lunes, 22 de febrero de 2016

Escandalizaos

FOTO: J. B. Mundo
En estos días, en los que uno de los temas más mediáticos está siendo el juicio a Rita Maestre por su irrupción en la capilla de la Complutense, vuelve a ponerse de relieve la atención que los medios de comunicación prestan a todo tipo de polémicas y escándalos que fomentan la división ideológica. Abundan los ejemplos.

El Carnaval (una fiesta irreverente en sí misma) ha venido marcado por el escándalo que generaron unos títeres. En Navidad, todo lo que rodeó a Reyes Magos y Reinas Magas, también estuvo cargado de controversia. Y entre medias, la foto de un torero con su hija en brazos mientras se enfrentaba a una vaquilla fue objeto de acaloradas discusiones. Ya en los últimos días, un poema en el que se versionaba el Padrenuestro con una importante carga sexual fue protagonista de la entrega de los Premios Ciudad de Barcelona. De nuevo, la polémica estaba servida, igual que había ocurrido un día antes, cuando la Policía decidió felicitar a través de Twitter San Valentín en tono de humor diciendo que si alguien te “roba” un beso no es delito.

Nos escandalizamos por casi todo; ponemos el grito en el cielo por un tuit, por un poema y por una función de títeres. Pero también por un chiste, por una vestimenta, por una foto o por una crítica. Según en qué contexto, y dependiendo del autor y del contenido, estas formas de expresarse pueden alcanzar unas dimensiones y una trascendencia desmesuradas dentro de la opinión pública. Por supuesto, no hace falta hacer oídos sordos ante estas manifestaciones. Pero tampoco se deben sobredimensionar. Igual que no puede indignarnos más un tuit o un poema que un desfalco millonario de dinero público o que una violación de derechos humanos. La discusión sobre las formas nunca puede impedirnos discutir sobre el fondo.

Pero además se produce un fenómeno que desvirtúa todavía más los escándalos centrados en palabras y gestos, y es el desconocimiento de su contexto o su contenido íntegro. Por eso yo no puedo defender ni atacar la obra de los titiriteros de Madrid, ni el poema “blasfemo” de Barcelona. Solamente conozco, como casi todos, la frase llamativa y polémica de la que se han hecho eco los medios mayoritarios. Pero en un contexto determinado, esa frase puede no implicar apología del terrorismo ni insultar una religión. O puede que sí. Pero se necesita conocer mucho más sobre ella para poder interpretarla.

Esto es requisito indispensable en cualquier debate, pero en los casos que hemos mencionado, en los que apenas se rasca la superficie y parece que lo único importante es la discusión encendida y polarizada, se vuelve aun más necesario.

Pero por encima de las polémicas y de la calidad de los debates, la verdadera esencia de este asunto es la defensa de la libertad de expresión. Es inherente al humor, al arte o a la crítica social su capacidad de hacer rodar cabezas o de generar incomodidad. Ese es su sentido de ser. Y es evidente que deben respetarse unos límites, pero estos son siempre difusos, y será misión de los organismos judiciales velar por que se garanticen los derechos de todas las personas.

Porque la libertad de expresión choca con frecuencia con otros derechos y opiniones, pero convendría intentar no ofendernos con tanta facilidad cuando algo va contra nuestras ideas y creencias. En estos casos, lo mejor será ignorarlas e intentar empatizar con quien se muestra contrario a lo que nosotros pensamos, confiando en que esa persona hará lo mismo cuando seamos nosotros quienes nos manifestemos contra algo que ella defiende.

Lo que sí debería ofendernos (y contra eso sí que parecemos ponernos una coraza con frecuencia) son las injusticias. Los hechos, más que las palabras. Porque son las acciones las que verdaderamente pueden suponer un perjuicio para la sociedad. Y si ignoramos estas acciones cuando no nos afectan, escondiéndolas tras debates injustificados sobre expresiones o gestos casi intrascendentes, estaremos permitiendo que quienes en realidad están dañando a los demás se sigan saliendo con la suya. No deberíamos estar preocupados sobre qué se puede y no se puede decir, sino sobre qué se puede y no se puede hacer.

FOTO: C. Pastrano
El arte, el humor y cualquier otra forma de expresión no pueden caminar con pies de plomo por el miedo a ofender, sino con la confianza de saberse protegidos, pudiendo así impulsar comportamientos deseables y denunciando aquellos lesivos, siempre desde la más amplia pluralidad que nos permita descubrir nuevas opciones y nuevas soluciones. Porque solo siendo conscientes de que nadie posee la verdad absoluta y de que el pluralismo es, no solo inevitable, sino deseable, conseguiremos que la sociedad avance en la dirección más favorable para todos.

(Publicado en El Blog del Suscriptor de El Español)

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