domingo, 21 de agosto de 2016

Un biopic matemático

La idea de infinito se nos escapa a casi todos; solo una profunda creencia religiosa o un amplio conocimiento matemático nos pueden acercar a ella. Srinivasa Ramanujan disponía de ambas. El hombre que conocía el infinito (The Man Who Knew Infinity, 2015, Matt Brown), un biopic centrado en la vida de uno de los más trascendentales matemáticos del siglo XX, es precisamente eso, matemático. No por su abundancia de números y demostraciones, que de hecho serán echadas en falta por los conocedores de la materia, sino por su búsqueda de la exactitud, el orden, la simplificación y la pulcritud. No hay artificio en la obra, pero tampoco hay fallos, todo es tan previsible como correcto. El viaje, la guerra, la enfermedad, el choque cultural, el proceso de aceptación, los descubrimientos, el acercamiento y amistad de Hardy y Ramanujan. Nada es novedoso, pero en todo momento encontramos la misma meticulosidad y profesionalidad que las demostraciones matemáticas exigen. Solo al salirnos de las matemáticas, el entrar en la filosofía, nos encontramos con elementos más novedosos o sorpresivos con la figura de Bertrand Russell.

A pesar de que el protagonista es Ramanujan, interpretado por Dev Patel, el actor hindú por excelencia fuera de Bollywood, la cinta se centra en la figura de Hardy, con un notable Jeremy Irons. Comprender los razonamientos y lo que de verdad ocurría en la cabeza de Ramanujan parece imposible, por eso la historia vuelve sus ojos hacia Hardy, en quien podemos identificarnos para intentar comprender al matemático de Madras. Por eso no descubrimos cómo lograba sus fórmulas, sino que vemos cómo Hardy aprende a aceptarlas. Por eso no vislumbramos la verdadera aportación de Srinivasa a las matemáticas, sino que apreciamos la marca que dejó en su mentor.

Gracias a esta cinematográfica aproximación conseguimos acercarnos a una figura de gran complejidad, con una película capaz de despertar nuestro interés por las matemáticas, de entretenernos y de enseñarnos un par de cosas. No es trepidante, pero sí es atractiva para el espectador medio, que es posible que descubra en esta cinta las particiones o la peculiaridad del número 1729.

Y quizás sea una referencia demasiado sencilla por sus protagonistas hindúes y por la presencia de las matemáticas, pero el mayor valor de El hombre que conocía el infinito no es explicarnos quién era Ramanujan ni ilustrarnos (muy someramente) sobre alguna de sus aportaciones, sino conseguir lo que no consigue La vida de Pi (Life of Pi, 2012, Ang Lee); hacernos creer, como a Hardy, en un Dios. Porque, al fin y al cabo, perfección e infinito son valores que solo existen en las matemáticas y la religión.


(Publicado en Neupic)

sábado, 20 de agosto de 2016

La Paz Olímpica

En los Juegos Olímpicos de la Antigüedad era costumbre que, para permitir que los deportistas viajasen a Olimpia para la disputa de los Juegos, se suspendiesen durante ese tiempo todas las guerras que estuvieran teniendo lugar en Grecia. El Comité Olímpico Internacional ha realizado intentos de lograr algo similar a aquella Tregua Olímpica, pero parece que el valor del olimpismo en la Grecia Clásica era mayor que en las sociedades actuales, hasta el punto de que para ellos esa competición deportiva estaba por encima de conquistas y conflictos bélicos, algo que sigue sin suceder en nuestros días. Y es que las guerras no se han parado estas semanas. En Siria, por citar el ejemplo más mediático, se abrieron corredores humanitarios para que la ayuda llegara a las víctimas civiles, pero no tenía nada que ver con los Juegos Olímpicos; y lo que es peor, además de no respetarse, las bombas han seguido cayendo y los inocentes han seguido muriendo.

Efectivamente, los Juegos Olímpicos no disfrutan de un elemento que les haría aun más notables y admirables, pero siguen suponiendo uno de los mejores ejemplos de la grandeza de los seres humanos y de los pueblos. Solo hace falta recordar los valores que defiende el movimiento olímpico: esfuerzo, sacrificio, juego limpio, respeto al contrario y a las normas, superación o deportividad, pero también otros que tienen una dimensión más política, como la reconciliación, el respeto al contrario o la amistad entre naciones.

Hay una serie de imágenes que se han hecho virales estos Juegos y que simbolizan esto a la perfección. Por un lado, el selfie de dos sonrientes gimnastas; una de Korea del Norte y la otra de Korea del Sur. Dos países enfrentados durante décadas, pero que durante unos segundos se reconcilian de la mano de dos chicas que acaban de medirse sobre los aparatos de gimnasia.

