Uno de los títulos que se presentan dentro del Atlàntida Film Fest de Filmin es el documental francés 'La posverdad rusa', de Paul Moreira, que no trata con acierto un tema de gran relevancia
Las noticias falsas o falseadas, las conocidas como fake news, plantean uno de los principales desafíos para el sector del periodismo y, en general, para la democracia. Enmarcadas en la ola de la posverdad, en la que la emocionalización del discurso ha hecho que las opiniones pasen a tratarse como hechos, son el elemento central de la desinformación. Los investigadores Bennet y Livingston definen este fenómeno como “la irrupción sistemática de flujos de información autoritarios”. Esto es exactamente lo que Rusia lleva años haciendo.
‘Inside the Russian Info War Machine’ analiza este fenómeno, centrándose en la influencia que el gigante euroasiático tuvo en procesos electorales tan destacados como los de Estados Unidos y Francia, así como las conexiones de las redes rusas con partidos extremistas europeos, campañas de desinformación a través de la red con otro tipo de contactos geopolíticos. El documental, traducido en castellano por 'La posverdad rusa', parece orientarse a esa guerra de la información, pero se introduce sin demasiado acierto en formas tradicionales de influencia geopolítica que, aunque muy cuestionables, posiblemente sean llevadas a cabo por gran cantidad de gobiernos y naciones.
En realidad, ahí reside otro problema de la obra de Paul Moreira, y es que de lo que aquí se culpa a Rusia –intentar ganar aliados en otros países, desestabilizar a sus rivales, explotar internet con fines dudosos, etc.– no es algo exclusivo de este país. Ni la posverdad ni las noticias falsas pueden reducirse exclusivamente a Rusia, de la misma forma que tampoco parece adecuado generalizar –como en ocasiones parece ocurrir– al conjunto de la población rusa, sino a una élite, con Vladimir Putin a la cabeza, que forma parte de una red de partidos nacionalistas y autoritarios que se apoyan y retroalimentan entre sí. Lo extraño sería que no lo hicieran y, que utilicen la propaganda en la red, que se financien entre ellos o que establezcan alianzas es casi lo esperable de ellos.
Es cierto que lo que hace el gobierno ruso es más complejo por su dimensión y por sobrepasar líneas que otros colegas no alcanzan, y por eso es tan peligroso y censurable, mas es necesario atacarlo con los argumentos adecuados. Primero, para evitar que sean contraargumentados. En segundo lugar, para no generar un ruido excesivo que impida distinguir acusaciones banales y más o menos irrelevantes de los comportamientos verdaderamente graves, que lo que sucede con Trump, a quien se critica de la misma forma cuando se le vuela el peluquín que cuando denigra a las mujeres o cuando viola los derechos humanos de las minorías. Y tercero, para no caer en los propios males que se critican.
Este fin hubiera demandado otros medios
De hecho, el documental comete el error de mostrar una visión excesivamente sesgada, dando a entender que Emmanuel Macron o la BBC lo hacen todo bien y que Marine LePen o Russia Today lo hacen todo mal, cuando no es así. Para poder atacar a la dirigente ultraderechista francesa o al medio propagandista ruso es necesario utilizar argumentos muy cuidados, reconocer que sus antítesis no son perfectos y no caer en falacias, pues de lo contrario se cometería el mismo error que ellos, ofreciendo visiones parciales de la realidad y alimentando el peligrosísimo discurso de buenos contra malos.
El trabajo de Paul Morerira, muy meritorio y en algunos aspectos muy completo, cuenta cosas que en su mayoría son totalmente ciertas, pero sin una justificación suficiente. Es probable que este tipo de información plantee ciertas complicaciones, pero una mayor tarea de contextualización y de explicación hubiera ayudado a comprender mejor la dimensión de esta problemática. El documental comienza mucho más moderado en el análisis y con una construcción más completa, pero la narración va dando paso a una gran cantidad de elementos y temas que no puede abarcar sin utilizar argumentos más vacíos e incompletos en ocasiones casi falaces, que restan credibilidad.
Es evidente que el mensaje final del documental es muy válido, pero la forma de hacerlo llegar al espectador es más cuestionable. Precisamente porque no se aleja tanto de la retórica y de las fórmulas de los contenidos falsos o ‘alternativos’ que busca criticar. Así, aunque la conclusión sea importante, no es esta la mejor forma de llegar a ella. Aquí el fin, por admirable y necesario que sea, no justifica estos medios.
Lo mejor: la tarea de investigación que hay detrás del film.
Lo peor: que los argumentos no estén suficientemente justificados y lleguen a resultar falaces; algo inadmisible en un tema tan delicado y criticable.
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