‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ fue un fenómeno editorial especialmente llamativo por su narración, intercalando varias épocas y pasajes de un libro ficticio con una escritura muy ágil y adictiva. Jean-Jacques Annaud intenta aprovechar este potencial para lograr una miniserie libre y entretenida, pero menos fluida y sorprendente que la novela
Marcus Goldman es un joven y exitoso escritor que, en medio de una crisis creativa, descubre que su profesor y mentor, el también escritor Harry Quebert, ha sido acusado del asesinato de una joven de 15 años desaparecida hace más de treinta años y con la que había mantenido una relación amorosa. Dispuesto a ayudarle, se muda a su antigua residencia en la pequeña localidad de Maine donde sucedieron los hechos para descubrir la verdad sobre un caso que algunas personas pretenderán ocultar. La combinación de acción, romance y misterio, junto al debate en torno a la creatividad del escritor y las relaciones prohibidas, convirtieron a esta historia en uno de los fenómenos literarios más populares de los últimos años, incentivado por una estructura novedosa y plagada de saltos temporales. A pesar del desafío que planteaba su construcción, tanto su agilidad como la riqueza y fuerza de la trama la convertían en un material ideal para ser adaptado a la pequeña pantalla.
Esto nos devuelve al eterno debate sobre las adaptaciones audiovisuales de obras literarias. Esta novela plantea un notable desafío por sus abundantes saltos temporales, algunos muy breves, y por la inclusión de extractos de un libro que forma parte de la trama. También los títulos y subtítulos de cada capítulo añadían riqueza al texto. Una miniserie como la que Movistar+ ha ofrecido semanalmente desde octubre –los giros de la trama y los cliffhangers han hecho que el material fuera ideal para mantener a la audiencia cautiva durante diez semanas, hasta el 21 de diciembre, cuando se emitió el último episodio– es, a priori, la mejor alternativa para llevar la novela de Joël Dicker a una pantalla, pues permite que la extensión y la atención a los detalles sean mayores que en una película. De hecho, la fidelidad de la miniserie al libro es casi absoluta, tanto en la narración cronológica como en la mayoría de aspectos de la trama, incluso en aquellos más pequeños.
La fidelidad como fallo y acierto
Pero hay elementos, sobre todo los pasajes más breves y los derivados del formato de la novela, que dificultan su traslación a la pantalla. También los constantes saltos temporales resultan ligeramente más complejos en la pantalla que en el papel –en el que es más sencillo regresar atrás o recapitular, independientemente de los repasos que la serie ofrece al principio de cada episodio–. De hecho, el propio libro de Joël Dicker se convierte en un nivel adicional sobre escritores que escriben sobre escritores; algo que, al igual que la narración en primera persona por parte de Marcus Goldman, también se pierde en la adaptación a la pequeña pantalla. Al mismo tiempo, el tono o determinados aspectos de la trama, que ya resultaban inverosímiles o estereotipados en el libro, en la serie parecen hacerse más visibles y restarle más fluidez que en el texto. Es posible que detrás de estos fallos esté el intento de Annaud de mantener la fidelidad absoluta a la obra, pues, aunque le permite explotar el potencial de su historia, le impide hacerlo de una manera más libre y auténtica.
No obstante, es evidente que la trama tiene una enorme capacidad de enganchar al espectador, y en esto Annaud sí sabe medir los tiempos para que la serie se mantenga siempre entretenida y sorprendente y que resulte casi imposible desconectar de ella. Es cierto que existen pasajes más aburridos y en los que el desarrollo de los acontecimientos resulta más pesado, pero en líneas generales hay una complejidad en la historia y una cantidad de giros de guion y de líneas argumentales que resultan muy atractivos.
Como atractivo resulta también un Patrick Dempsey que, como productor y protagonista, se convierte en el principal reclamo de la serie. Suya es la interpretación más profunda de la serie, pues el resto de personajes resultan mucho más planos –algo que ya ocurría en el libro– y hay ciertas decisiones de casting o de maquillaje que no parecen apropiadas dada la edad que algunos personajes deberían tener en un momento u otro.
En definitiva, el libro de Joël Dicker ofrece no solo el material ideal para la adaptación, sino también una estructura y composición que resultan difíciles de trasladar a formatos no literarios. La fidelidad al original es al mismo tiempo acierto y fallo de esta miniserie que, como la mayoría de best-sellers, ofrece un entretenimiento absoluto y adictivo, pero sin grandes dosis de calidad formal ni profundidad.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
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