Por otro lado tenemos la polémica foto del partido de volley-playa entre alemanas y egipcias; el contraste entre el reducido bikini de las europeas y la prenda que cubría todo el cuerpo de las africanas mostraba un choque cultural que no impedía la disputa de un choque deportivo. Personas de orígenes, culturas y religiones diversas que ponen sus diferencias a un lado para golpear un balón.

Esta foto también abría un debate muy necesario sobre el velo islámico, sobre la libertad y sobre el sexismo en el vestuario de las deportistas, tanto de las que se ven obligadas a taparse como a destaparse. Este debate no es inherente a los Juegos Olímpicos, pero sí se lo debemos a su disputa, pues sin ella no habría sido posible esta imagen o, en su caso, habría pasado desapercibida para los medios de comunicación de masas. Porque, aunque la brecha aun sea excesivamente elevada, los JJOO son la única oportunidad del deporte femenino de lograr una atención mediática mínimamente comparable al deporte masculino.

Dicho todo esto, no olvido que el COI, como la mayor parte de altos organismos deportivos nacionales e internacionales, es una institución podrida por la corrupción. Tampoco que los valores y las bondades de los Juegos Olímpicos son una mera excusa, detrás de la que se hallan intereses económicos y políticos. Ni que el juego limpio solo lo practican unos cuantos, pues el dopaje y las trampas campan a sus anchas por la villa olímpica. Tampoco olvido que merece más admiración quien lo deja todo para irse a un campamento de refugiados en Grecia o a una misión en Sierra Leona a ayudar a los demás que quien gana una medalla olímpica. O que los Juegos Olímpicos modernos no son capaces de parar guerras y que ya no existe la Paz Olímpica.

Aun así, necesitamos unos valores en los que creer y una utopía a la que aspirar. Y eso es, al fin y al cabo, lo que nos proporcionan los Juegos Olímpicos.

(Publicado en El Blog del Suscriptor de El Español)

viernes, 5 de agosto de 2016

Cuando se nos cae el mito

Una de las mayores decepciones que me he llevado tuvo lugar, hace ya algunos años, cuando descubrí que Clint Eastwood era republicano. Tendemos a idealizar a nuestros ídolos, creyendo que todo lo hacen bien y que son similares a nosotros también en su ideología y en su comportamiento. Por eso te llevas un chasco cuando esa idealización se rompe y descubres que tu venerado actor, director, guionista y compositor tiene una ideología opuesta a la tuya. 

Quienes no sabían que Eastwood era miembro del Partido Republicano se habrán despertado este viernes con un gran sobresalto, al leer que el viejo Clint se mostraba favorable a Donald Trump y criticaba la “actual sociedad de nenazas”. Alguno quizás haya celebrado sus palabras, pero un gran volumen de aficionados del veterano cineasta habrán sentido decepción, enfado o tristeza. Algunos quizás hayan jurado no volver a ver sus películas. Todas estas opciones son perfectamente válidas, pero hay que tener en cuenta una serie de puntualizaciones. 

Primero, y quizás sea la base de todo, debemos ir más allá del titular. Dada la necesidad de generar tráfico en las redes sociales y en los portales de Internet, los medios de comunicación (sobre todo digitales) tienden a primar el titular gancho, que solo busca captar la atención del lector. Así, muchos medios españoles han titulado de formas que distan de lo que verdaderamente se extraía de las declaraciones: Eastwood no pide el voto para Trump, más bien critica a Hillary Clinton, pero sin defender al magnate de una forma tan directa o indudable como muchos titulares daban a entender. Por eso, y esto es extendible a todo tipo de informaciones y polémicas, antes de opinar y criticar conviene analizar las palabras originales y su contexto, sin quedarse únicamente con el titular. 

Eastwood opina que lo que dice Trump son tonterías e incorrecciones políticas, pero que eso no implica racismo, añadiendo que cuando él era joven las declaraciones de Trump no se hubieran considerado racistas en absoluto. No podemos olvidar la edad y el origen de Eastwood. Para un español de 24 años como yo, Trump no es solo racista, sino también machista, retrógado y un grandísimo ignorante. Pero creo poder comprender que un estadounidense de 86 años pueda diferir, pues su escala de valores es muy distinta. 

Aquí entra en juego su opinión acerca de la sociedad en la que vivimos, de “maricas” o “nenazas”, según las traducciones. Haya combatido o no, como estadounidense ha vivido abundantes (demasiadas) guerras, además de haber tratado el tema en sus numerosas películas bélicas. Como antes, es comprensible que para este “tipo duro” la sociedad actual parezca de blandos. Comprensible, pero para nada compartido, pues esas afirmaciones son machistas y anticuadas. 

Con todo esto, ¿qué debemos pensar y hacer sus fans? Podemos entristecernos o sentirnos defraudados por nuestro héroe si su ideología es antagónica a la nuestra, pero sin olvidar que su cine no es de menor calidad por el voto que deposita en la urna. En este sentido, su filiación política no parece un motivo suficiente para dejar de ver sus películas, pues son arte, y el arte debería ser valorado solo por sí mismo. 

