La idea de
infinito se nos escapa a casi todos; solo una profunda creencia religiosa o un
amplio conocimiento matemático nos pueden acercar a ella. Srinivasa Ramanujan
disponía de ambas. El hombre que conocía el infinito (The Man Who Knew
Infinity, 2015, Matt Brown), un biopic centrado en la vida de uno de los más
trascendentales matemáticos del siglo XX, es precisamente eso, matemático. No
por su abundancia de números y demostraciones, que de hecho serán echadas en
falta por los conocedores de la materia, sino por su búsqueda de la exactitud,
el orden, la simplificación y la pulcritud. No hay artificio en la obra, pero
tampoco hay fallos, todo es tan previsible como correcto. El viaje, la guerra,
la enfermedad, el choque cultural, el proceso de aceptación, los
descubrimientos, el acercamiento y amistad de Hardy y Ramanujan. Nada es
novedoso, pero en todo momento encontramos la misma meticulosidad y
profesionalidad que las demostraciones matemáticas exigen. Solo al salirnos de
las matemáticas, el entrar en la filosofía, nos encontramos con elementos más
novedosos o sorpresivos con la figura de Bertrand Russell.
A pesar de que el
protagonista es Ramanujan, interpretado por Dev Patel, el actor hindú por
excelencia fuera de Bollywood, la cinta se centra en la figura de Hardy, con un
notable Jeremy Irons. Comprender los razonamientos y lo que de verdad ocurría
en la cabeza de Ramanujan parece imposible, por eso la historia vuelve sus ojos
hacia Hardy, en quien podemos identificarnos para intentar comprender al
matemático de Madras. Por eso no descubrimos cómo lograba sus fórmulas, sino
que vemos cómo Hardy aprende a aceptarlas. Por eso no vislumbramos la verdadera
aportación de Srinivasa a las matemáticas, sino que apreciamos la marca que
dejó en su mentor.
Gracias a esta
cinematográfica aproximación conseguimos acercarnos a una figura de gran
complejidad, con una película capaz de despertar nuestro interés por las
matemáticas, de entretenernos y de enseñarnos un par de cosas. No es
trepidante, pero sí es atractiva para el espectador medio, que es posible que
descubra en esta cinta las particiones o la peculiaridad del número 1729.
Y quizás sea una referencia demasiado sencilla por sus protagonistas hindúes y por la presencia de las matemáticas, pero el mayor valor de El hombre que conocía el infinito no es explicarnos quién era Ramanujan ni ilustrarnos (muy someramente) sobre alguna de sus aportaciones, sino conseguir lo que no consigue La vida de Pi (Life of Pi, 2012, Ang Lee); hacernos creer, como a Hardy, en un Dios. Porque, al fin y al cabo, perfección e infinito son valores que solo existen en las matemáticas y la religión.
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