voz y expresiones. También los secundarios tienen papeles más interesantes en la serie, probablemente debido a las mayores posibilidades de desarrollo que ofrecen ocho capítulos de 50 minutos con respecto a una película de 90. Esto permite un mayor aprovechamiento de las peculiaridades y marcados caracteres de unos personajes que en la obra de 2004 se veían demasiado limitados.
Del mismo modo cabe destacar el guion de la adaptación televisiva, pues explota mucho más las tramas complementarias y derrocha ingenio con referencias culturales –tanto tradicionales como contemporáneas– y guiños cómicos que dotan de profundidad y chispa a la historia. Y es que ese es el verdadero punto fuerte de la serie, su clara orientación a la comedia, siendo aquí el aspecto visual mucha más secundario. Es así como Neil Patrick Harris y el inteligente e irónico guion pueden ser completamente aprovechados.
Es cierto que, en el lado negativo de la balanza, debemos mencionar las actuaciones de los tres niños protagonistas, algo más flojas que en la película, y una producción visual que, si bien es llamativa, resulta menos novedosa. También la narración, que mejora de forma notable en comparación con la película, sigue teniendo momentos tediosos. Sobre todo, cuando entra en escena Lemony Snicket, el narrador, que añade otro elemento cómico y original al entremezclarse mucho más con la historia, pero que la ralentiza en exceso.
Mas, a pesar de estas apreciaciones finales, Una serie de catastróficas desdichas es mucho mejor como serie que como película. Y asumo mi responsabilidad por haber presentado esta crítica como una comparación, pero, igual que el largometraje de 2004 no podía escapar de su condición de heredera del cine de Tim Burton, esta serie no consigue escapar del todo de su predecesora.
No obstante, atractivos le sobran para poder hacerlo y las prometidas segunda y tercera temporadas tienen potencial para conseguir una identidad propia y para seguir mostrándonos con ese toque tan divertido e ingenioso qué misterios se esconden detrás de los Baudelaire y qué artimañas planea el Conde Olaf para continuar esta serie de catastróficas desdichas.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)