‘Petra’ refleja el mal en su forma más fría y cruda, sin adornos, guiada por un preciso trabajo en la dirección, las interpretaciones y el guion
Lo más dramático de la muerte o el dolor es cuando dejan de importar, cuando la tragedia de una persona se convierte en algo intrascendente. Lo más horrible de hacer sufrir a alguien es no sentir el menor atisbo de culpabilidad o arrepentimiento. Es entonces cuando el drama está condenado a repetirse y cuando el perdón es el único medio romper el círculo vicioso.
Ese círculo es el que atrapa a quienes rodean a Jaume, un artista catalán que entiende el proceso creativo únicamente como un medio para hacerse rico. La llegada de una joven, Petra, que sospecha que Jaume podría ser su padre, es solo una pieza más de una tragedia en la que la muerte y el sufrimiento del otro apenas importan. Al menos no a Jaume, interpretado por un Joan Botey que, en su primer papel, dota a su personaje de una frialdad y un desprecio absolutos y casi incomprensibles. El suyo es el más fascinante y adictivo de los personajes, pero equilibrado de una forma magnífica por una Bárbara Lennie que vuelve a estar poderosa y por un reparto impresionante en su contención y precisión. Influye, por supuesto, la notable dirección de actores de Jaime Rosales, que demuestra de nuevo su capacidad para dirigir y contar historias con proposiciones complejas.
Brutalidad y honestidad en la narración
La construcción del relato, siguiendo parcialmente el estilo de la ‘Rayuela’ de Cortázar, con siete actos montados de forma no cronológica, añade interés y complejidad, pero no confusión. De hecho, la honestidad con el espectador es total, sin trucos ni artificios, y por supuesto, sin ocultaciones. Solamente el constante movimiento lateral de la cámara, que a menudo deja fuera de plano el centro de la acción, juega con la percepción del espectador.
De esta manera, algunos de los diálogos no se muestran en la pantalla, pero no hay posibilidad de engaño, pues se trata de conversaciones verosímiles, directas, ingeniosas y cargadas de contenido. Cuando falta el diálogo, es la música, absolutamente medida, la que ayuda a marcar e intensificar el tono de cada momento. Y bajo el sonido, siempre una hermosa fotografía, acentuada por el movimiento de cámara que ya hemos citado, y con abundantes espacios abiertos y bien iluminados en los que tampoco caben las trampas.
La riqueza del film se aprecia también en el debate que se introduce sobre el arte, la familia y, sobre todo, el perdón y el mal. Porque solo el primero permitirá escapar de la historia circular e insaciable en la que atrapa el segundo. Una historia brutal y salvaje. Porque el mal a veces es directo, frío y no necesita motivación. Y a veces, solo a veces, se puede escapar de él.
Lo mejor: su honestidad y desnudez (y, aunque mucho menos trascendentes, tanto el vestuario de Bárbara Lennie como el catalán de Joan Botey me parecen hechizantes)
Lo peor: que, precisamente por eso, no se explote todo el potencial de sorpresa de la historia
No hay comentarios:
Publicar un comentario