Estos términos
utilizaba Carlos Boyero, crítico de cine de El
País, para referirse a Timbuktu tras su presentación en Cannes allá por mayo. No vamos a detenernos en la
calidad formal de la película, de la misma forma que nadie ha entrado a valorar
la calidad artística de las viñetas de Charlie Hebdo. Hay aspectos mucho más
importantes que el montaje o los planos utilizados.
Timbuktu es una coproducción entre Mauritania y Francia que muestra las atrocidades
de un grupo radical islamista en la ciudad maliense de Tombuctú. Como toda
expresión artística o comunicativa que huela a libertad, los grupos extremistas
han intentado silenciarla.
Así hacen
siempre: amenazan, atacan, asustan... Lo vimos hace unas semanas en París,
ocurrió algo similar con Corea del Norte y The Interview. Y aunque no se haya hablado tanto de ellos ni nos hayamos
manifestado en masa, también lleva pasando durante demasiado tiempo en Nigeria
con Boko Haram o en Kenia con Al Shabab. Los casos son incontables. Aunque
parece que únicamente hacemos caso de aquellos que nos tocan más cerca. De los
que ocurren en Occidente, como si los de aquí fuéramos más importantes. Como si
un dibujante francés valiera más que un minero keniano.
Si comencé
hablando sobre Timbuktu es porque hace un puñado de días un festival de cine
belga tuvo que ser suspendido por el "particularmente elevado" riesgo
de atentado. Aunque no existe una confirmación oficial, se presupone que se
debe a la proyección de esta película. Aunque se han buscado soluciones y la
película se ha proyectado en otros cines de la ciudad y del país, la libertad
de expresión es la que ha vuelto a salir perjudicada.
Y de nuevo, aquí
estamos hablando de un festival de cine en Bélgica, olvidándonos de lo que
ocurre fuera de Europa y de Estados Unidos.
Quizá sea porque
nos sentimos impotentes, sabiendo que nuestras posibilidades de actuar en
Kenia, Nigeria o Siria son reducidas, especialmente sin recurrir a los aviones,
las bombas y las armas. Quizá sea porque pensamos que es más sencillo defender
las libertades que tanto nos ha costado conseguir, demostrando de qué somos
capaces cuando estamos unidos. Porque la millonaria tirada de Charlie Hebdo
tras el ataque demuestra que no fueron capaces de acobardar a los dibujantes y
periodistas. Porque las manifestaciones que llenaron las calles de toda Europa
con pancartas a favor de la libertad de expresión y de culto demuestran que no
fueron capaces de imponer sus leyes. Porque los espectadores que acudieron a
los cines a ver Timbuktu o The Interview tras haber intentado ser censuradas
por extremistas demuestran que no fueron capaces de silenciar las expresiones
artísticas.
Al fin y al cabo, tampoco es mala forma de luchar.
Utilizar nuestra libertad, ser libres, es lo que más duele a quienes intentan
imponer sus ideas y sus leyes por la fuerza. Pero no nos olvidemos de aquellos
que no pueden utilizar esa libertad. Sencillamente porque no la tienen. Y no se
la merecen menos que un francés o un belga.
(Publicado en Neupic)