Joaquin Phoenix logra una interpretación irrepetible en una cinta perturbadora y brutal que derrocha cine y que escapa de cualquier polémica o convención
Es irrelevante qué aspecto cinematográfico escojamos, porque la obra de Todd Philips resulta excelsa en prácticamente todos. Sorprendente, por inesperado, el magistral uso de la luz, insuficiente y vacilante, con el foco de la misma en pantalla, y con un juego de sombras que aporta gran riqueza, mas también mucho desasosiego. A eso contribuye también un uso del color, con tonos apagados que contrastan con la viveza de un payaso. Y en esta transmisión de sensaciones y angustias hay un tercer elemento poderosísimo: la música. Mucha cuerda y gravedad para acentuar esa tensión contenida, siempre a punto de desatarse. Es uno de los puntos clave de este trabajo, pues incentiva la incomodidad y la locura, tanto del protagonista, como de la sociedad que le rodea. Una sociedad ruidosa y enfurecida, como se transmite también gracias al sonido y los efectos visuales: esa tarea de ambientación de Gotham es clave para que el espectador no pueda evitar removerse en su asiento cada vez que las luces del metro se apagan o cada vez que un personaje debe caminar por unas calles sucias y amenazantes.
También el guion hace su parte, aportando una consistencia y coherencia a la historia que, junto a una narración calmada y sin exceso de artificios, consigue que el descenso a los infiernos de Arthur Fleck resulte impactante e inevitable. No es necesario efectismos ni sorpresas como en una cinta de superhéroes, sino que la brutalidad de la historia se encarga de actuar como hilo conductor. De esta forma, no siempre es necesario mostrar, sino que se asume la madurez del público, siendo suficiente con intuir, una de las armas más poderosas de la gran pantalla.
Mas por encima de todos estos argumentos, hay uno que sobresale. No es una sorpresa. Quizá sea lo único a lo que podíamos aferrarnos con certeza desde el comienzo del proyecto, porque nadie puede poner en tela de juicio la capacidad de Joaquin Phoenix de convertirse –que es más que interpretar– en un personaje alocado, enfermo o particularísimo como el propio Joker. Sin embargo, esta actuación está en otro nivel: no es cuestión de compararla aquí con Heath Ledger ni con ningún otro intérprete, pues los contextos y el diseño de los personajes son diferentes, pero sí que se alcanzan unas cotas interpretativas irrepetibles. Es probable que este Joker sea uno de los personajes más complejos a los que se pueda dar vida en una pantalla, y es precisamente en estas figuras en las que un intérprete puede demostrar su valía. Phoenix no necesitaba demostrarlo, prro destroza cualquier expectativa y consigue algo memorable. La risa descontrolada de un payaso triste, el patetismo del personaje, la extrema e insana delgadez de Arthur Fleck, su forma de correr y de bailar, su soledad. Esa risa aguda perturbadora. Esos primeros planos. En realidad, cualquier adjetivo o definición resulta insuficiente para describir el trabajo de Joaquin Phoenix.
La película fuera de la pantalla
Por supuesto, estas cuestiones más o menos objetivas –más menos que más, pues el análisis de un producto cultural no puede ceñirse estrictamente a criterios absolutos ni a mejores y peores– no implican que la recepción tenga que ser positiva, ni que el trabajo guste, ni que su efecto o análisis social sea positivo, ni que su interconexión con el universo Batman o DC sea el esperado. En todos estos asuntos, mucho más abiertos a debates e interpretaciones personales, la película se mueve en una ambigüedad creo que intencionada, siendo consciente de que la polémica y la crítica en ocasiones pueden ser un gran aliado –o, si no, veamos las cifras de taquilla de su primer fin de semana–.
Así, la película, cuya mejor descripción es ‘perturbadora’, no es un pasatiempo disfrutable. Menos de acuerdo puedo estar con quienes consideran que la obra hace apología de la violencia o que esta está demasiado presente en la cinta; al contrario, esperaba más violencia explícita, aunque es innegable que la violencia social y psicológica son abrumadoras. Mas no olvidemos que se trata de un film para adultos a los que se supone un grado de madurez y de discernimiento suficiente para no comenzar a pegar tiros vestidos de payaso al salir del cine. No sé hasta qué punto es real el riesgo de que se replique algo semejante a lo que ocurre en la trama –al fin y al cabo, la máscara de Guy Fawkes popularizada por ‘V de Vendetta’ se ha convertido en un símbolo–, pero tampoco veo que la responsabilidad sea de una ficción que precisamente critica esa sociedad en la que este tipo de personas o problemas existen.
Por otro lado, esa lectura pesimista y anarquista de la sociedad no tiene por qué ser válida y, en realidad, no lo es, por lo que resulta insuficiente como análisis social. De nuevo, una película no tiene por qué tener esa responsabilidad y, por lo tanto, esto no puede ser en ningún caso una crítica. En cualquier caso, el ‘Joker’ de Todd Philips sí que retrata con fidelidad la ciudad de Gotham y el contexto en el que surge la figura de Batman. Es evidente que esta obra se aleja de cualquier film comercial de superhéroes, aunque sí mantiene una serie de elementos que la mantienen unida al universo transmedia de Batman, como la presencia de Brett Cullen –que había aparecido en ‘El caballero oscuro: la leyenda renace’–, la ambulancia embistiendo al coche de policía o la presencia de Bruce y los Wayne.
Pero no central al debate si estas asociaciones son suficientes o no. O si la película realiza un análisis acertado del vacío existencial de la sociedad o no. O si es posible que la violencia del film pueda replicarse o no. Ni siquiera importa en exceso si la cinta es agradable o no. Porque por encima de todo ello hay una lección magistral de cine. Y todavía más arriba, está Joaquin Phoenix.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario