Supongo que habrá opiniones de todo tipo en lo que
se refiere al cine de superhéroes, pero está claro que Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia) es ya uno de los
argumentos con más peso que se han generado al calor de esta discusión. Una
crítica sin piedad a los blockbusters
que salvan la taquilla año tras año pero que, salvo honrosas excepciones,
siguen sin aportar nada al lenguaje cinematográfico y a la búsqueda del arte.
La propuesta de Iñárritu es tan arriesgada como la
aventura en la que se embarca su protagonista, un actor que alcanzó la fama
dando vida a un superhéroe en el cine y que ahora desea recuperar el prestigio
de su profesión con una obra de teatro en Broadway. Y es arriesgada no solo por
el desafío técnico que plantea el rodaje de dos horas de película en un solo
plano secuencia, sino por la capacidad que tiene de introducirnos en la mente
del actor venido a menos.
Un actor venido a menos en los últimos años era, precisamente, Michael Keaton, que regresa con una fuerza insuperable, logrando la más poderosa interpretación de su dilatada carrera. La elección del que diera vida al Batman de Tim Burton parece el mejor acierto de toda la cinta. Sin desmerecer el trabajo del resto del elenco, destacando a una Emma Stone más profunda y oscura de lo que esa cara de ángel nos da a entender.
No cabe duda de que el peso de la película recae en sus magníficas actuaciones, que destacan aun más dado el minimalismo de la película: un único plano secuencia guiado por el magistral trabajo de Emmanuel Lubezki con la cámara –por algo ha ganado dos Oscar consecutivos a la Mejor Fotografía-, el backstage de un teatro neoyorquino casi como único decorado, sin más vestuario y efectos especiales que los estrictamente necesarios, y una banda sonora que se reduce al efectismo de una batería y un sonido sobrio pero inmejorable. Oposición total a las películas de superhéroes que tan poco parecen gustar a Iñárritu.
Y si el blockbuster
está hecho para vender entradas y que los espectadores acudan en masa, de
nuevo, Birdman se opone a esta
concepción. Explora los límites de la narración, de la interpretación y del
guión, pero no es una obra fácil de ver y la conexión con el público no es
total. Pero, al fin y al cabo, de eso trata Birdman,
de producir obras prodigiosas que consiguen llenar una sala de 800
intelectuales, pero que no logran conectar con los millones de seguidores de un
superhéroe con alas de pájaro.
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