Rodrigo Sorogoyen disecciona y critica la corrupción política en ‘El reino’, un thriller tenso e inteligente protagonizado por un Antonio de la Torre impecable
Un poderoso vicesecretario autonómico que, como la mayoría de miembros de su partido, está involucrado en oscuras tramas corruptas. Un caso destapado por la fiscalía que obliga al implicado a traicionar a unos compañeros de partido que le han dado la espalda por completo. Una lucha sin escrúpulos por acumular más y más poder que sobrepasa al propio caso de corrupción. Mariscadas, fiestas en yates, trituradoras de papel funcionando a destajo, maletas llenas de dinero, cargos políticos con cuentas en Andorra o Suiza...
Son ya muchos, muchísimos, demasiados los casos de corrupción que acumulamos a nuestras espaldas. Y en mayor o menor medida, casi todos pueden verse reflejados en la trama de ‘El reino’, el último y magistral trabajo de Rodrigo Sorogoyen, presentado en Toronto y San Sebastián y en salas desde el pasado viernes. Crítica profunda, más que juicio moral, de un fenómeno complejo y con unas ramificaciones que no alcanzamos a comprender porque, al final, “el poder protege al poder”.
La película evita todo tipo de referencias directas que permitan ubicar la trama en una región, en unas siglas políticas o en un caso de corrupción concreto. Esa sutileza y falta de precisión –que puede llegar a resultar un tanto forzada– permiten que lo que se narra en la obra pueda hacerse extensible a todo el territorio nacional y a casi cualquier partido político. De hecho, como se aprecia en un diálogo del film, y como afirmó el propio Sorogoyen, los personajes ni siquiera tienen ideología: son individuos corruptos en un sistema corrupto –hace ya mucho tiempo que no se puede hablar de manzanas podridas–.
Funciona, de esta forma, como síntesis y análisis de toda una forma de relacionarse con el poder y de hacer política. No obstante, los personajes y las situaciones son fácilmente identificables y a todos nos vienen a la cabeza nombres para el joven y elegante recién llegado que parece querer acabar con la vieja política, a la periodista incisiva en busca de una exclusiva o al líder de un partido que aparece en las anotaciones de un cuaderno. Es evidente que, aunque ‘El reino’ es ficción, tiene clarísimos vínculos con la realidad.
Lección de cine
La temática ofrece un material muy jugoso y explotable y la propia actualidad se encarga de ofrecer personajes e historias curiosas, patéticas, desvergonzadas y casi imposibles. Sin embargo, es incuestionable que hay dos elementos clave que convierten a ‘El reino’ en una cinta mucho más eficaz y excitante: los intérpretes y la dirección.
Pocos papeles resultan más complejos para un actor o actriz que el de un personaje con dos caras, pues hay que ser capaz de mostrar ambas de forma verosímil. En este sentido, el reparto en su conjunto está maravilloso, dando vida a cínicos e hipócritas inmersos en un juego de traiciones y mentiras en el que es esencial saber esconder las verdaderas intenciones. Pero destacan dos figuras por encima del resto: Luis Zahera, capaz de transmitir la vulgaridad y el desprecio que despierta un empresario sin escrúpulos como el que él interpreta; y el protagonista absoluto, Antonio de la Torre, por enésima vez, excelso, capaz de cambiar de registro y de desatar la ira de su personaje con una veracidad y fuerza que impresionan.
Al mismo tiempo, el pulso en la narración y el uso de una banda sonora eminentemente electrónica, así como el manejo magistral de la cámara, los encuadres y los planos, hacen que la obra de Sorogoyen tenga un ritmo vertiginoso. Así, las discusiones, los gritos, los insultos, las amenazas, las traiciones, las alianzas selladas en secreto y los juegos de poder en los que no existen las reglas ni los límites generan incomodidad, intensidad y tensión. Una tensión que no para de crecer hasta llegar a una secuencia final en la que la cámara captura frontalmente a los personajes, que escupen argumentos e interpelan al espectador.
Y es que, finalmente, lo que hace ‘El reino’ es intentar despertar una reflexión en los espectadores, las verdaderas víctimas y, en gran medida, responsables de este sistema corrupto. Un sistema que era merecedor de una película tan intensa, sobrecogedora e inteligente. Ojalá sea este un paso más para cambiarlo.
Lo peor: que su intención de no citar partidos políticos o regiones lleve a algunas conversaciones a resultar ligeramente artificiales
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