No podía faltar. En este verano que en Los Lunes Seriéfilos estamos dedicando a la ciencia-ficción era inevitable volver la vista a la que es una de las películas más relevantes, exitosas e influyentes en la historia de este género –y de todo el cine, en realidad–.
Soy demasiado joven para comprender el fenómeno de la primera trilogía de Star Wars y lo cierto es que mi afición por el séptimo arte nació bastante tarde, por lo que también me perdí la segunda trilogía. Ahora, envueltos de nuevo en una nueva vorágine de aventuras galácticas, me intereso por estos estrenos como cinéfilo más que como fan de la saga. Y así es como he visto ‘La guerra de las galaxias. Episopio IV: Una nueva esperanza’: más como una pieza clave en la historia del cine que como una cinta con la que me sienta identificado.
Porque le falta algo que me impide una mayor fascinación: tal vez cierta profundidad en la historia o quizás una mayor introspección que permitiera una película con valor por y para sí misma, sin estar tan condicionada por su revolución técnica y comercial, aspectos en los que reside su mayor interés. Y aunque estas podrían considerarse debilidades importantes en cualquier otro filme, lo cierto es que la valía de Star Wars, sobre todo de esta primera obra, reside en el significado de la cinta fuera del plano estrictamente cinematográfico. Y como tal es obligatorio admirar sus logros.
Siendo el mayor de ellos, quizás, que ‘Una nueva esperanza’ puede ser considerada mainstream según la concepción actual. Y esto se debe a que constituye un elemento esencial para establecer lo que hoy consideramos como mainstream, fijando el rumbo que otras obras posteriores habrían de seguir. Y quizás nunca tanto como en la actualidad, con un Hollywood centrado en producir sagas capaces de generar merchandising sin parar y otorgando a los efectos especiales un papel preponderante. Precisamente las características que definían al clásico de George Lucas de 1977 y que son las que también determinan la mayoría de largometrajes que encabezan las listas de taquillazos de los últimos años.
Y ya que mencionamos a George Lucas, hay que reconocerle como padre de la criatura. No por su magnífica dirección o por la calidad de su obra, ambas notables pero no sobresalientes, sino por lo que supuso. Su visión comercial –sobre todo esa conocida decisión de ceder los derechos de las películas a cambio de los futuros ingresos por merchandising–, su inagotable imaginación y su uso de tecnologías revolucionarias convirtieron al ‘Episodio IV’ en una pieza única hasta entonces y en el eslabón perdido que marcaría la evolución de todo el cine posterior. Y no solo del cine como arte, sino también, y sobre todo, del cine como industria.
Y aunque nos estamos centrando en el papel que Star Wars juega en un plano extracinematográfico, no es tampoco desdeñable su calidad artística. Sin ser una obra maestra, desborda imaginación, entretenimiento y novedad. Desde la mítica y archiconocida introducción en la que ya se intuye la inolvidable banda sonora de John Williams, hasta la riquísima variedad de personajes, vestuarios, tramas y mundos, todo en el film nos hace ver que estamos ante algo único.
Única y pionera, porque sus novedades no se ciñen a los efectos especiales o a la comercialización, sino también a un guion en el que se cuidan todos los detalles y en el que, por ejemplo, gracias a la luchadora Princesa Leia, se rompen parcialmente algunas concepciones sobre roles de género y de amor romántico que seguirían prevaleciendo todavía durante mucho tiempo.
Y el mérito es adicional si tenemos en cuenta que este ‘Episodio IV’ se concibe como tal. Es la primera película de la saga, pero ya pensada como cuarto episodio de una historia mayor, algo que, indudablemente, complica y enriquece la construcción de la historia y de los personajes, haciendo que cada comentario o pasaje tenga que ser muy cuidado para mantener la coherencia con las tramas que sucederían a esta.
Todas ellas colaborarían a engrandecer, de una forma u otra, la leyenda de esta saga y a desarrollar su universo. Pero lo veremos en próximas semanas. Por ahora, disfrutemos de todo lo que ofrece este clásico, sin olvidar que con él, en una galaxia muy, muy lejana, nacía uno de los mayores mitos del cine.
Lo mejor: su influencia en el cine que vendría después
Lo peor: la escasa profundidad de la narración
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