‘Regreso a Howards End’, disponible en Filmin, combina casi todos los elementos del drama de época británico con unas grandes actuaciones para lograr una obra actual, sutil, inteligente, redonda y (tal vez demasiado) bonita
Pocos países cuentan con una producción tan reconocida y reconocible como el Reino Unido. ‘Downton Abbey’ no es ni de lejos el único, aunque sí es el más característico y al que es imposible no recurrir al analizar ‘Regreso a Howards End’. Tampoco es posible separarse de la novela de E. M. Forster en la que se basa, ni de la película homónima de James Ivory estrenada en 1992.
La miniserie dirigida por Hettie MacDonald bebe de todos ellos, explotando al máximo los aspectos propios de los dramas de época británicos: tramas familiares, con un drama más bien ligero pero constante; ese humor británico tan popular y tan difícil de comprender; una banda sonora suave y frecuente; paisajes pintorescos y casas hermosas, con recogidos interiores y abiertos exteriores; el exceso de corrección y pompa de la sociedad, sobre el que constantemente se debate; y una profunda reflexión sobre la diferencia de clases, la revolución de la sociedad y la creciente independencia femenina, con el sufragismo como caso paradigmático. Cada uno de estos elementos puede observarse por separado, pues su riqueza es muy notable.
- La trama: el camino de los hermanos Schlegel, sobre todo de las dos hermanas mayores, se cruza con el de la adinerada familia Wilcox y de el de la familia de clase trabajadora Bast. Una herencia disputada, un amor frustrado, un matrimonio casi de conveniencia, diversos líos inmobiliarios, dificultades económicas, alguna infidelidad... A pesar de su desigual gravedad, los temas se tratan con calma y sin excesiva gravedad, adentrándose en lo que significan para los personajes que los viven.
- El humor: no abunda, pero es constante a lo largo de los cuatro capítulos, con el caprichoso y brutalmente sincero Tibby Schlegel como elemento cómico.
- La música: de gran belleza, aparece en numerosos momentos, ayudando a comprender el tono y la sensación de secuencias que, en ocasiones, no resultan tan explícitas. Predomina la cuerda y el piano, también con presencia diegética.
- El entorno: tanto la espléndida residencia rural de Howards End como las residencias urbanas son elementos centrales en la trama; tanto los edificios, más o menos lujosos, pero siempre coquetos y hermosos, como los exteriores naturales y urbanos (muy detallista y trabajada la combinación de carruajes y coches en las calles, un tanto sucias y embarradas) suponen uno de los aspectos más atractivos de la serie, gracias en parte a la preciosa fotografía, que cuida cada plano.
- El lenguaje: la formalidad y la pompa británicas se tematizan aquí con personajes, sobre todo los tres Schlegel –de ascendencia alemana–, directos y honestos. La distinción entre la forma de hablar de las distintas clases sociales y entre géneros es sobra la que reposa el debate sobre sus desigualdades.
- La reflexión sobre la desigualdad: es un tema recurrente en este tipo de obras, pues reflejan el momento en el que las brutales diferencias de clase y de género comenzaron a venirse abajo. Por supuesto, ese proceso no ha concluido en la actualidad, por lo que, sobre todo el contenido feminista, tiene una gran vigencia en el presente.
Perfección extrema
Cada uno de estos elementos es tratado con mimo, inteligencia y sutileza. De hecho, esa sutileza es la principal característica diferenciadora de esta miniserie, pues la maldad y la bondad son relativas, buscando comprender los motivos de cada personaje, y sin que sea sencillo incluir a cada uno de ellos en compartimentos estancos, pues su complejidad lo impide. Esto resulta especialmente interesante en lo referente a la discusión sobre la desigualdad social y de género, pues no se realiza un juicio desde la perspectiva actual, sino que, se observa desde la propia sociedad de aquel momento.
Así, la serie resulta cautivadora. Sin que esté sucediendo en la pantalla algo extraordinario, la inmersión en la trama es total, gracias en gran medida al lenguaje y carisma de los protagonistas. Sus actuaciones, en especial la de Hayley Atwell, son muy comprometidas y minuciosas.
Ese cierre deja una sensación agridulce, propia también de este tipo de producciones, si bien aquí no es una opción de la historia, sino una discutible decisión narrativa. Tal vez fuera este elemento el único que faltaba a esta miniserie para hacer un arte de todas las características del drama de época británico.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
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