Hace años (aunque reconozco que sigo haciéndolo de vez en cuando), solía jugar a un juego de estrategia en tiempo real en el que una de las partidas, mi preferida, incluía una gran mina de oro en el centro del mapa: esa partida se llamaba Klondike. Klondike es el nombre de un río, afluente del Yukon, en la zona noroeste de Canadá, en el que a finales del XIX se descubrió la presencia de oro, lo que dio lugar a una fiebre del oro breve e intensa.
Ha sido una casualidad que descubriera esto ahora a través de un documental de Bill Morrison titulado 'Dawson City: Frozen Time' que fue estrenado en 2016 y que llega mañana, 13 de abril, a la plataforma Filmin. Pero la historia que hizo posible la creación de dicho trabajo es mucho más casual y afortunada.
En 1896, de forma también un tanto casual, se descubrió la presencia de grandes cantidades de oro en el río Klondike, cerca de Dawson City. Enseguida la noticia se expandió y en 1898 la población de esta ciudad alcanzaba las 40.000 personas. La fiebre del oro comenzó a apagarse al año siguiente y la población de Dawson City se redujo drásticamente.
Esa ciudad, casi en el fin del mundo se convirtió en el final de la trayectoria de las proyecciones cinematográficas de los primeros años del siglo XX. Así, los rollos de celuloide, que en ocasiones llegaban a Dawson con varios años de retraso, no regresaban ni continuaban su ruta siendo almacenados o destruidos allí. Los avatares de la historia hicieron que gran cantidad de esas películas se almacenaran en una piscina que sería cubierta de tierra y que, en 1978, seria desenterrada como parte de las excavaciones de una nueva construcción.
Conservadas en cajas en condiciones de frío extremos, el azar permitió recuperar centenares de obras de cine mudo que, de otra forma se habrían perdido –se calcula que solo el 20% de las grabaciones anteriores a la entrada del sonoro se conservan en la actualidad–.
Una historia fascinante, pura arqueología cinematográfica, narrada de forma casi exclusiva con el metraje encontrado en Dawson City y con fotografías y recortes de periódico de la época, y con el único acompañamiento de algunos comentarios impresos sobre la imagen y una banda sonora muy adecuada.
Esa banda sonora, así como el montaje de los materiales, permiten a la obra una atractiva búsqueda de belleza. Así, a pesar del indudable estilo documental, riguroso, cronológico y con escasa mediación, Frozen Time no permite únicamente la profundización en la historia, sino también el deleite y el disfrute con la misma.
Un disfrute que tal vez se vea empañado por una duración –dos horas– un tanto excesiva. Excesiva porque el espectador actual puede no estar acostumbrado a obras mudas, mas escasa si se tiene en cuenta la ingente cantidad de material que se encontró y que merecería ser difundido. En este sentido se aprecia un magnífico trabajo de análisis y síntesis por parte de Bill Morrison, que de metraje encontrado y de filmes antiguos sabe una cosa o dos, y de su equipo.
Y todo ese material no hace sino confirmar una vez más que el cine no deja de ser un reflejo de la realidad. Incluso cuando no tiene vocación documental, actúa como muestra de cómo es el mundo que nos rodea, cómo lo percibimos y qué medios tenemos para hacerle frente.
Y si, como dice McLuhan, el medio es el mensaje, 'Dawson City: Frozen Time' analiza ambos: el mensaje porque nos cuenta la historia de una ciudad y de una época; y el medio porque es una preciosa reflexión sobre el cine y sus orígenes. Y con ello demuestra que el cine y la historia, aun con sus formatos físicos desaparecidos, son eternos.
Lo mejor: la combinación de repaso histórico con canto al cine
Lo peor: que pueda hacerse ligeramente larga
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