Los factores de
interés que hacen que un hecho se convierta en noticia vienen marcados por la
actualidad, la cercanía y la influencia que pueda ejercer en la sociedad.
Parece lógico. Y lo es. Por norma general, nos preocupan más los debates
políticos españoles que los de Dinamarca porque tienen mayor influencia sobre
nosotros. De la misma forma que 11 periodistas muertos en París tienen más
repercusión mediática que 147 universitarios en Kenia. Además de la distancia
física y psicológica que nos separa existen otros factores, como el simbolismo
que se extrae de cada uno de estos hechos o la posibilidad de acceder a
información relevante y contrastada.
La ventaja de no
escribir para un medio de comunicación es que puedo saltarme el “agenda
setting”, la tematización de la actualidad que realizan los medios de masas, y
centrarme en lo que a mí me parezca más interesante. Por eso no voy a tratar
ahora una noticia de gran repercusión. Sí se habrá colado en los medios, igual
la viste mientras comías o la leíste de pasada en tu smartphone, pero no se ha
hecho hincapié en ella. Como periodista, puedo comprenderlo. Como ser humano,
no.
Porque unos 400
(¡cuatrocientos!) seres humanos han perdido la vida hoy en aguas del
Mediterráneo cuando intentaban alcanzar Italia. La Guardia Costera de este país
rescató anoche a 150 supervivientes, que fueron quienes advirtieron de la
existencia de alrededor de 400 personas más en la embarcación que había salido
el día anterior de Libia. La sitación meteorológica y de la mar ha hecho que
solo en los últimos cuatro días, 7000 personas llegasen a las costas italianas.
Las 400 últimas no tuvieron esa suerte.
Esos son los
datos más importantes de la noticia. Si se indaga un poco en la red se puede
encontrar alguna cifra más. Pero solo son cifras. Cifras de inmigrantes, de
supervivientes, de víctimas. Cifras de personas.
Igual que una cifra
son las 150 personas que murieron en la tragedia aérea de los Alpes el pasado
24 de marzo. Pero a esas personas se les ha puesto cara y nombre. Se ha ido una
por una en la lista de pasajeros. Y se han investigado las cajas negras, y se
han rendido homenajes, y se ha debatido, y se han buscado responsables, y se
seguirá recordando aun durante algún tiempo.
También se sabe
que el avión estuvo ocho minutos descendiendo y que los pasajeros eran
conscientes de que iban a morir. Pensarlo te hiela la sangre. Pero nadie se ha
dado cuenta de que las 400 personas que hoy han desaparecido en el Mediterráneo
también eran conscientes de que iban a morir. Y no durante ocho minutos, sino
desde siempre. Desde que les tocó nacer en África, en países asolados por la guerra
y el hambre.
Estos 400
quedarán en el olvido del periódico de ayer y no se volverá a hablar de ellos.
Como datos estadísticos quizás o al hacer balance del año en organismos
europeos e italianos. Pero nada más. Porque no son europeos que viajaban en avión.
Son pobres negritos africanos, tan desesperados que no les importa embarcarse
en ruinosas barcazas a cruzar el Mediterráneo ni trepar por vallas plagadas de
cuchillas en Melilla.
Esas personas, a
los europeos blancos, nos dan igual. No son relevantes para nuestros medios de
comunicación. Y lo peor de todo es que comprendo las razonas por las que, desde
el punto de vista periodístico de nuestro país, podría ser correcto no prestar
demasiada atención a este desgraciado suceso. Pero quizás deberíamos buscar un
periodismo menos académico y más humano en el que la vida de 400 inmigrantes
africanos no valga menos que la de 150 viajeros europeos.
(Publicado en Neupic)