Los tres episodios de la quinta temporada de ‘Black Mirror’, estrenada el 5 de junio en Netflix, continúan reflexionando sobre la tecnológica sociedad contemporánea occidental, pero pierden su mordiente y capacidad de impresionar, convirtiéndose en productos convencionales y menos atractivos que los capítulos originales
Cada capítulo era despiadado, sin límites y sin escrúpulos, lo que permitía agitar las mentes y concienciar sobre la realidad que nos rodeaba. Historias como la de ‘White Christmas’ o ‘White Bear’–aunque no solo ellas–, con sus reflexiones sobre el castigo, resultaban estremecedoras. La tercera temporada, la primera que se produce bajo la millonaria sombra de Netflix y la que supone su consagración en forma de premios, audiencia y presencia mediática, mantiene la brutalidad y la capacidad de remover conciencias de las dos temporadas anteriores, emitidas en el Channel 4 británico, y capítulos como ‘Shut Up and Dance’ o ‘Nosedive’ no solo resultaban impactantes, sino también premonitorios. Sin embargo, la cuarta temporada fue perdiendo gran parte de su característica dureza y capacidad de sobrecoger. Algo que también pareció intuirse en el experimento interactivo de cuestionable éxito que fue ‘Bandersnatch’. Esta nueva mentalidad se confirma de manera muy especial en la quinta temporada que estrenó Netflix el pasado lunes 5 de junio.
Es cierto que se mantiene el cuestionamiento de determinados aspectos de nuestra ultratecnológica sociedad contemporánea, por lo que la serie sigue resultando vigente y necesaria, mas han desaparecido los elementos que identificaban a ‘Black Mirror’ como algo único y absolutamente rompedor. De esta manera lo que cambia no es el qué, sino el cómo: se refina la narrativa, pero esta se torna convencional, actuando dentro de unos patrones menos sorprendentes e impactantes. Las tres entregas de esta nueva temporada tienen un potencial inmenso y el debate socio-tecnológico que subyace tras cada una de ellas daría para discusiones y análisis extensos. Y es que, una vez más, el debate gira en torno a las expectativas, porque cualquiera de estas tres historias las podría haber visto en el cine o en otro programa y estaría encantado con lo necesario y relevante del tema que presentan. Pero eso no es a lo que nos había acostumbrado ‘Black Mirror’.
Tres historias con más potencial que fuerza
‘Striking Vipers’ indaga en las consecuencias de lo que hacemos en el mundo digital y los desafíos que eso implica para una amistad, una pareja o nuestra propia ética personal. Aunque se trata un tema necesario y bien planteado, la narración es convencional, demasiado larga y sin capacidad de atrapar al espectador. Además, junto a algunos fallos de guion, considero que la conclusión que ofrece es insatisfactoria.
‘Smithereens’, regresa sobre un tema relativamente frecuente en ‘Black Mirror’: las redes sociales que generan adicción y conocen todo sobre nosotros. Una vez más, el potencial es enorme y hay grandes dosis de intriga, sobre todo gracias a la descomunal interpretación de Andrew Scott –Moriarty en ‘Sherlock’–, pero no resulta tan impresionante. En cualquier caso, es el mejor episodio de la serie, que no el más cercano al ‘Black Mirror’ clásico.
Ese honor le corresponde a ‘Rachel, Jack and Ashley Too’, protagonizado por Miley Cyrus, que se aproxima al funcionamiento de la industria musical y del merchandising más que a la tecnología que, aunque presente en todo momento, no es ni central ni objeto de debate. Finalmente, el episodio ofrece mucho menos de lo que el comienzo daba a entender y se centra en una trama atractiva que, no obstante, abandona casi cualquier atisbo de reflexión.
Son tres historias mucho más introvertidas y podríamos incluso considerar que esta temporada ha ganado sutileza, al mostrar los riesgos y los debates de una forma más suavizada y personificada en historias más pequeñas e individuales, sin ofrecer las imparables espirales de locura tecnológica del pasado. Sin embargo, las tecnologías que se muestran son mucho más cercanas y los debates se plantean de manera directa, sin tamizarlos a través de ingenios casi imposibles, dramáticos y sorprendentes. Se mantiene el potencial crítico, pero se pierde la forma de mostrarlo. Y esa forma, sello de ‘Black Mirror’, era la que amplificaba la reflexión y la que convertía a la serie en una experiencia tan estremecedora como única.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
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