viernes, 24 de noviembre de 2017

Crítica: 'El autor' (2017), de Manuel Martín Cuenca


El mayor mérito de El autor es conseguir mantenernos en tensión a pesar de contarnos una historia más sencilla de lo que la sinopsis puede dar a entender. De hecho, el planteamiento de la historia, extraída de El móvil, la primera novela de Javier Cercas, es, a priori, muy atractivo: Álvaro es un intento de escritor que, tras separarse de su mujer, mucho más exitosa en su carrera literaria, y guiado por su profesor de escritura, decide manipular a quienes le rodean para encontrar inspiración para su novela. Una mezcla de ficción y realidad con buenos resultados y capaz de indagar, aunque sin la suficiente profundidad, en el proceso creativo, en el fracaso del escritor frustrado y en la inutilidad de esos cursos de creación literaria.

Es una base magnífica de la que partir, mas lo que vemos en pantalla se diluye, quedando un tanto vacío de contenido en algunos puntos y llegando a resultar ligeramente lenta por momentos. No obstante, la tensión es continua y la sensación de estar ante algo notable, también. De hecho, aunque sin ser radicales, los giros de guion son constantes e impiden que el ritmo llegue a decaer en ningún momento.

Y eso también es gracias a Javier Gutiérrez. En medio de un elenco bastante acertado, Gutiérrez logra una interpretación muy creíble, con momentos de auténtico desconcierto y siendo capaz de combinar un despliegue actoral inmenso con momentos de tensa contención en una misma secuencia. Así, logra bordar ese papel de escritor frustrado, patético, manipulador y, sobre todo, sudoroso en el caluroso verano sevillano.

Y es que Sevilla también juega un papel destacado en la obra pues, aunque centrada en los personajes que rodean al escritor, su entorno se vuelve paradigmático y capaz de representar a una ciudad viva y abierta, pero al mismo tiempo tradicional y un punto retrógrada. Con esto, la capacidad de añadir cierta crítica social en la película también se vuelve relevante. Solo hace falta ver los comportamientos y, sobre todo, las casas de la portera y el exmilitar, cargados de detalles y de guiños para introducir no solo esa intención crítica, sino también una bienvenida vis cómica.


Pero esas casas demuestran también la habilidad de Martín Cuenca para dominar la imagen, con composiciones y encuadres muy interesantes. De hecho, es en este aspecto en donde encontramos los elementos más novedosos y atrevidos de la película. Muchos de esos planos nos muestran el vacío, físico y metafórico, que rodea a Álvaro.

Y precisamente por eso, por la gran cantidad del tiempo que Gutiérrez se pasa solo delante de la cámara, su actuación tiene aún más valor. Porque, aun sin grandes fallos en el conjunto del film, de no ser por él, el potencial de la novela de Cercas tal vez se habría desperdiciado. Y las buenas historias, y eso sí que nos lo enseña El autor, no pueden desperdiciarse. Sobre todo cuando proceden de la realidad que nos rodea.

Lo mejor: Javier Gutiérrez
Lo peor: Que tal vez le sobren algunos minutos
Nota: 7

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Crítica: 'La reina Victoria y Abdul' (2017), de Stephen Frears


La reina Victoria y Abdul es eso, ni más ni menos, la relación de dos personas. Todo lo demás es, o irrelevante, o totalmente dependiente de esa historia principal. Eso podría ser negativo y parecernos poca cosa, pero sabiendo que quien encarna a la reina es Judi Dench y que el experimentado Stephen Frears está detrás de las cámaras, quizá ya no parezca tan poco.

La veterana actriz británica, que de interpretar a reinas a las órdenes de Frears ya sabe bastante, es el argumento, la piedra angular de la película. En torno a ella gira toda la historia; primero, su relación con Abdul Karim, un hombre hindú llegado para ejercer de sirviente entregándole una moneda conmemorativa a la reina y que termina quedándose a su servicio como su tutor personal; segundo, y a mucha distancia, su relación con su hijo Bertie y con el resto del personal, escandalizados por la presencia y los honores que un indio, musulmán, de color y de baja cuna, recibe. 

No es una historia novedosa: un amor o amistad imposible por las barreras raciales/sociales ya lo hemos visto muchas veces, a menudo con reyes y reinas como protagonistas. Y aunque sí es posible hacer aquí una novedosa lectura anticolonialista o aperturista –muy adecuada tras el Brexit–, la profundidad de la misma nunca es suficiente, quedándose en algunos clichés bienintencionados sobre la etapa imperialista.


Pero si la película resulta bastante modesta en la historia, encontramos más cuidado en la ambientación y la fotografía. La decoración de palacios y jardines, así como los espacios abiertos en Escocia e India, jugando con los contrastes, resultan llamativos y visualmente atractivos. Como también lo son, y este es probablemente uno de los puntos fuertes, los divertidos diálogos, sobre todo en la primera mitad de la obra.

