Reconozco que yo
siempre fui más aficionado a Digimon, pero soy muy consciente de la
brutal revolución que se produjo a finales del siglo XX y principios del XXI de
la mano de Pokémon. Prácticamente todos los niños y niñas que
nacimos a principios de los 90 conocíamos esa serie japonesa, así como las
colecciones de tazos y los juegos para videoconsolas asociados a ella.
Hace pocos días surgía Pokémon
GO y el furor ha regresado. La realidad aumentada, que permite que los Pokémon “aparezcan”
en nuestro propio mundo, supone un potente atractivo para unos jugadores que
más de una vez han soñado que sus juegos se hicieran realidad. Ahora eso es
relativamente sencillo: te descargas la aplicación en tu smartphone y,
gracias al sistema de geolocalización y a la cámara del teléfono, puedes ir
caminando y encontrando los objetos que necesitas y las diversas criaturas que
debes capturar como un auténtico entrenador Pokémon.
El fenómeno es
incuestionable. En Estados Unidos es fácil ver jugadores caminando por las
ciudades apuntando con la cámara de sus teléfonos a árboles, charcos o
edificios para encontrar a estas criaturas y poder capturarlas. Unos ladrones
utilizaron el juego para guiar a varias personas a un lugar alejado en el que
robarles y diversos establecimientos utilizan una estrategia similar par atraer
clientes. Han aparecido Pokémon en casas particulares,
iglesias, hospitales e incluso en el Museo de Holocausto en Washington, por lo
que las autoridades han emitido mensajes pidiendo a los usuarios que respeten
las normas de convivencia del mundo real, como cruzar la carretera sin mirar la
pantalla del móvil o no invadir propiedades privadas.
Y todo esto ha
tenido su reflejo en las redes sociales y en los medios de comunicación de todo
el mundo, incluida España, donde el juego no ha llegado porque los servidores
están saturados tras las abundantes descargas en los países donde sí se ha
lanzado. Pero esto no ha impedido que el juego y su repercusión se hayan
convertido en noticia y objeto de debate.
FOTO: Agencia EFE |
Si esto lo
enmarcamos en una semana en la que las redes sociales han ardido al calor de la
discusión en torno a la tauromaquia y a las declaraciones de quienes celebraban
la muerte de un torero, podemos hacernos una idea de la dimensión que el mundo
digital está alcanzando en la realidad. No podemos negar que el mundo virtual y
el mundo real son ya inseparables y casi indistinguibles. Podemos discutir
sobre si esto nos gusta o no, pero es un hecho innegable. Nuestra realidad ya
no se reduce a elementos físicos o psicológicos, sino que también debemos
incluir en ella una serie de mundos virtuales paralelos.
La prueba es que
buena parte de las noticias y reportajes, de las columnas de opinión y de las
tertulias radiofónicas y televisivas estos días tienen como objeto un juego o
un debate en las redes sociales. De hecho, los medios de comunicación han
prestado más atención a una serie de insultos en la red o al surgimiento de un
juego para smartphone que al conflicto que no cesa en Sudán del Sur,
a la todavía dramática situación en Lesbos o a las mujeres que murieron a manos
de sus parejas en lugar de frente a un toro.
No es necesario
ni posible rechazar este mundo virtual, por lo que solo queda aceptarlo como
una parte de la realidad. Pero sí convendría recordar cuál es el mundo de
verdad. Porque lo digital y lo virtual pueden pasar a formar parte de nuestra
vida, pero nunca deberían sustituir lo verdaderamente importante: las personas.
(Publicado en El Blog del Suscriptor de El Español)