Ha sido más de un año de espera y, tras la gran acogida de la tercera temporada de Black Mirror, la excitación ante la llegada de la cuarta era inmensa. Las primeras impresiones no defraudan, pero tampoco son exactamente lo que cabría esperar.
La reflexión tecnológica y social que Black Mirror ha sabido destapar con casi todos sus episodios anteriores da paso en esta nueva temporada a ejercicios de estilo de gran calidad formal, pero algo menos intensos en su análisis de la sociedad actual y de las nuevas tecnologías. Tecnologías que siguen siendo protagonistas, pero con postulados menos realistas y, por lo tanto, menos impactantes.
La serie se estrenará el 29 de diciembre y, por supuesto, en Los Lunes Seriéfilos tendremos críticas de cada episodio. Mientras tanto, un pequeño resumen de qué nos espera en los seis capítulos de esta cuarta temporada.
Arkangel, dirigido por Jodie Foster como un drama indie, narra la historia de una madre y su hija a lo largo de varios años, descubriendo los efectos de la sobreprotección, el excesivo control y la búsqueda de seguridad. Mucho más contenido de lo habitual, llega a resultar predecible y, aunque el debate de fondo es de gran interés, no consigue explotar todo su potencial.
Black Museum, quizás el mejor de la nueva temporada, recuerda en gran medida al espacial navideño emitido en Channel 4 tras la segunda temporada. Ambientado en un museo de carretera con tecnologías fallidas, y a través de tres cortos interconectados, resulta complejo, desagradable y sorprendente a partes iguales. Consigue aterrar e inquietar como pocos episodios.
USS Callister, uno de los más esperados, tiene una estética similar a Star Trek y a los juegos online. Puede que se convierta en uno de los favoritos para los aficionados a estos juegos inmersivos, a las sagas galácticas o para los freaks, en general, pero puede quedarse flojo para el resto. Aunque interesante desde el punto de vista técnico, la narración resulta menos sorprendente que, por ejemplo, Playtesting.
Hang the DJ, con Timothy Van Patten a los mandos, muestra un mundo alternativo en el que un programa indica a cada persona con quién ligar y cuánto debe durar cada cita. Ofrece una de las reflexiones más interesantes de la serie sobre la forma de relacionarnos y sobre la importancia que los coaches o las aplicaciones digitales van cobrando para definir nuestras relaciones amorosas. Como ocurre con Be Right Back, The Entire History of You o San Junipero, cuando Black Mirror se adentra en las relaciones de pareja el potencial es inmenso.
Metalhead, atrevida apuesta rodada por completo en blanco y negro sobre tres personas que, en lo que parece un mundo desolado, son perseguidos por un incansable robot. Como en otras ocasiones, la presencia de los robots y de la inteligencia artificial da mucho juego, pero el capítulo funciona más como tenso thriller que como reflexión tecnológica.
Crocodile, dirigido por John Hillcoat, destaca sobre todo por su fotografía y sus paisajes invernales –fue rodado en Islandia–. Mia es una exitosa arquitecta que esconde un secreto inconfesable, sin embargo, una noche presencia un accidente que le llevará a toparse con una tecnología que permite mostrar los recuerdos al detalle. Independientemente del papel de la tecnología, la calidad del thriller es incuestionable.
En realidad, es incuestionable la calidad de todos los episodios. Y es que se confirma la tendencia iniciada con la tercera temporada, la primera que produjo Netflix: la serie pierde impacto y capacidad reflexiva, pero gana en los aspectos formales, con presupuestos mayores y la posibilidad de contar historias más grandilocuentes.
Puede que esta temporada no nos empuje de bruces contra la realidad que nos rodea, pero sigue funcionando a la perfección como entretenimiento y como ejemplo de calidad audiovisual.
(Publicado en Los Lunes Seriéfilos)
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