Voy a confesar que me he alegrado de que Legion terminase –FX ya ha anunciado una segunda temporada con diez episodios para 2018–. No porque fuese una mala serie o porque los capítulos no resultaran suficientemente atractivos, sino porque terminaba cada uno de ellos exhausto y perdido. Esto tiene por qué ser algo negativo, y en un contexto de falta de ideas en el cine, las ficciones televisivas demuestran ser el nido de la innovación y de la experimentación.
Como experimentales, precisamente, podemos clasificar algunos de los pasajes de Legion. Parece como si los creadores quisieran aplicar estilos y técnicas distintas, como si lo importante pudiera ser probar un poco de todo. Esas licencias creativas aportan riqueza a la serie, pero dados los niveles narrativos y la complejidad de la trama, quizás también contribuyan a generar confusión.
A esa confusión contribuye la continua falta de referencias sobre qué es real, qué sucede dentro de la mente de David, el protagonista, y qué pertenece a otros planos mentales. También en ocasiones es difícil diferenciar los flashbacks que visionamos los espectadores de los recuerdos en los que se adentran los personajes como parte del universo diegético.
En realidad todo esto es algo que anticipábamos en la crítica del piloto, en la que hablábamos de una producción claramente de Marvel, mas con diferencias basadas en la vertiente psicológica y en el traslado de parte de la trama al interior de la mente. Efectivamente, encontramos la tendencia a la megalomanía y el exceso de los productos de superhéroes, que buscan innovar a través de nuevos y más espectaculares poderes, narraciones y estéticas. Todo eso lo aporta Legion, novedad y espectacularidad, con una libertad y una capacidad de recreación de la que no suelen gozar las películas, limitadas por intereses comerciales y por la limitación de minutos. Puede que a los creadores de Legion se les vaya un poco de las manos, pero es de agradecer el intento.
Y también de agradecer, y mucho, las interpretaciones, sobre todo la de Dan Stevens, que combina un semblante impenetrable con muecas de locura, de sufrimiento y de conflicto interno y que se multiplica para dialogar consigo mismo y con los monstruos en su cabeza. Una actuación muy meritoria, sin duda, que viene acompañada de los también meritorios e imponentes efectos visuales.
Decíamos al hablar del piloto que necesitaríamos más capítulos para poder pronunciarnos sobre Legion. De hecho, el piloto es el episodio más convencional de los ocho que componen esta primera temporada. Tras visionarla entera podemos definir Legion como atrevida y compleja.
Y es que creo haber comprendido el final –que resulta quizás un tanto abrupto y demasiado sencillo y explicado en los dos capítulos finales–, aunque dudo haber seguido todo el proceso durante los capítulos anteriores. No es necesariamente algo malo ni algo bueno, lo que sí refleja es una actitud valiente a la hora de crear un universo muy particular dentro de Marvel y del género. Veremos si la segunda temporada continúa esta línea o si nos da un poco de descanso.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
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