Decidir qué película vemos en función de la ideología del director es una decisión política perfectamente respetable y admirable, pues muestra una elevada convicción sobre nuestros principios. De la misma forma, dejar de comprar camisetas de Leo Messi o discos de Isabel Pantoja, probados delincuentes, muestra un importante compromiso con la sociedad. El boicot en este caso está mucho más justificado, pero es indudable también que el fútbol del primero y la música de la segunda no van a ser mejores o peores. En cualquiera de estos casos las decisiones no se basan en su trabajo, sino en la personalidad del autor. 

Gran Torino (2008) o Million Dollar Baby (2004) van a seguir siendo tan buenas hoy como cuando se rodaron. Es nuestra opinión sobre su director y protagonista, sobre el hombre detrás de las cámaras, la que puede variar. Y tampoco es que el viejo Clint sea mejor o peor persona que Meryl Streep por apoyar al partido contrario, habrá que valorar una serie de acciones que van mucho más allá de unas declaraciones de contenido político. De hecho, para los simpatizantes del Partido Republicano, la propia Meryl Streep podría estar en entredicho por apoyar sin tapujos a los Demócratas, pero eso no le quita ni un ápice de mérito a sus magníficas interpretaciones. 

Puede que se nos rompa el mito, pero lo cierto es que nuestros referentes cinematográficos no necesitan pensar como nosotros. Basta, y no es poco, con que hagan buenas películas. Y para eso no importa el carnet de militante. ¿Verdad, McCarthy?


(Publicado en Neupic)

lunes, 1 de agosto de 2016

Pequeños gestos

En el periódico de ayer, en el del verano pasado, lo que nos ocupaba era la crisis de los refugiados. Cientos, miles de personas intentaban llegar a Europa huyendo de la guerra, la violencia y la miseria. Fue ya casi en septiembre, con la vuelta al cole, cuando los medios de comunicación españoles centraron de verdad el foco en este drama, cimentado durante los meses estivales por naufragios, llegadas masivas y cierres de fronteras.

En medio del drama, fue una historia aparentemente irrelevante la que consiguió emocionarme. Tras el cierre de la frontera entre Hungría y Austria, un coche en el que habían conseguido cruzar algunos refugiados fue parado por la policía austriaca. Un agente se aproximó al vehículo, en el que encontró un grupo de refugiados asustados ante la posibilidad de ser devueltos a Hungría. Les dijo “Bienvenidos a Austria” y les indicó el mejor camino para proseguir hacia su siguiente destino.

Este verano siguen intentando llegar refugiados a nuestras fronteras. Pero la UE ha firmado un acuerdo con la Turquía de Erdogan (sí, el democrático responsable de incontables violaciones de Derechos Humanos en Turquía y de la purga tras el fallido golpe de Estado) que relaja la presión sobre nuestros países, por lo que el nivel de atención mediática es mucho menor. Este verano las noticias que nos inquietan son las relacionadas con el terrorismo, que se ha convertido en un verdadero problema porque ha llegado a Occidente.

FOTO: Agencia EFE
Uno de los últimos y más brutales casos tuvo lugar en una iglesia de Rouen, donde dos terroristas entraron mientras se celebraba misa, tomaron rehenes y degollaron al párroco. Este domingo, la comunidad islámica francesa hizo un llamamiento para que los musulmanes galos acudiesen a las ceremonias católicas en señal de solidaridad. Este gesto, también aparentemente irrelevante, ha sido el que ha vuelto a conseguir emocionarme en medio de tanta locura y sinsentido.

Esos musulmanes que celebraron ritos católicos con sus hermanos crisitanos son los verdaderos musulmanes, que sienten el dolor de los demás y lloran con ellos. Y esos cristianos que les acogieron en sus iglesias con sus pañuelos y turbantes son los verdaderos cristianos, que no juzgan, sino que acogen, a quienes no rezan a su mismo Dios.

Por sí solos, los actos de fraternidad de este domingo en Francia, igual que el de aquel policía austriaco, no pueden cambiar una realidad demasiado compleja, ni acabar con unos problemas demasiado extendidos, pero sí pueden recordarnos al resto la humanidad y la solidaridad que hacen falta para modificar esa realidad y para solucionar esos problemas.

Estos ejemplos, gotas en un mar de alambradas y extremismo, pueden ser tomados por muchos como "buenismo", defendiendo que no arreglan nada y que la solución pasa por más mano dura y por no dejarse llevar por el sentimentalismo. Quizá sea cierto y solo las armas pararán esta ola de violencia y terror que amenaza con ahogarnos en miedo y sangre. Pero para mí, estos gestos son la balsa que nos mantiene a flote.


(Publicado en El Blog del Suscriptor de El Español)