No creo que sea posible ni necesario discutir si Coco es la mejor obra de Pixar o no. Mas el hecho de que esta posibilidad se contemple dice mucho, muchísimo, sobre la nueva cinta de la franquicia del flexo.
Y esto no es solo por la conveniencia de realizar una hermosa declaración de amor a la cultura mexicana ahora que Donald Trump se sienta en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Hay que reconocer que esto le añade atractivo, aunque creo que en cualquier otro contexto el resultado hubiera sido parecido. De hecho, seas quien seas y sea cuando sea, es casi imposible no desear sentirse un poquito azteca después de la película.
Una película sobre vivos y muertos. Y también una película sobre la familia, la de Miguel en concreto. Un chico que desea ser cantante como su ídolo, el popular Ernesto de la Cruz, pero su familia rechaza todo tipo de música. En su intento de cumplir su sueño, Miguel cruzará a la Tierra de los Muertos. No es una trama particularmente novedosa, con un joven buscando su destino con la oposición de su familia. Incluso la fiesta del Día de Muertos también se trató hace poco en El libro de la vida (The Book of Life, 2014, Jorge R. Gutiérrez).
Y es que, aunque pueda resultar atractiva, Coco no destaca por su historia, sino por la forma de contarla, pues el film de Lee Unkrich y Adrián Molina ofrece todo un ejercicio de técnica, de colorido y de narración. Técnica para construir y diseñar unos decorados y unos personajes encantadores y cuidados al detalle, con figuras bastante más redondas y sorpresivas de lo que suele suceder con las cintas de animación. Colorido porque entre las cualidades de Pixar está la de crear, probablemente, la mejor animación del cine, y una fiesta como el Día de Muertos es ideal para explotar todo ese componente visual. Y narración porque los giros de guion son continuos, con gran dinamismo y una enorme capacidad de enganchar al espectador.
Son 109 minutos, no es poco para una cinta animada, pero se pasa volando, te deja deseando más. Más música, más cultura, más diversión, más emoción. Porque en realidad ofrece de todo: un ritmo que te hace bailar casi sin parar en la butaca, inteligencia para satisfacer la curiosidad de niños y adultos, unos toques de humor verdaderamente irresistibles y la capacidad para, al final, derramar alguna lagrimilla.
Y al terminar el recuerdo es grato. Sales del cine consciente de haber visto algo especial. Porque Coco es especial. No por una historia apasionante pero poco original. Ni tampoco por una narración y unos elementos formales perfectos que son, no obstante, reproducibles. Es por todo eso y es por nada en concreto. Como los lazos que nos unen a la familia o a los muertos. Lazos invisibles que, en la vida real, muchas veces no significan nada. Pero esto es Pixar, chamacos, y aquí la nada puede serlo todo.
Lo mejor: cada detalle, cada sorpresa
Lo peor: que se nos escapen algunos guiños a la cultura mexicana
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