Y es que la segunda parte se vuelve más dramática, con mentiras y conspiraciones que, sin tener un verdadero peso en la cinta, consiguen ensombrecer y lastrar un chispeante inicio. Sin llegar a ser pesado, ese segundo tramo, en el que la interacción directa entre la reina y su munshi queda difuminada en favor de los recelos y maquinaciones de los cortesanos, se vuelve algo más tediosa y carente de atractivo. Y eso que cuenta con personajes y actores con gran potencial (como el príncipe heredero o un Michael Gambon que da vida al Primer Ministro), que apenas son explotados.

La película consigue despuntar algo más cuando se sabe centrar en la relación entre dos personajes opuestos, pero reacios a mantener las formalidades y las divisiones que les rodean. Porque puede ser una historia sencilla y convencional, pero sigue siendo suficiente, sobre todo cuando encuentra pequeños detalles que la complementen. Y esto es así porque, al fin y al cabo, la historia que queremos conocer y disfrutar es la de la reina Victoria y Abdul.

Lo mejor: Judi “The Queen” Dench
Lo peor: que no sea más valiente
Nota: 7

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)

martes, 7 de noviembre de 2017

Crítica: 'Barakah meets Barakah' (2016), de Mahmoud Sabbagh


Arabia Saudí ha estado presente en los últimos días en los medios de comunicación tras la detención de varios príncipes, ministros y empresarios por supuestos casos de corrupción. Lo que se esconde tras este suceso es, en realidad, un golpe de mano de Mohammed bin Salman, hijo del rey Salman bin Abdulaziz y heredero al trono desde que el pasado junio sustituyera a su tío y hermano del actual monarca, Mohammed bin Nayef, al frente de la línea sucesoria. Mohammed bin Salman se caracteriza por su juventud, un treintañero con inmensos poderes en una tradicional gerontocracia y por su ambición y aspiración de modernizar la economía saudí, hasta ahora totalmente dependiente del petróleo. 

También se intuye un cierto progresismo en el país más grande del Golfo Pérsico, un país marcado por el wahabismo y por el integrismo de las doctrinas islámicas que promueve, pero que recientemente ha autorizado –era el único país del mundo que todavía no lo hacía– que las mujeres conduzcan o que acudan a eventos deportivos. Sin embargo, la Policía Religiosa sigue siendo un elemento clave en el país y el respeto por los Derechos Humanos y la libertad sigue brillando por su ausencia.

En ese contexto se produjo el año pasado Barakah meets Barakah, una de las pocas películas que nos llegan de un país en el que el cine está prohibido. Se trata de una divertida comedia sobre un funcionario municipal que vela por el cumplimiento de la normativa local en su ciudad y que se enamora de una famosa video-blogger e instagramer. A pesar de los frenos que la estricta sociedad saudí impone, los jóvenes intentarán concertar una cita. 

La cinta, disponible en Netflix, ha sido censurada en varias ocasiones y vemos como una cintura femenina, un gesto con el dedo corazón o un vaso de alcohol son pixelados; aun así, la crítica es incuestionable. Sobre todo, teniendo en cuenta las cortapisas que las instituciones sauditas pusieron a una película que, por cierto, representó al país en la carrera por los Oscar. También estuvo presente, con bastante buena acogida, en la Berlinale o en el Toronto International Film Festival.

Es cierto que, en un nivel formal y técnico, la obra no es ninguna maravilla, pero no olvidemos los condicionantes y las complicaciones de producir un largometraje como este en un país donde el séptimo arte apenas existe. Mas la pobreza de los encuadres y la narración –tal vez aquí la tijera del censor tenga cierta responsabilidad– se compensan con unas actuaciones bastante notables y carismáticas.

Más allá del valor artístico de la obra, lo más interesante es la posibilidad que ofrece de observar un país del que apenas conocemos un par de generalizaciones. Así, Barakah meets Barakah nos muestra una sociedad, efectivamente, sin libertad, pero en la que una nueva generación comienza a cuestionarse el estado de las cosas. De la misma forma, descubrimos que la situación que se vive en la actualidad no era lo habitual hace unas décadas, en la que el integrismo religioso era más relajado. También alcanzamos a comprender que no todo en Arabia Saudí son megaciudades con enormes rascacielos, aunque tampoco se trata únicamente de un desierto; tampoco todos los habitantes del país petrolero son jeques adinerados y, aunque minoritaria en un país de grandes desigualdades, también existe una, más o menos modesta, clase media. Por último, ni todos los hombres visten siempre túnicas blancas y ghutras, ni todas las mujeres llevan burka en todo momento.


Todo esto permite eliminar algunos estereotipos, pero lo más relevante es la crítica a una sociedad en la que las normas de la sharia siguen rigiendo todos los aspectos de la vida, en la que alcohol, relaciones sexuales y todo tipo de conductas pecaminosas están prohibidas, y en la que los hombres siguen teniendo que representar los papeles femeninos en las obras de teatro.

Solo por eso, la cinta ya merece ser vista. No resulta tan transgresora, valiente, ni cinematográficamente atractiva como su compatriota La bicicleta verde, una de las sensaciones del año 2012, aunque sin duda es necesario asomarse a la ventana que Barakah nos abre en la retrógrada pero optimista Arabia Saudita.

Lo mejor: que la película exista
Lo peor: su debilidad narrativa
Nota: 6,5

(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)