Hoy termina la
campaña electoral. No voy a criticar el ridículo que han hecho muchos
políticos; descalificándose, suplicando votos, montando en bici, repartiendo
piruletas a los niños, presumiento de llenar aforos... La campaña, la jornada
de reflexión o la pegada de carteles son temas que ya se han tratado y en los
que no voy a entrar.
Si no voy a
criticar la campaña es, en parte, porque no la he seguido demasiado. ¿Uno de
los motivos? Que no puedo votar. Y como yo, muchos españoles emigrantes se han
visto privados de ese derecho. La participación entre los ciudadanos españoles
que residen en otros países es irrisoria –un 1,84% en las Elecciones Europeas
de mayo de 2014-. Y os aseguro no es por falta de interés. Porque las personas
españolas con las que más relación tengo aquí no van a votar, pero todas tienen
un sentido de la política y de la democracia que quisiera en muchos de los que
agitan banderitas en los mítines.
Votar desde el
extranjero se convierte en una odisea, por ese motivo, muchas desisten y ni
siquiera lo intentan. Otras, se quedan atrapadas entre trámites y fechas de
vencimiento, no logrando figurar en las listas definitivas a pesar de haberlo
intentado. Otro grupo cumple el laborioso proceso en plazo y forma pero, ¡sorpresa!,
la documentación no llega a tiempo o el voto por correo se pierde.
Partimos de la
base de que tras la reforma de la Ley Electoral de 2009, se eliminó la
posibilidad de que los emigrados votasen en las elecciones locales. Puedo
comprenderlo, porque en algunos países puedes votar en las elecciones locales
al registrarte, y es lógico que a alguien que vive en Oslo le afecte más la
recogida de basuras de la capital noruega que la de su antigua ciudad española.
Pero ese no es el
problema. Eso es, de hecho, lo único que siempre tuve claro; que solo iba a
poder votar en las Elecciones Autonómicas. El resto de la información es
confusa y escasa. No se hacen públicos con claridad ni los plazos, que son
demasiado cortos; ni los procesos, que son demasiado complejos.
Yo me registré en
la Embajada Española en Austria en enero, y desde entonces figuro en el Censo
Electoral de Residentes Ausentes (Cera). Pero para estas elecciones de mayo era
necesario hacerlo desde antes del 1 de enero, que es cuando se cerraba el
censo. Tras eso, necesitaba hacer una reclamación para ser incluido en la lista
para poder votar. Bien, hice mi reclamación en plazo –solo existía una semana,
ente el 6 y el 13 de abril, para dicho trámite- y forma y al terminar,
pregunté: “¿Esto es todo para votar?” “Esto es todo”, me respondieron. Por lo
que deduje que el 24 de mayo podría acudir a la Embajada a depositar mi voto.
Unas semanas después me llegó una carta de la Oficina del Censo Electoral en
León en la que me comunicaban que ya no figuraba allí, sino que mi nuevo
distrito electoral era la Embajada de España en Viena. Todo correcto.
Pero no estaba
todo correcto. Pues los españoles emigrados debemos “rogar” el voto. Se debe
hacer una petición formal para poder votar. Eso no hay que hacerlo si resides
en España; es decir, quienes viven fuera tienen que rogar que se les permita
ejercer un derecho. ¿No deberíamos ser todos iguales? Podría comprenderlo si
supusiera un gran problema de logística, pero no es así.
En caso de
haberlo sabido, también hubiera hecho este “ruego”, pero cuando en la Embajada
me han dado a entender que la Reclamación “era todo”, supuse que la Reclamación
habría servido directamente como ruego. Algo que, por otra parte, parece
bastante obvio; ¿por qué otro motivo iba a hacer dicha Reclamación?. El plazo
para la solicitar que me permitan ejercer mi derecho al voto terminó el 26 de
abril.
Tras hablar con
otros compañeros en mi misma situación, descubrí que no podría votar, pues ese
día ya había pasado. Acudí a la Embajada para ver si existía alguna
posibilidad; quien me atendió no supo decírmelo y tuvo que preguntar.
Finalmente me confirmaron que era demasiado tarde para votar en estas
elecciones. Y la campaña electoral ni siquiera había empezado...
Hay quienes,
habiendo realizado ese ruego a tiempo, no recibieron la documentación en el
plazo establecido. No era su culpa, pues los plazos son demasiado cortos
contando con los posibles retrasos de los servicios de correos de todo el
mundo, pero tampoco van a poder votar. También conozco gente que, en anteriores
convocatorias, intentaron votar por correo desde el estranjero y su voto nunca
llegó a contabilizarse.
Yo me considero
un emigrado con suerte, pues no he tenido que irme de España porque mi
situación laboral fuera insostenible –es evidente que el contexto económico y
social han influido en la decisión, pero no ha sido el único elemento-; de la
misma forma que yo no culpo al Gobierno de mi marcha. No obstante, hay muchos
ciudadanos españoles que sí se han visto empujados a hacer la maleta y muchos
de ellos encuentran en las Instituciones Públicas a los culpables de eso. No
hace falta un análisis demasiado exhaustivo para pensar que los grandes
partidos no son los favoritos entre los emigrantes españoles. Quiero pensar que
este proceso no es tan complejo para impidir a predecibles votantes “díscolos”
ejercer su derecho. Pero creo que no soy el primero al que se le ha cruzado
esta idea.
Nuestro amado
Rajoy dice que “son exactamente 24.638” los jóvenes que han abandonado España
por la crisis; el INE habla de medio millón más. Empujados por la crisis o no,
lo cierto es que la cantidad de españoles en el extranjero, sobre todo jóvenes,
es suficientemente grande como para pelear por que sus voces sean escuchadas, y
sus votos, tenidos en cuenta. E incluso aunque fuera una sola persona, los
organismos públicos deberían esforzarse para que nadie se vea privado de un
derecho por el que tanto se luchó y por el que tantas personas dieron su vida.
Pero esta noche
contabilizaremos cuántas personas congregó el PP en el Palacio de los Deportes
de Madrid o cuántos acudieron a ver a IU en Sevilla. Y ni sumando todos esos,
alcanzaremos la cifra de españoles que el domingo no podrán votar porque la
burocracia se lo ha impedido.