En los Juegos Olímpicos de la Antigüedad era costumbre que,
para permitir que los deportistas viajasen a Olimpia para la disputa de los
Juegos, se suspendiesen durante ese tiempo todas las guerras que estuvieran
teniendo lugar en Grecia. El Comité Olímpico Internacional ha realizado
intentos de lograr algo similar a aquella Tregua Olímpica, pero parece que el
valor del olimpismo en la Grecia Clásica era mayor que en las sociedades
actuales, hasta el punto de que para ellos esa competición deportiva estaba por
encima de conquistas y conflictos bélicos, algo que sigue sin suceder en
nuestros días. Y es que las guerras no se han parado estas semanas. En Siria,
por citar el ejemplo más mediático, se abrieron corredores humanitarios para
que la ayuda llegara a las víctimas civiles, pero no tenía nada que ver con los
Juegos Olímpicos; y lo que es peor, además de no respetarse, las bombas han
seguido cayendo y los inocentes han seguido muriendo.
Efectivamente, los Juegos Olímpicos no disfrutan de un
elemento que les haría aun más notables y admirables, pero siguen suponiendo
uno de los mejores ejemplos de la grandeza de los seres humanos y de los
pueblos. Solo hace falta recordar los valores que defiende el movimiento
olímpico: esfuerzo, sacrificio, juego limpio, respeto al contrario y a las
normas, superación o deportividad, pero también otros que tienen una dimensión
más política, como la reconciliación, el respeto al contrario o la amistad
entre naciones.
Hay una serie de imágenes que se han hecho virales estos
Juegos y que simbolizan esto a la perfección. Por un lado, el selfie de
dos sonrientes gimnastas; una de Korea del Norte y la otra de Korea del Sur.
Dos países enfrentados durante décadas, pero que durante unos segundos se
reconcilian de la mano de dos chicas que acaban de medirse sobre los aparatos
de gimnasia.
Por otro lado tenemos la polémica foto del partido de
volley-playa entre alemanas y egipcias; el contraste entre el reducido bikini
de las europeas y la prenda que cubría todo el cuerpo de las africanas mostraba
un choque cultural que no impedía la disputa de un choque deportivo. Personas
de orígenes, culturas y religiones diversas que ponen sus diferencias a un lado
para golpear un balón.
Esta foto también abría un debate muy necesario sobre el
velo islámico, sobre la libertad y sobre el sexismo en el vestuario de las
deportistas, tanto de las que se ven obligadas a taparse como a destaparse.
Este debate no es inherente a los Juegos Olímpicos, pero sí se lo debemos a su
disputa, pues sin ella no habría sido posible esta imagen o, en su caso, habría
pasado desapercibida para los medios de comunicación de masas. Porque, aunque
la brecha aun sea excesivamente elevada, los JJOO son la única oportunidad del
deporte femenino de lograr una atención mediática mínimamente comparable al
deporte masculino.
Dicho todo esto, no olvido que el COI, como la mayor parte
de altos organismos deportivos nacionales e internacionales, es una institución
podrida por la corrupción. Tampoco que los valores y las bondades de los Juegos
Olímpicos son una mera excusa, detrás de la que se hallan intereses económicos
y políticos. Ni que el juego limpio solo lo practican unos cuantos, pues el
dopaje y las trampas campan a sus anchas por la villa olímpica. Tampoco olvido
que merece más admiración quien lo deja todo para irse a un campamento de
refugiados en Grecia o a una misión en Sierra Leona a ayudar a los demás que
quien gana una medalla olímpica. O que los Juegos Olímpicos modernos no son
capaces de parar guerras y que ya no existe la Paz Olímpica.
Aun así, necesitamos unos valores en los que creer y una
utopía a la que aspirar. Y eso es, al fin y al cabo, lo que nos proporcionan
los Juegos Olímpicos.
(Publicado en El Blog del Suscriptor de El Español)
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