Uno de los grandes mitos cinematográficos para quienes nacieron en los 80, entre los que incluiríamos a la tan popular generación millennial, fue La historia interminable. Aunque no es, ni de lejos, el único caso, la película de Wolfgang Petersen trascendió la pantalla –de la misma forma que el libro de Michael Ende había trascendido el papel tiempo atrás–, filtrándose en otras muchas esferas de la vida de quienes crecieron viendo esa cinta –y en este caso se trata de cinta en sentido literal, pues el VHS o el Betamax constituían las únicas posibilidades de disfrutar de la película en aquellos años–.
Lo cierto es que reunía todos los ingredientes para que los más jóvenes se enamoraran de la obra: protagonistas infantiles con los que era fácil identificarse, una historia épica cargada de imaginación, unos efectos visuales muy meritorios en la época, una narración sencilla pero rica en personajes y sorpresas… Fue, y sigue siendo, un referente en el fenómeno fan europeo; salvando las distancias, y con muchas comillas, podríamos hablar de La guerra de las galaxias alemana. La influencia de esta obra de culto se demuestra, por ejemplo, en grupos de música actuales, como Vetusta Morla o Auryn, que toman sus nombres de la historia de Bastian y Atreyu.
Sin embargo, ha ocurrido lo que la obra más temía: envejecer y perder su capacidad de hacer soñar. 34 años después, ese mundo fantástico e imaginativo se ha quedado sin parte de su encanto, a la vez que sus efectos especiales demuestran lo mucho que la técnica ha evolucionado en ese campo. Puede que el (cada vez menos) inocente espectador infantil actual encuentre algún atractivo, pero no será comparable al que encontraban los niños y niñas de hace tres décadas. Y desde luego, tampoco los que ya estemos un poquito más crecidos encontraremos los estímulos que podríamos haber encontrado de haber descubierto la película cuando correspondía. Aproximarse hoy a La historia interminable por primera vez, sin un vínculo con las emociones que en su día despertó, supone una notable decepción, pues, sin la magia infantil del momento, pierde la mayoría de sus encantos.
Y es que se trata de una película que tuvo un tiempo y un contexto, pero que, desde una cierta perspectiva, no aporta nada de especial relevancia. Algo que, por cierto, sí ocurre con el libro de Michael Ende en el que se inspira. Y es que la literatura del escritor alemán destaca más que por su novedad en la trama, por su belleza formal y por su particular estilo. Y eso es algo que resulta muy complicado trasladar al cine. De hecho, el propio escritor renegó de la película por no haber reflejado lo que él pretendía plasmar en el libro. Así, si la novela mantiene su vigencia, la obra audiovisual ha perdido casi toda su magia, aunque sí pueda seguir resultando válido su mensaje de defensa de la imaginación.
No se puede menospreciar ni ese mensaje, ni el hito técnico y visual que supuso en su momento. Tampoco se puede olvidar la trascendencia que alcanzó el film en 1984, dando pie a una trilogía y a un imaginario que todavía perdura. No obstante, y a pesar de que no siempre haya sido para mejor, el cine ha evolucionado, dejando a La historia interminable casi tan vieja como la vetusta Morla.
Lo mejor: la relevancia que tuvo en su momento
Lo peor: que ha envejecido muy mal
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