jueves, 10 de marzo de 2016

La responsabilidad de los acuerdos que firmamos


Turquía fue protagonista en los medios de comunicación el martes tras el acuerdo alcanzado con la Unión Europea, que está dispuesta a pagar 3.000 millones de euros y a hacer importantes concesiones al país otomano para que se quede con los refugiados que no queremos en esta tierra de idílica democracia y de derechos humanos para unos cuantos. Ese mismo día, 8 de marzo, se celebraba el Día Internacional de la Mujer. La llegada a los cines españoles de Mustang (2015, Deniz Gamze Ergüven) este viernes es quizás la mejor reflexión posible sobre ambos asuntos.

Esta cinta, nominada al Oscar y al Globo de Oro a Mejor película de habla no inglesa, ha sido galardonada en numerosos festivales y entregas de premios, además de haber sido alabada por la crítica. Rodada en turco en un pueblo a orillas del Mar Negro, cuenta con un magnífico reparto, sobre todo las cinco jóvenes protagonistas, y con una directora novel que da vida con maestría a un cuidado guion. Mustang narra la historia de cinco hermanas adolescentes que comparten el verano con los chicos de su escuela. Pero su condición de mujeres hará que unos juegos inocentes sean tachados de inmorales y escandalosos. Huérfanas de padre y madre, su abuela y su tío intentarán limitar el despertar sexual y las ansias de libertad de las chicas imponiendo estrictas normas y tratando de convertirlas en lo que se espera que sean: futuras esposas.

Se trata de una magnífica reflexión sobre la condición de la mujer en Turquía: sexualmente reprimida, limitada a su papel de esposa, expuesta a la violencia machista casi sin control y, en definitiva, privada de igualdad y libertad.

No podemos obviar la existencia de países y culturas mucho más discriminatorias hacia la mujer. Lugares en los que el empoderamiento y la rebelión contra el patriarcado –algo que también encontramos en la película- son aun imposibles de concebir, y en las que la violencia contra la mujer no solo no se pena, sino que se incluye en la legislación. Son batallas que también hay que luchar. Pero el caso turco nos toca de lleno y nos convierte en responsables.

Turquía lleva años intentando ser miembro de la Unión Europea. Hasta ahora sin éxito, pero el nuevo acuerdo firmado el martes supone un acercamiento muy importante. Este acercamiento no se ha producido porque Turquía haya dado pasos hacia una mayor democracia, ni hacia una mayor protección de las libertades de expresión e información, ni hacia una mayor igualdad de la mujer como la que se demanda en Mustang. Se produce el acercamiento porque van a quedarse con las personas que no queremos en Europa. Con personas que huyen de la guerra –de las que huyen de la miseria o de conflictos que no sean la Guerra de Siria ni hablamos, porque esas, como dijo el Presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, “que no vengan a Europa”-, y a las que se va a negar el derecho al asilo. En lugar de centrar nuestros esfuerzos en acoger a esas personas, los centramos en financiar a Turquía para que se queden ellos con los refugiados porque consideramos que se trata de un país lo suficientemente "seguro".

En Europa se nos llena la boca al hablar de democracia, de libertad, de igualdad, de derechos humanos... pero esas palabras no concuerdan con el régimen de Erdogan, que gobierna en Turquía con mano de hierro. Esos valores sí concuerdan con la mentalidad de muchos turcos, pero es con sus gobernantes con quienes firmamos los acuerdos. Y son ellos los que no tienen ningún respeto por esos valores sobre los que supuestamente se basa la Unión.

La Unión Europea, una idea que recibió el Nobel de la Paz en 2012, no vale nada si sus principios fundamentales se pueden activar y desactivar, abriendo y cerrando las fronteras, en función de nuestra disponibilidad y nuestro interés en ayudar a las víctimas de una guerra que –de una forma más o menos directa- también estamos alimentando.

Permitimos que el Reino Unido se salte los principios europeos para que no se rompa la Unión. Permitimos que los países miembros sigan levantando vallas y limitando el espacio Schengen para que la situación no se descontrole. Permitimos que Turquía siga violando derechos humanos mientras nos ayude en la contención de la ola de refugiados. Permitimos muchas cosas, pero lo que no permitimos es que personas que huyen de las bombas y los disparos se refugien en nuestros países.

Eso sí, cuando veamos Mustang diremos indignados que “estos moros que no respetan a la mujer no pueden venir aquí”. A lo mejor tenemos más responsabilidad en esa situación de la que pensamos.

(Publicado en Neupic)

No hay comentarios:

Publicar un comentario