Hace una semana el mundo, o la parte de él al que este tipo de noticias le afectan, se estremecía por el ataque de Estados Unidos, en coalición con Francia y Reino Unido, sobre Siria. Aunque el bombardeo se saldó, hasta donde se sabe, sin víctimas civiles ni militares, se desconoce el riesgo real que existió para soldados y civiles sobre el terreno. Lo que sí es casi evidente es que el riesgo para los atacantes fue muy bajo. Esa es la tónica habitual en una gran cantidad de operaciones militares en la actualidad, en la que los misiles teledirigidos o lanzados desde drones han permitido que el peligro para quienes aprietan el botón sea casi inexistente.
Esto, que podrían ser buenas noticias cuando quien dispara es “de los buenos” –no hay comillas suficientes para remarcar esto–, plantea una serie de dilemas éticos muy importantes. Esos dilemas son los que 'Espías en el cielo' ('Eye in the Sky', 2015) pone sobre la mesa.
La película narra una operación de captura dirigida por el ejército británico, en colaboración con las fuerzas armadas estadounidenses y kenianas, sobre terroristas de Al Shabbaab en Nairobi (Kenia). Sin embargo, un cambio de circunstancias obliga a que el objetivo de la misión pase a ser matar a los terroristas. El protagonismo recaerá entonces sobre los pilotos del dron, que actúan desde Estados Unidos y que serán quienes deban efectuar el lanzamiento del misil, y sobre el gabinete, con presencia de un ministro, reunido en Londres, que será quien deba decidir si se da luz verde al operativo.
Y en esa cadena de decisiones entran en juego diversos conflictos militares, políticos, legales y, sobre todo, morales. Decisiones que deben ser tomadas con celeridad y bajo una inmensa presión, sabiendo que hay muchos intereses, además de vidas inocentes, en juego. Pero la obra de Gavin Hood no se posiciona con claridad, intentando reflejar la complejidad de las decisiones militares que se toman a miles de kilómetros y el error que supone utilizar argumentos simplistas o totales en esos debates.
Una lección de humildad a todos los que alaban o critican sin el conocimiento y la empatía suficientes sobre un asunto mucho más complejo y lleno de aristas de lo que la mayoría de la población pueda suponer.
Pero también una lección de cine. Primero, por la interpretación de sus magníficos actores, sobre todo Helen Mirren ('La dama de oro') y Alan Rickman. Segundo, por su construcción del suspense, siguiendo la lección de Hitchcock y la bomba bajo la mesa, solo que aquí la bomba no está bajo la mesa, sino en un misil que cae de un avión no tripulado. Y tercero, por el control de la narración y su estructura, que ayuda a construir la tensión, a transmitir la complejidad de la cadena de mando y de asunción de responsabilidades y a profundizar en la discusión sobre las nuevas formas de hacer la guerra.
Una discusión que queda premeditadamente inconclusa, porque la operación se cierra, con mayor o menor éxito, pero el dilema permanece abierto. Mientras tanto, los espías seguirán en el cielo. Y los inocentes, saltando por los aires.
Una discusión que queda premeditadamente inconclusa, porque la operación se cierra, con mayor o menor éxito, pero el dilema permanece abierto. Mientras tanto, los espías seguirán en el cielo. Y los inocentes, saltando por los aires.
Lo mejor: su tensión y el debate moral que plantea
Lo peor: que puntualmente recurra a algún truco para ganar efectismo
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