La serie noruega ‘El tiempo de la felicidad’, estrenada el 10 de septiembre en Filmin, realiza un inteligente y sutil análisis del momento en el que se descubrió petróleo en el país nórdico
Es, además, una serie consciente de esa distinción entre el modelo europeo y el estadounidense. No tanto en el campo de la ficción y el estilo, pues no posee el verismo, la crudeza y la calma que acompaña a muchas producciones europeas –y, especialmente, nórdicas– y que las diferencia de los productos mainstream que llegan del otro lado del Atlántico, pero sí en su comparación entre modelos económicos y sociales.
De hecho, es una serie que gira en gran medida en torno al debate sobre la necesidad de normas, de burocracia y de un cierto control estatal sobre los recursos naturales y los bienes comunes. Contrapone el modelo socialista –o socialdemócrata, en realidad– noruego, con más restricciones, aunque también mayor protección, al liberalismo y el capitalismo yanqui. Sus reflexiones en este sentido son básicas y sencillas, pero acertadas e inteligentes, añadiendo también la lucha de clases y la distinción entre ricos y pobres al debate.
Más fondo que forma
La serie, de ocho capítulos de 45 minutos, se ambienta en la localidad de Stavanger a finales de la década de los sesenta, cuando se encontró un yacimiento petrolero de enormes dimensiones que cambió la economía noruega y el mercado del crudo por completo. La trama se centra en los primeros pasos de la industria del petróleo del país nórdico, con las implicaciones que tuvo para esa localidad, hasta entonces marcada por la religión y la pesca, y la lucha de las compañías multinacionales por instalarse allí. En este marco se cuelan también la historia de dos jóvenes prometidos y las personas que los rodean, que vivirán los cambios asociados al oro negro en primera persona.
Las decisiones que se tomaron en aquel momento, cuando Noruega debatía si entrar en la Comunidad Europea, son esenciales para comprender el presente tanto del mercado del petróleo a nivel global como de ese país. La mentalidad que explica el actual desarrollo de su estado del bienestar o su liderazgo en movilidad sostenible quedan patentes a través de guiños sutiles que claramente dialogan con fenómenos contemporáneos. Así, aunque la serie no parece decantarse por un modelo ni tomar partido, la lectura de aquellas decisiones desde la perspectiva actual nos permite añadir nuevas capas de interpretación.
Más allá del contenido, con un interés y atractivo enormes, la serie sí tiene algunas deficiencias técnicas o de coherencia interna. Así, por ejemplo, hay numerosos fallos de raccord y también hay pequeños detalles que no funcionan: líneas temporales sin sentido, comida que desaparece de los platos con demasiada rapidez, vestimentas que no parecen adecuarse al clima de cada lugar… Son aspectos menores, pero demuestran quizás la falta de experiencia o de medios de la producción.
Aun con esto, y sin destacar en aspectos narrativos ni interpretativos, sigue siendo una obra de muchísimo nivel e inteligencia. Su crítica sutil al modelo capitalista y a la trampa de los recursos que supone, con demasiada frecuencia, el descubrimiento de petróleo, es muy acertada. Una muestra más, en definitiva, de lo atractivo de esa ficción europea menos conocida.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
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