Noche de Viernes Santo. Punto de inflexión. Toca adentrarse en una película y un estilo diferentes.
Jesucristo Superstar supuso una importante ruptura con las épicas superproducciones que habían tratado la Pasión de Jesucristo u otras escenas bíblicas con anterioridad. Los grandes decorados, los vestuarios detallistas y recargados, los repartos llenos de estrellas y de extras y la propaganda religiosa se dejaban de lado para dar paso a este musical con tintes hippies.
A principios de los años 70 se estrenaba en Broadway el que sería uno de los musicales más relevantes y exitosos que se hayan realizado. Y en 1973 se llevaba al cine esta adaptación de la mano de Norman Jewison. Y lo hace con canciones pegadizas, con un ritmo muy setentero –aunque incluyendo sonidos de otras épocas, como los años 20– y con una estética sencilla, sobre todo en un vestuario que combina elementos del Israel de hace dos milenios con otros de los años setenta del siglo XX.
Esa mezcla de estilos y épocas, su búsqueda premeditada del anacronismo y el intento de lograr una representación alternativa de los últimos días de Cristo fomentaron una cinta, en cierta medida, paródica. Seis años después, los Monty Python estrenarían La vida de Brian, ofreciendo también ellos una visión surrealista y alternativa al relato bíblico. Aunque sin alcanzar sus delirios, Jesucristo Superstar ya ofrecía una versión irreverente de una historia en la que en aquella época muchos querían ver un canto al amor libre, al antimilitarismo y al antirracismo del movimiento hippie. Precisamente los valores que la película pretende ensalzar.
Y lo consigue gracias a unas voces magníficas, a unos temas memorables y fáciles de tararear y a unas interpretaciones más humanas de lo que era habitual para estos personajes. Y entre esos personajes, el mayor protagonismo de María Magdalena y, sobre todo, de Judas Iscariote, así como la ausencia total de la Virgen María, refuerzan la visión alternativa de la historia.
Una visión que en su momento, por rompedora y blasfema, recibió duras críticas de sectores conservadores de la Iglesia. No parece sorprendente, aunque sí llama la atención que con el paso del tiempo la propia Iglesia se fuera acercando a la obra como una forma de mostrar una cara más amable y de acercarse a nuevas generaciones que ya no se dejaban impresionar por los discursos normativos de las grandes obras bíblicas.
Este aspecto externo al cine es el más interesante de la cinta, pues, a pesar de resultar entretenida y ágil en su narración y de contar con buenas interpretaciones, no tiene un atractivo cinematográfico mayor. Sobre todo porque, a pesar de la plasticidad de los números musicales, no tiene la fuerza visual que las localizaciones donde se rodó y la historia podrían permitir.
Pero Jesucristo Superstar no había sido concebida para convertirse en una obra maestra del séptimo arte. Simplemente buscaba cambiar una narrativa. Y eso sí que lo consiguió. Por eso, sea mejor o peor película, hay que reconocer su mérito en humanizar el mito.
Lo mejor: la música y las voces
Lo peor: que su estética pueda verse hoy como más paródica de lo que se pretendía
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