Turquía fue
protagonista en los medios de comunicación el martes tras el acuerdo alcanzado
con la Unión Europea, que está dispuesta a pagar 3.000 millones de euros y a
hacer importantes concesiones al país otomano para que se quede con los
refugiados que no queremos en esta tierra de idílica democracia y de derechos
humanos para unos cuantos. Ese mismo día, 8 de marzo, se celebraba el Día
Internacional de la Mujer. La llegada a los cines españoles de Mustang (2015, Deniz Gamze Ergüven) este
viernes es quizás la mejor reflexión posible sobre ambos asuntos.
Esta cinta,
nominada al Oscar y al Globo de Oro a Mejor película de habla no inglesa, ha
sido galardonada en numerosos festivales y entregas de premios, además de haber
sido alabada por la crítica. Rodada en turco en un pueblo a orillas del Mar
Negro, cuenta con un magnífico reparto, sobre todo las cinco jóvenes
protagonistas, y con una directora novel que da vida con maestría a un cuidado
guion. Mustang narra la historia de cinco hermanas adolescentes que comparten
el verano con los chicos de su escuela. Pero su condición de mujeres hará que
unos juegos inocentes sean tachados de inmorales y escandalosos. Huérfanas de
padre y madre, su abuela y su tío intentarán limitar el despertar sexual y las
ansias de libertad de las chicas imponiendo estrictas normas y tratando de
convertirlas en lo que se espera que sean: futuras esposas.
Se trata de una
magnífica reflexión sobre la condición de la mujer en Turquía: sexualmente
reprimida, limitada a su papel de esposa, expuesta a la violencia machista casi
sin control y, en definitiva, privada de igualdad y libertad.
No podemos obviar
la existencia de países y culturas mucho más discriminatorias hacia la mujer.
Lugares en los que el empoderamiento y la rebelión contra el patriarcado –algo
que también encontramos en la película- son aun imposibles de concebir, y en
las que la violencia contra la mujer no solo no se pena, sino que se incluye en
la legislación. Son batallas que también hay que luchar. Pero el caso turco nos
toca de lleno y nos convierte en responsables.
Turquía lleva
años intentando ser miembro de la Unión Europea. Hasta ahora sin éxito, pero el
nuevo acuerdo firmado el martes supone un acercamiento muy importante. Este
acercamiento no se ha producido porque Turquía haya dado pasos hacia una mayor
democracia, ni hacia una mayor protección de las libertades de expresión e
información, ni hacia una mayor igualdad de la mujer como la que se demanda en
Mustang. Se produce el acercamiento porque van a quedarse con las personas que
no queremos en Europa. Con personas que huyen de la guerra –de las que huyen de
la miseria o de conflictos que no sean la Guerra de Siria ni hablamos, porque
esas, como dijo el Presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, “que no vengan a
Europa”-, y a las que se va a negar el derecho al asilo. En lugar de centrar
nuestros esfuerzos en acoger a esas personas, los centramos en financiar a
Turquía para que se queden ellos con los refugiados porque consideramos que se
trata de un país lo suficientemente "seguro".
En Europa se nos
llena la boca al hablar de democracia, de libertad, de igualdad, de derechos
humanos... pero esas palabras no concuerdan con el régimen de Erdogan, que
gobierna en Turquía con mano de hierro. Esos valores sí concuerdan con la
mentalidad de muchos turcos, pero es con sus gobernantes con quienes firmamos
los acuerdos. Y son ellos los que no tienen ningún respeto por esos valores
sobre los que supuestamente se basa la Unión.
La Unión Europea,
una idea que recibió el Nobel de la Paz en 2012, no vale nada si sus principios
fundamentales se pueden activar y desactivar, abriendo y cerrando las
fronteras, en función de nuestra disponibilidad y nuestro interés en ayudar a
las víctimas de una guerra que –de una forma más o menos directa- también
estamos alimentando.
Permitimos que el
Reino Unido se salte los principios europeos para que no se rompa la Unión.
Permitimos que los países miembros sigan levantando vallas y limitando el
espacio Schengen para que la situación no se descontrole. Permitimos que
Turquía siga violando derechos humanos mientras nos ayude en la contención de
la ola de refugiados. Permitimos muchas cosas, pero lo que no permitimos es que
personas que huyen de las bombas y los disparos se refugien en nuestros países.
Eso sí, cuando
veamos Mustang diremos indignados que “estos moros que no respetan a la mujer
no pueden venir aquí”. A lo mejor tenemos más responsabilidad en esa situación
de la que pensamos.
(Publicado en Neupic)
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