En el periódico
de ayer, en el del verano pasado, lo que nos ocupaba era la crisis de los
refugiados. Cientos, miles de personas intentaban llegar a Europa huyendo de la
guerra, la violencia y la miseria. Fue ya casi en septiembre, con la vuelta al
cole, cuando los medios de comunicación españoles centraron de verdad el foco
en este drama, cimentado durante los meses estivales por naufragios, llegadas
masivas y cierres de fronteras.
En medio del
drama, fue una historia aparentemente irrelevante la que consiguió emocionarme.
Tras el cierre de la frontera entre Hungría y Austria, un coche en el que
habían conseguido cruzar algunos refugiados fue parado por la policía
austriaca. Un agente se aproximó al vehículo, en el que encontró un grupo de
refugiados asustados ante la posibilidad de ser devueltos a Hungría. Les dijo
“Bienvenidos a Austria” y les indicó el mejor camino para proseguir hacia su
siguiente destino.
Este verano
siguen intentando llegar refugiados a nuestras fronteras. Pero la UE ha firmado
un acuerdo con la Turquía de Erdogan (sí, el democrático responsable de
incontables violaciones de Derechos Humanos en Turquía y de la purga tras el
fallido golpe de Estado) que relaja la presión sobre nuestros países, por lo
que el nivel de atención mediática es mucho menor. Este verano las noticias que
nos inquietan son las relacionadas con el terrorismo, que se ha convertido en
un verdadero problema porque ha llegado a Occidente.
FOTO: Agencia EFE |
Uno de los
últimos y más brutales casos tuvo lugar en una iglesia de Rouen, donde dos
terroristas entraron mientras se celebraba misa, tomaron rehenes y degollaron
al párroco. Este domingo, la comunidad islámica francesa hizo un llamamiento
para que los musulmanes galos acudiesen a las ceremonias católicas en señal de
solidaridad. Este gesto, también aparentemente irrelevante, ha sido el que ha
vuelto a conseguir emocionarme en medio de tanta locura y sinsentido.
Esos musulmanes
que celebraron ritos católicos con sus hermanos crisitanos son los verdaderos
musulmanes, que sienten el dolor de los demás y lloran con ellos. Y esos
cristianos que les acogieron en sus iglesias con sus pañuelos y turbantes son
los verdaderos cristianos, que no juzgan, sino que acogen, a quienes no rezan a
su mismo Dios.
Por sí solos, los
actos de fraternidad de este domingo en Francia, igual que el de aquel policía
austriaco, no pueden cambiar una realidad demasiado compleja, ni acabar con
unos problemas demasiado extendidos, pero sí pueden recordarnos al resto la
humanidad y la solidaridad que hacen falta para modificar esa realidad y para
solucionar esos problemas.
Estos ejemplos, gotas en un mar de alambradas y extremismo, pueden ser tomados por muchos como "buenismo", defendiendo que no arreglan nada y que la solución pasa por más mano dura y por no dejarse llevar por el sentimentalismo. Quizá sea cierto y solo las armas pararán esta ola de violencia y terror que amenaza con ahogarnos en miedo y sangre. Pero para mí, estos gestos son la balsa que nos mantiene a flote.
(Publicado en El Blog del Suscriptor de El Español)
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